Cine
Robert Redford, tal como era
Su personalidad tranquila, nunca involucrado en papeles en los que tuviera que imponerse como macho alfa, su atractivo físico y emocional eran indudables
¿Qué une a Robert Redford con Alan Ladd y Leonardo di Caprio? Que los tres fueron galanes guapos, rubios y grandes seductores que interpretaron a Jay Gatsby. Un gánster en busca de rehabilitación social y el amor de la egoísta Daisy. El Gatsby de Redford, en technicolor, parecía tan irreal, tan evanescente, que Daisy se enamoraba de una fantasía cuando Gatsby abre el armario y le muestra decenas de camisas de colores pastel que lanza al aire. Daisy llora sobre una camisa y dice: «Nunca antes había visto camisas tan bonitas». Entonces se miran y descubren emocionados de qué materia tan sutil están hechos los sueños. De ese sueño trataban los papeles que interpretaba Robert Redford, pues imponía siempre su imagen de gran estrella sobre el personaje.
Tenía la misma impronta que Steve McQueen: interpretación contenida, sonrisa encantadora, parco en gestualidad y emotividad. Ambos definían al personaje de forma naturalista. Economía de gestos frente a la exagerada «motivación» de la generación anterior, Brando, Dean, Newman, troquelados por el Actor Studio con sus tics insufribles. La carrera de Robert Redford dio un salto espectacular al triunfar en Broadway con una comedia de Neil Simon «Descalzos por el parque», en el cine, con Jane Fonda, con quien interpretaría cuatro películas y un amor no consumado: «La jauría humana» (1966), «Descalzos por el parque» (1967), «El jinete eléctrico» (1979) y ya su vejez «Nosotros en la noche» (2017).
El enfrentamiento con Marlon Brando en «La jauría humana» (1966) fue un aldabonazo en su prometedora carrera, además de un aviso de reemplazo generacional, que acabaría por un pacto entre iguales al coprotagonizar junto a Paul Newman «Dos hombres y un destino» (1969), dando nueva vida a las «buddy movie», pelis en las que dos colegas huyen juntos. El éxito fue tan clamoroso que consagró a Redford como mito sexual de los años 70, pese a su escaso «sex appeal» en la pantalla.
Su personalidad tranquila, nunca involucrado en papeles en los que tuviera que imponerse como macho alfa, su atractivo físico y emocional eran indudables. Razón por la que, ya en su madurez, Adrian Lyne lo escogió para interpretar al millonario que le propone a un joven matrimonio un millón de dólares por pasar una noche con su mujer, Demi Moore, en «Una proposición indecente» (1993). Hasta ese momento, la carrera de Robert Redford fluía como dos ríos paralelos. Uno, comedias de atracos y filmes del oeste nada convencionales. El mejor y más recordado es «El golpe», de nuevo con Paul Newman, otra peli de colegas en la que dos ladrones planean una estafa tan elaborada como una película de Hollywood. El otro, varios taquillazos que lo consagrarían como la megaestrella de los años 70. Primero «El candidato» (1972), epítome del político honrado. El eslogan de la peli era «Demasiado guapo. Demasiado joven. Demasiado de izquierdas. No tiene ninguna posibilidad. ¡Es PERFECTO!».
Robert Redford alardeaba de su izquierdismo caviar. Presente en muchas de sus pelis más políticas como «Todos los hombres del presidente» (1973), en la que junto a Dustin Hoffman personifican a los dos periodistas del «Washington Post», Bob Woodward y Carl Bernstein, que revelaron el escándalo Watergate. Pero, sobre todo, el filme que lo convertiría en el amante perfecto para una izquierdista que sueña con un amante de derechas hasta que se da cuenta de que su amor es imposible. «Tal como éramos» (1973) es el tipo de comedia romántica de izquierdas que hizo soñar a todos los públicos.
Si se entorna los ojos, puede verse en el guion de Francis Ford Coppola la pareja formada por los conspicuos comunistas Dashiell Hammett y Lillian Hellman. La dirigió Sydney Pollack, que trabajaría con Redford en siete ocasiones, la última en la memorable «Memorias de África» (1985) con Meryl Streep, con quien, como con Barbra Streisand, formaría otra de sus míticas parejas de cine. Por su interpretación tranquila, casi sin mover un músculo, su pose elegante y la levedad de su belleza lo convirtieron en la gran estrella progresista de los años de la contracultura.