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Cine

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Rápida, plana y al grano

La Razón
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Los Goya se han convertido en una alfombra roja en donde las actrices progres tratan de imitar a Hollywood luciendo glamourosos trajes de los modistos de moda. La moda es la verdadera protagonista de la gala, que convierte anualmente a éstas, reconocibles gracias a sus trabajos televisivos, en estrellas rutilantes de un cine español menguante. De los actores, nada reseñable: pocos esmóquines elegantes, trajes negros sin gracia y corbatas a la remanguillé. Sin embargo, las actrices nos ponen al corriente de las tendencias dominantes. Pelos recogidos. Trajes espectaculares donde dominan los escotes palabra de honor o abiertos hasta el ombligo. Los remates de los trajes de sirena con godetes de plumas, volantes o larguísimas colas. Colores, el negro absoluto, el azul petróleo y el blanco es sus dos vertientes: roto y níveo. Las telas, realzadas con aplicaciones de lentejuelas, perlas, bordados y recamados con pedrería, brillos y encajes negros, de oro y de plata. El único actor elegante: José Coronado. Nieves Álvarez, insuperable con un traje, de nuevo de Stephanne Rolland, con realces bordados submarinos de coral dorado, y Silvia Abascal de negro con gran cola y lazadas de plástico negro. Como Ana Belén, la musa de la izquierda caviar, envuelta en un traje negro de Armani con una lazada en el hombro derecho. Este año escasearon las joyas y los cuellos lucían con una elegante desnudez. Lo más singular fue ver a los actores más comprometidos con el futuro de Coca-Cola haciendo publicidad de la marca de forma desinteresada. Sonaba raro. Manel Fuentes inició el discurso inaugural con una referencia a la ausencia de Wert sin que Lasalle perdiera la sonrisa. Pero no lo encuadraron cuando Manel se puso el mundo por Montoro. El público lo agradeció, encantado de reconocerse. Inopinadamente, apareció el presidente de la Academia, González Macho, repitiendo el discurso de año pasado pero con más pensamiento positivo y las mismas acusaciones. ¿A quién? Al Gobierno. Sin excederse, no vaya a creerse el protagonista de «la fiesta del cine español», el mismo que agoniza con más subvenciones que público. Y agradece a Ignacio González haber pedido bajar el IVA cultural con discretos aplausos al político liberal. Todo es posible en los Goya. El siempre reivindicativo Javier Bardem metió dos morcillas certeras en la línea de flotación del ministro de «anticultura» antes de entregarle el merecido premio de interpretación a Terele Pávez. Le sucede el recurrente número musical que vuelve a demostrar cada año la incapacidad del artisteo hispano para cantar y bailar y evolucionar en escena con una coreografía de parvulario. La buena noticia de la gala es que fue rápida, plana pero al grano. Tanto, que sólo la animaron esos ligeros toques políticos que salpimentaron los interminables discursos de los premiados. Gracias, Mariano Barroso, por volver a pedir la dimisión de Wert. ¡Ay, ministro, qué le das a los del cine español que no quieren ni verte!

Cuando la Gala entró en una fase de encefalograma plano y alguien en la platea gritó ¡desfibrilador! apareció Muchachada Nuit y logró revivir por unos segundos estos Goya del 2014 al borde de un ataque de tedio.