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Santiago Posteguillo: «El error de César fue no ser como un dictador del siglo XX»

El novelista, que comenta que la magnanimidad del militar romano con sus adversarios y enemigos fue lo que le costó la vida, publica «Maldita Roma», donde cuenta el primer triunvirato, la rebelión de Espartaco y el comienzo de la guerra de las Galias, que convirtió a Julio César en un líder para las legiones
Santiago Posteguillo en el yacimiento arqueológico de Bibracte
Santiago Posteguillo en el yacimiento arqueológico de BibracteAsís Ayerbe

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Aquí es donde empieza y termina la guerra de las Galias; el lugar donde Vercingétorix, en una asamblea popular, fue proclamado caudillo y el sitio donde Julio César, en plena ascensión hacia la cima del poder, dictó a un escriba una frase destinada a hacer historia: «Gallia est omnis divisa in partes tres», primera oración de un libro que escribió en tercera persona, una fingida modestia ideada en el fondo para procurar mayor relieve y grandeza a su nombre y procurarle un brillo que ya no olvidarían durante siglos ni los senadores ni la plebe de Roma.
El emplazamiento arqueológico de Bibracte, la vieja capital de los eduos, ubicado entre las fragosidades, angosturas y quebradas que moldean el monte Beuvray, está hoy ocupado por un tupido bosque de castaños, helechos y retamas. Una arboleda brumosa y húmeda hecha de troncos recubiertos de moho, senderos que se pierden y un suelo tapizado por un denso lecho de hojas amarillentas en el que asoma aquí y allá un rastro de muros de piedra, empalizadas defensivas y aljibes de original contorno. Una remotas estructuras que aparecen, de una manera dispersa, en medio de un sobrecogedor silencio apenas interrumpido por el pausado sonido de las gotas de aguas que se desprenden de las ramas.
Ya no quedan en este lugar ninguna de las antiguas casas de madera de los antiguos pobladores celtas –que solo contaban con cuatro modelos que los carpinteros construían en serie, como si fueran módulos de Ikea– que ocuparon este remoto oppidum, situado en un estratégico punto defensivo. En una cota que permitía controlar los alrededores y que a la vez estaba bien provisto de lo esencial para sobrevivir en un mundo hostil: agua, minerales, madera y caza.
Carnyx, un instrumento de los celtas para llamar a la guerra. Las legiones conocían bien su sonido
Carnyx, un instrumento de los celtas para llamar a la guerra. Las legiones conocían bien su sonidoWikipedia
Los restos arquitectónicos que los arqueólogos desentierran pertenecen en su mayoría a villas y basílicas de época romana, recuerdo de una romanización que acabó imponiéndose y que a la larga conllevó que sus habitantes acabaran recostándose en las ondulaciones del valle, más confortable y cómodo, y el emplazamiento, abandonándose. Santiago Posteguillo, bien abrigado –guantes, gorro y un grueso abrigo– pasea por el lugar. El escritor acaba de publicar «Roma maldita» (Ediciones B), la segunda parte de su monumental biografía novelada dedicada a Julio César.
Si el primer volumen estaba dedicado a sus inicios, a su tío Mario y a la dictadura de Sila, la presenta entrega abarca 18 años de la vida del militar romano. Da cuenta de cómo alcanza el poder político y económico, cómo se convierte en uno de los tres hombres más poderosos (junto con Pompeyo y Craso, que forman el primer triunvirato) y en general de varias legiones romanas. Un relato que se cruza con la rebelión de Espartaco, la aparición de una princesa de Egipto aún niña, Cleopatra, y la batalla que da inicio a la guerra de las Galias, que se da aquí, en Bribacte, donde César derrotó a los helvecios e hizo luchar por primera vez a los ejércitos de Roma en dos frentes. «Él no perseguía invadir la Galia, sino la Dacia. Esa era su intención, pero entonces se produce la invasión de los Helvecios. Ellos viajan desde el norte y se quieren asentar en las tierras de los eudos, aliados de Roma. Estos piden ayuda y el hombre que manda en Roma es Julio César», puntualiza.
El novelista aclara que después los pueblos galos se volverán contra Roma y es cuando él decide zanjar con uno de los grandes adversarios, aquellos que en el 390 a. C, encabezados por Breno -que en realidad no existió como explica este artículo del historiador Alberto Pérez-, líder de los senones, ya saquearon y ocuparon la urbe del Tíber: «Nunca hay que olvidar que por eso y por mucho más los romanos temían a los galos. Ellos fueron los que ayudaron a Aníbal para llegar a las puertas de su ciudad, los que desviaron a los teutones y los cimbrios para que marcharan sobre ellos. Por dichos antecedentes, César toma la decisión de solucionar esto y poner la frontera en el Rin».
Casco que usaban los celtas en las Galias
Casco que usaban los celtas en las GaliasWikipedia
Anticipándose a una cuestión, él mismo procede a una aclaración y a responder a las voces que desacreditan a César y lo acusan de asesino por sus campañas en Galia: «Entonces no existía la ONU. Una vez que se desencadena una guerra sabemos lo que sucede. Hay muchas acciones cometidas en el pasado que se pueden considerar inapropiadas con los valores del presente, pero estos valores no eran los del pasado. Los enemigos de César hubieran hecho lo mismo con él si hubieran ganado. Entonces sus acciones se veían de otra forma. No podemos valorar moralmente desde el presente, porque César y sus enemigos tenían una moralidad distinta a la actual».
Santiago Posteguillo se apresura a decir que existe «una revisión interesada e ideologizada de Julio César y otros personajes de la Historia». Y lo explica: «Si buscas en la wikipedia en español: ‘‘Asesinos de césar’’, no te sale nada. Tienes que buscar por ‘‘liberadores de la república romana’’. Pero eso es aceptar el nombre que se dieron a sí mismos los asesinos de César. En cambio, en inglés, sí existe la entrada «Assassination of Julius Caesar». Esa ideología está asumiendo que la tardo república romana es igual a una república del siglo XXI donde existe sufragio universal, libertad, de expresión, separación de poderes... Pero esa república no tiene que ver, Cicerón y Catón querían tener el control de todas las riquezas de Roma, no el reparto de ella».
El novelista describe en este volumen su éxito político: «Para conseguir sus objetivos tiene que derrotar a sus enemigos. Primero lo intenta judicialmente, aunque observa que la justicia es corrupta y los senadores, también». Lo intenta políticamente, pero irán a por él». En este punto, el escritor no lo duda y afirma: «César era notablemente más coherente que el político hoy en día, que suelen incumplir su programa, lo retrasan o lo dejan para el último momento. César, el primer día de su legislatura, presenta sus propuestas. Ahí no veo mentira, en lo público. La mentira está más extendida en la política de hoy que en el senado de Roma, donde las cosas se decían a las claras y cada uno defendía lo que defendía. El nivel de mentira no es como el actual, de una desfachatez de tales niveles que todos vivimos en la perplejidad. Eso de que la gente haga lo contrario de lo que ha dicho. Es absurdo y lo único que explica que no suceda nada es que hay una sociedad adormecida con un sistema educativo que no promueve la crítica».
Y concluye: «Estoy harto de ver políticos de un signo y de otro decir que van a invertir en investigación.. pero ninguno lo aumenta. Hay una élite política en nuestro país que no tiene interés en que la gente sea crítica con el sistema. A nivel general». Santiago Posteguillo reivindica, por eso, la educación: «El reconocimiento del esfuerzo y el desarrollo de una capacidad crítica», porque es «la mejor herramienta para evitar la inercia de un poder que tiende a la autocracia. Si haces un repaso de los actuales gobernantes en China, Rusia y miras quién va a ganar en Estados Unidos, piensas, ¿otra vez Trump? No es para dormir. Hay que conseguir que a esos países lleguen a transformaciones democráticas y que otros como Estados Unidos no caigan en líderes cuestionables».
El autor no niega que Julio César, «a medida que acumula el poder, no se vayan viendo luces y sombras en él», pero, al mismo tiempo, señala su peor equivocación: «El gran error de César es la magnanimidad en la victoria. Perdona la vida a todos sus enemigos, a los que derrota en la guerra civil. Esto se sale de la idea general que existe sobre un dictador, porque ninguno lo hace. Los grandes genocidas del siglo XX y XXI aniquilan a la oposición; César, al vencerlos militarmente, les ofrece el perdón. Estos supervivientes son los que después le rodean y asesinan. Así que puede decirse que no ser como un dictador del siglo XX fue el error de César. Probablemente no habría muerto si hubiera ido más lejos. De todas formas, es una figura con enormes matices. Él no era un dictador como los de la centuria pasada. No compartía sus características».
Una de las cuestiones que le preocupan a Posteguillo es la educación y el futuro de una democracia donde el peso de las humanidades se ha evaporado o se está deshaciendo. «La democracia se encuentra en crisis y tiene que plantearse que su supervivencia está sujeta a que no se pierdan unos valores. No todo puede ser digerido por una democracia occidental. Si lo intentas, al final vas a perder valores intrínsecos. La cultura, el teatro, la literatura, el conocimiento histórico del pasado... en la medida que suprimes eso, la democracia se debilita».