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Claudio Tolcachir: "Cuando el teatro no te enamora es como tener mal sexo"

El director argentino sube a las tablas del Teatro Bellas Artes "Las guerras de nuestros antepasados", de Miguel Delibes, con Carmelo Gómez y Miguel Hermoso como protagonistas
Carmelo Gómez (izda.) y Miguel Hermoso protagonizan la obra de Delibes
Carmelo Gómez (izda.) y Miguel Hermoso protagonizan la obra de DelibesPentación

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Claudio Tolcachir se toma cada obra de teatro como "una convivencia profunda". "Eso es lo que me interesa descubrir", dice el director argentino. En este caso, en Las guerras de nuestros antepasados (Teatro Bellas Artes, desde el 25 de enero), de Miguel Delibes, uno de sus "deseos" era trabajar con Carmelo Gómez y con Miguel Hermoso, con el que lo había intentado "en varias ocasiones, pero que nunca se había logrado"; ahora es el psicólogo y "la voz del espectador que se pregunta cosas". Y sobre el primero, Tolcachir se rinde ante "un actor superlativo" del que destaca su "entrega" y "minuciosidad".
Aunque ellos tres son solo unas pocas piezas de un equipo que ha hecho que el director, afincado en Madrid desde hace ya más de un año −"me siento de acá y de allá"−, vuelva a "enamorarse" del teatro; ya desde unos ensayos "que fueron lo más parecido a un ideal. Probábamos lo que se nos ocurría. Había intensidad y alegría, algo con lo que se sueño, pero que no siempre se logra. Me gusta trabajar frenéticamente y no por eso no dejo de disfrutarlo. Lo vivo con pasión", cuenta Tolcachir −que hace doblete en Madrid con el regreso de Próximo, en la Mirador, donde se lanzó a las relaciones "de videollamada" antes de su "boom" durante la pandemia− de esta obra de "acción", y "no de relatos", apunta, pese a que el protagonista vaya abordando su vida a lo largo de siete noches.
"Me importa que el teatro no sea una pieza de museo ni un homenaje al pasado. Busco algo más parecido a un partido de fútbol", cuenta quien todavía arrastra la resaca victoriosa del Mundial de Catar, "que intrigue, atrape, divierta, que te deje conmocionado, que te atraviese la cabeza y el alma". Se aborda así una historia que se publicó en 1975 y que Delibes llenó de imágenes que Tolcachir quiere que se "sientan, se vean y se huelan". Un material que el director ha "organizado para que la obra se mantuviera viva". Es así como ha vuelto a "enamorarse", repite.
−Y no es la primera vez...
−Siempre con nuevas citas. El teatro tiene algo peligroso; para mí sigue siendo una vocación y no se ha transformado en una profesión. Sigue siendo un acto de fe, y cuando no te enamora es como tener mal sexo. Debe ser incómodo, angustiarte, tiene que suceder... Tiene que haber encuentro y fascinación. Cada vez que te vas a encontrar con un grupo nuevo de actores puede suceder o no, y por eso es muy lindo. Me lo dijo un director cuando era actor: "Intentemos que sea un hermoso recuerdo para todos".
[[DEST:L|||"El teatro tiene algo peligroso; para mí sigue siendo una vocación y no se ha transformado en una profesión"|||Claudio Tolcachir]]
−Menos bonitas son las "guerras".
−Lamentablemente, sí, y no solo por lo literal de tener una guerra al lado. La diferencia es que ahora lo vemos por el teléfono o la televisión. No sé si ello nos hace más o menos conscientes del dolor. Uno ve las imágenes y las convierte en ficción. Aquí hablamos de violencia más allá de la guerra, como forma de comunicación, como forma de resolver asuntos de poder. Pero no es un texto que adoctrine para decir que la violencia es mala. Te permite ver cómo un chico de una extrema sensibilidad, como dice Carmelo (Gómez) tiene una guerra declarada que no la declaró él: lo hizo su sociedad, su mundo, su familia, y no se puede escapar del mandato de la violencia. Lo que es muy interesante para abordar cómo educamos a nuestros hijos y cómo nos defendemos de la violencia.
−¿Quedan lugares sin violencia?
−Creo que sí. Conozco mucha gente que construye desde el amor, que pone su vida al servicio del otro. Yo pertenezco a un mundo particular, que es el del teatro, por lo menos, como lo entiendo yo, que tiene muchos valores de lo que yo me enamoré y sentí cuando era chico y no encajaba en ninguna parte del mundo. En el teatro ser diferente no es un problema, sino un valor. Uno se puede alimentar de la diferencia del otro. Hay espacio para todos. El teatro nunca puede ser individual, sino grupal. EL protagonista es necesario, pero también el técnico de luces y el espectador. Si no está uno, tenemos un problema. Nos necesitamos todos sanos.
−¿La violencia es algo innato?
−Sí, pero está en el camino de cada uno el controlarla. Yo conozco mi violencia y podría decir que le tengo mucho miedo. Por otro lado, soy padre, miro a mis hijos y qué difícil es saber que se van a encontrar con violencia en la realidad. ¿Cómo se prepara a un niño para que no esté desvalido? NO tengo una respuesta. El problema es la naturalización de la violencia y cómo hay que convivir. También es violencia que pase un coche deportivo al lado de alguien que vive en la calle, pero ahí la naturalizamos y no nos conmueve el dolor del otro. Para eso sirve el teatro, para despertar.
−¿"Las guerras de nuestros antepasados" son nuestras propias guerras? ¿Se puede pasar página?
−Todavía me pregunto si ese "pasar página" tiene que ver con el silencio. Algo muy polémico en mi país y aquí. No creo que pasar página quiera decir guardar silencio. Es necesario sanar. Aunque sea complicado, es necesario revisar, hablar, si no se hace así lo más probable es que todo se repita. Tengo 47 años y veo mucha gente joven que no ha vivido una guerra o una dictadura y reivindica la violencia o el fascismo como una solución que no hubiera existido nunca. Eso me resulta entre doloroso y aterrador. Es necesario revisar el pasado y ver cómo se sufrió y qué heridas dejaron, incluso en quienes no la vivieron de primera mano. Las herencias de las guerras están en nuestro cuerpo. También hay peleas que no tenemos que dar, que no son nuestras. Personalmente, creo que uno puede operar en su entorno desde el amor y la comprensión.
−¿Por qué las "guerras" de Delibes son también las suyas o las mías?
−Cuando lo leí, un texto profundamente español por su lenguaje y sus historias, lo entendí todo. Vi a mi abuela, el pueblo de mi familia, las competencias entre vecinos... Por eso es un material universal. Nunca lo dije porque nunca lo había entendido, pero me daba ternura escuchar a mis abuelos en los ensayos. Soy enemigo de que para apropiarse de una obra haya que modernizarla con un micro y unas pantallas, no. El teatro tiene algo artesanal.