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Historia
Lo que Roma le debe a los bárbaros
Romanos y bárbaros. Dos mundos antagónicos. Pero, ¿fueron tan diferentes entre sí durante los siglos IV y V? El autor desgrana sus aportaciones en una cuidada monografía: «En defensa de Roma»

Parece inevitable hablar de Roma y los bárbaros como si fueran dos mundos opuestos. La gran frontera que se articulaba en torno a los ríos Rin y Danubio, en teoría, separaba el territorio imperial del «barbaricum», que es como llamamos al hogar de los pueblos no sometidos a la autoridad romana. Pero, ¿realmente eran dos mundos tan diferentes en los siglos IV y V? La respuesta es un rotundo «¡Pues claro que no!». Ambas orillas eran un territorio de ambigüedad cultural, habitado por bárbaros romanizados y por romanos que, a ojos de los ciudadanos de la Urbe, podrían parecer auténticos salvajes. Los intercambios culturales y sobre todo los económicos eran una constante. Comerciantes y viajeros cruzaban los ríos a diario en tiempos de paz, haciendo que la información fluyera y que las diferencias entre un lado y otro se fueran difuminando. En esa época, muchos soldados de origen bárbaro servían en el ejército romano y regresaban a sus tierras de origen con permiso. En ese territorio de mestizaje a menudo es difícil distinguir lo romano de lo bárbaro desde un punto de vista arqueológico.
Un ejemplo claro de esta integración es la lápida de un soldado de origen germano que, en perfecto latín, proclama con orgullo su doble condición de franco y soldado romano. Es solo una expresión de la facilidad con la que estos hombres, carentes de eso que hoy llamamos «sentido nacional», asumían la identidad romana, sin que eso les causara el más mínimo problema a nivel individual o social. Las fuentes nos han dejado testimonio de muchos de estos «bárbaros imperiales» que vivían con total naturalidad esta doble identidad. Uno de los más notables fue Malobaudes, rey de una importante confederación de francos y, a la vez, uno de los principales generales romanos en la Galia. Solo en el siglo IV, las fuentes registran la historia de más de sesenta de ellos. Durante este siglo, los bárbaros imperiales fueron predominantemente francos y alamanes en el oeste, y godos en el este. Por lo general, llegaron a ser altos oficiales del ejército o miembros de unidades cercanas al emperador («domestici o la scholae palatinae»), pero también cónsules, diplomáticos, jueces y patricios, que participaron en casi todos los momentos clave de la historia romana durante este siglo y el siguiente.
Dar la vida por Roma
Desde el siglo III, cientos de miles de bárbaros se asentaron legalmente en territorio imperial. Augusto permitió que unos treinta mil getas se asentaran en Mesia. Tiberio trasladó a cuarenta mil alamanes a la Galia y Renania. Marco Aurelio hizo lo mismo con treinta mil «naristae» (germanos de origen suevo) empleando a germanos para combatir a germanos. Claudio II reclutó a godos tras derrotarlos en Naisso, algo muy frecuente en la historia de Roma. Probo llegó a distribuir a cien mil bastarnos en Tracia y Constantino envió a trescientos mil sármatas a Tracia, Italia y Macedonia. También incorporó a miles de burgundios, alanos y, posiblemente, a suevos como federados. El Estado romano les dio un lugar en la sociedad a través de diversas formas jurídicas, ofreciéndoles una vida mejor cultivando sus propias tierras, trabajando en los talleres de las ciudades, alistándose en el ejército y permeando toda la sociedad. Los historiadores romanos de la época, reacios a aceptar este mundo cada vez menos romano, no siempre registraron la importancia de estas masas de bárbaros que llegaron al Imperio para quedarse. Sin embargo, la historia nos ha dejado testimonio de la deuda, al menos de gratitud, que Roma contrajo con ellos.
El servicio de los bárbaros al Imperio a menudo superó las expectativas
Muchos dieron su vida en el campo de batalla. Por ejemplo, Bacurio, un príncipe íbero al servicio de emperadores como Valente y Teodosio. Aunque fue uno de los responsables de haber iniciado la batalla de Adrianópolis (378) sin recibir la orden, se redimió sacrificándose junto a sus tropas en la batalla del Frígido (394) para dar tiempo al emperador Teodosio a retirarse y salvar su vida. Otro caso conmovedor es el del godo Anagastes, oficial romano en Tracia que en el 469 derrotó a los hijos de Atila, el rey huno que había matado a su padre, Arnegisclo. Anagastes tuvo la satisfacción de llevar en triunfo la cabeza de Dindzico, uno de los hijos de Atila, a Constantinopla. Es una larga lista en la que podemos incluir a Saúl, el general de caballería alano que murió a las órdenes de Estilicón, en una carga suicida contra los guerreros del rey visigodo Alarico, o Charietto, el franco emprendedor que se hizo famoso por saquear y ejecutar a los saqueadores alamanes y que murió en la batalla de Cabillona en el 365, tratando de frenar una nueva invasión de estos germanos.
Los romanos mataron de forma injusta a varios militares bárbaros
Su servicio no estuvo exento de traiciones propias de la turbulenta política del momento. Algunos «bárbaros imperiales» se hicieron famosos por ser los ejecutores de algún emperador. Por ejemplo, Andragatio, un bárbaro del Mar Negro, general del usurpador Magno Máximo, fue el encargado de perseguir y asesinar al emperador Graciano. El generalísimo de Occidente, el franco Arbogastes, fue considerado responsable de que Valentiniano II apareciera una mañana colgado de la viga del techo de su dormitorio. También hubo quienes traicionaron a sus emperadores en favor de usurpadores, como Gomoario, que se unió a Procopio.
Muchos de ellos sufrieron una muerte injusta a manos del Imperio al que sirvieron. El caso más notable es el de Estilicón, hijo de una noble romana y un oficial vándalo. Nombrado tutor del joven emperador Honorio por Teodosio, Estilicón gobernó el Imperio de Occidente hasta su asesinato en un complot palaciego en el año 408. Otro caso trágico es el de Fravitta, un godo pagano que lideraba la facción de su pueblo más propensa a entenderse con Roma. A pesar de su servicio y lealtad, su postura favorable a un entendimiento de Oriente con Occidente le valió una acusación de traición y su ejecución entre el 403 y el 404.
Un legado para recordar
El servicio de estos bárbaros al Imperio, salvo raras excepciones, fue eficaz y a menudo superó las expectativas. Su labor se caracterizó por la seriedad, la disciplina, el celo y la ambición. En su desempeño, se mostraron casi siempre leales al mundo romano, al que mostraron un claro sentimiento de pertenencia, sin mostrar reparos a la hora de combatir a bárbaros de sus mismos pueblos cuando fue necesario. Muchos, una vez que alcanzaron el éxito, se romanizaron a los ojos de los demás, contrayendo matrimonios con mujeres de la aristocracia romana que les proporcionaron contactos y patrimonio para impulsar sus carreras y garantizar el futuro de sus descendientes, que en algunos casos, como el de Merobaudes, destacaron dentro de la élite social y cultural del mundo romano.
El debate sobre si su servicio fue beneficioso o perjudicial para Roma ha sido y seguirá siendo intenso. Pero lo que no se puede discutir es que fueron una parte fundamental de la historia de Roma y, por extensión, de la nuestra, y que no merece ni debe ser olvidada. En muchas ocasiones, estos hombres fueron más romanos que los propios romanos que los rodeaban, ya que asumieron plenamente la civilización y el estilo de vida de la «romanitas».
En estas líneas hemos tratado de recordar a algunas de estas personas que se esforzaron por abrirse camino y aportar lo mejor de sí mismas a un mundo que, en muchos casos, los veía como un peligro o un elemento contaminante, en lugar de como aliados con los que superar los terribles problemas que los amenazaban. Roma cayó como Estado en Occidente en 476. Ojalá nosotros sepamos hacerlo mejor y seamos capaces de afrontar con éxito los nuevos desafíos que la historia, sin duda, nos va a plantear.
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