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Teatro
Autoría: Lope de Vega. Adaptación: María Folguera. Dirección: Rakel Camacho. Intérpretación: Pedro Almagro, Mikel Arostegui Tolivar, Lorena Benito, Carmen Escudero, Mariano Estudillo, Cristina García, Jorge Kent, Pascual Laborda, Vicente León, Lucía López, Cristina Marín-Miró, Chani Martín, Eduardo Mayo, Nerea Moreno, Laura Ordás, Jaime Soler Huete, Fernando Trujillo, Adriana Ubani y Alberto Velasco. Teatro Adolfo Marsillach (Festival de Almagro), Ciudad Real. Hasta el 13 de julio.
De los llamados dramas municipales o dramas de honor villano, género que el propio Lope de Vega inventó o resignificó en el Siglo de Oro, probablemente sea ‘Fuenteovejuna’ el que más hondo ha calado y mejor ha perdurado en el imaginario colectivo hasta nuestros días. La razón puede ser que en ningún otro es tan importante como en este precisamente eso, lo colectivo. Es la incorruptible unión de sus habitantes, como todo el mundo sabe, lo único que permite al pueblo cordobés que da título a esta función imponerse al tirano y restituir su propia dignidad después de que haya sido pisoteada y ultrajada.
Y con esa idea de hacer que la comunidad sea la verdadera protagonista parecen haber trabajado María Folguera -autora de la versión- y Rakel Camacho -directora- en esta nueva y contundente aproximación a la obra que constituye el primer estreno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico con Laila Ripoll al frente de la institución.
Incluso en lo que concierne a las interpretaciones, se han potenciado las posibilidades corales, hasta donde la acción lo permite, y se ha conformado un compacto elenco de 19 actores en el que, curiosamente, conviven profesionales sin apenas experiencia en el verso con otros que ya tienen un considerable bagaje en el Siglo de Oro, a pesar de la juventud de algunos de ellos. Sí llamará la atención, en el plano individual, Alberto Velasco, que convierte a Mengo en una persona con discapacidad -el mal llamado tonto del pueblo- rebosante de nobleza y sencillez.
Desde el punto de vista de la producción, el montaje es, desde luego, un montajazo. Mónica Boromello, con su apabullante pero funcional escenografía, y la iluminadora Pilar Valdelvira crean una convincente y desasosegante atmósfera que recuerda a la de las grandes tragedias grecolatinas.
No menos imponente es el ecléctico y original vestuario de Rosa García Andújar. Por si fuera poco, hay un esmerado trabajo de movimiento escénico, responsabilidad de Sara Cano, y una estupenda música, fruto de la colaboración de Raquel Molano con dos miembros del grupo Pony Bravo: Pablo Peña y Darío del Moral. Cierto es que la acción dramática se ralentiza y se desvía más de la cuenta por algunas coreografías que se dilatan sin necesidad y por el exceso de elementos sonoros que, tal y como están usados, no aportan mucho a la dimensión narrativa ni representativa de la historia (el serrucho sería uno, por ejemplo); pero no es menos verdad que las canciones, y la manera en que están arregladas e interpretadas, son extraordinarias, algunas inspiradas de manera muy emotiva en el folclore tradicional o tomadas directamente de él.
Una emotividad que, curiosamente, es lo que más se echa en falta en el espectáculo si dejamos de lado la música. No parece un descuido, sino una deliberada opción de la directora, abordar la violencia de una manera casi aséptica, dejando de lado, o pasando ligera por ellos, los momentos más sentimentales y más cómicos de la obra, que también los tiene. Sin duda, el resultado es impactante y radical (algunas escenas recordarán por su composición y su estética a la mítica y controvertida película 'La naranja mecánica', de Stanley Kubrick); pero se sacrifica, creo que sin motivo, la belleza de algunos pasajes eminentemente líricos, como ocurre con el soneto de “Amando, recelar daño en lo amado / nueva pena de amor se considera…”, o en el famoso monólogo en el que Laurencia recrimina a sus vecinos y a su padre que no actúen después de conocer los “delitos atroces” que se han cometido contra ella. Llámenme antiguo o tiernito, pero a mí, cuando veo ‘Fuenteovejuna’, me gusta tener que contener la lágrima asistiendo al sufrimiento, la desesperación y la impotencia de Laurencia después de haber sido violada por el miserable comendador. Y aquí eso no ocurrió.
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