Todos quieren ser Adolfo Marsillach
Emblema de las tablas españolas y padre de la Compañía Nacional, el Festival de Almagro sube el telón esta noche con sus textos en un homenaje protagonizado por Núria Espert, Lluís Homar, Carlos Hipólito, Adriana Ozores...
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Hay un nombre al que, solo por detrás del propio arte escénico, la Compañía Nacional de Teatro Clásico le debe todo, o casi todo: Adolfo Marsillach (Barcelona, 1928-Madrid, 2002). En palabras de Carlos Hipólito, fue esta institución la que el dramaturgo, actor, gestor y director nos dejó como «regalo». Y es que hoy, justo después de la entrega del Corral de Comedias a Lluís Pasqual, Marsillach será el encargado de subir el telón de la 45 edición del Festival de Almagro. Lo hará en el teatro que lleva su nombre (antiguo Hospital de San Juan de Dios) con Adolfo Marsillach soy yo, una pieza que se debate entre el recital y el homenaje y en la que el foco estará puesto en los propios textos del autor, eso sí, en boca de un grupo de amigos: el citado Hipólito más Núria Espert, Natalia Huarte, Adriana Ozores, Dani Espasa, María Hinojosa Montenegro, su hija Blanca (Marsillach) y Lluís Homar, también director del montaje y actual responsable de conservar su herencia al frente de la CNTC. Trece reflexiones que se mueven de la ficción a la realidad y que «intentan mostrar la manera de entender el mundo que tenía Adolfo sobre el teatro, la vida y su personalidad», explica Hipólito.
La Compañía Nacional rinde así tributo a un hombre que sabía que llegaba tarde para formar su sueño («no hemos tenido un teatro nacional estable a la manera de la Comédie francesa, que cumplió en 1980 trescientos años y que arranca de un decreto de Luis XIV. Ni siquiera nos sentimos en la obligación de imitar a los franceses, como hicieron los ingleses a partir de 1879, a raíz de una visita a Londres de la Comédie con Sarah Bernhardt, sentando las bases de lo que luego fue el Old Vic y, más tarde, el actual The National Theatre a orillas del Támesis», firmó), pero que, igualmente, tenía claro que lo fundamental era pegarse con cualquiera para lograrlo.
«¿Qué sería hoy del teatro de nuestro Siglo de Oro si no llega a ser por Marsillach?», se pregunta Homar: «Es un ejemplo dentro de una cultura como la española, en la que damos muy poco valor a nuestro patrimonio. Le quitó el polvo a Calderón, Lope y Tirso [entre otros] para demostrar que no había nada más actual, que fueron como nosotros. Sabía que el teatro solo tenía sentido si estaba vivo», comenta el director y actor. «Vio en los jóvenes una inversión de futuro», apunta Hipólito, y apoya Espert: «Son la esperanza».
De esta forma clamaba Marsillach por sacar adelante ese fortín en defensa del teatro clásico en el que se ha convertido la Compañía que fundó en 1986: «No faltaron proyectos, propósitos, ideas y buenas intenciones, pero nada consiguió la estabilidad precisa, la organización indispensable, la economía suficiente. El Teatro Español [me estoy refiriendo al edificio] pasó por distintas etapas, probó diversos sistemas... Ni la intervención del Estado, ni la ayuda de las subvenciones oficiales bastaron para resolver un problema cuyo origen estaba en la negligencia de los funcionarios y en la desidia de los comediantes. Todo el mundo [desde Moratín en adelante] hablaba de necesidad de mantener, preservar y propiciar nuestro “glorioso repertorio”, pero nuestro repertorio [glorioso o no glorioso] andaba el pobre por ahí, en manos, con frecuencia, de cómicos sin talento y empresarios sin escrúpulos. Los clásicos se convirtieron en pasto generoso para la voracidad de los divos romanticoides que declamaban con más pasión que raciocinio, con mayor voz que sentimiento», afirmaba Marsillach en un texto que hoy y mañana representará Huarte sobre las tablas.
Por su parte, el responsable de la dramaturgia de este montaje, Xavier Albertí, destaca del autor de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? y El saloncito chino su «inteligencia finísima» y su «ironía deliciosa» que, además, tuvo la «sana capacidad de convicción para convencer a las administraciones». Albertí va un paso más allá y pide entre risas que le hagan «santo solo por lograr eso»; y Espert recoge el guante para definir «eso»: «Una subvención que tenía que durar toda la vida. Porque no se puede formar una compañía con un teatro tan denso como el nuestro para borrarla y olvidarla con los años. Hay que hacerla cada vez más fuerte y revitalizarla», señala una de esas damas del teatro por derecho propio que, sorprendentemente, recuerda que «no he trabajado nunca con la Compañía Nacional, pero la admiro mucho».
Espert conoció bien a Marsillach, con quien coincidió por primera vez en el teatro radiofónico de RNE; también Hipólito, que todavía hoy presume de su amistad forjada en los 90: «Pude estar cerca y aprender mucho»; o Adriana Ozores, que recuerda esos primeros trabajos de mesa «apasionantes», donde se desmenuzaban las obras «desde la inteligencia» para entender qué decían. La preocupación del barcelonés era cuidar el verso y la palabra, y Homar se hace cargo: «Somos el templo de la palabra. Más todavía con el maná de autores que tenemos a nuestra disposición, con los que debemos encontrar la manera para que los ciudadanos sientan correspondidos los impuestos que pagan».
Todos ellos se dan la mano en lo «mucho» que le debe el teatro español a don Adolfo Marsillach y en lo «orgulloso» que estaría de la evolución de la Compañía Nacional, su Compañía. «Hay un antes y un después de su aparición», cuenta Hipólito.
- Dónde: Teatro Adolfo Marsillach, Almagro (Ciudad Real). Cuándo: hoy y mañana. Cuánto: 20, 26 y 29 euros.