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Crítica
«El cuento del zar Saltán»: Del cuento a la realidad
Obra: «El cuento del zar Saltán», de Nicolái Rimski-Kórsakov. Reparto: Bogdan Volkov, Svetlana Aksenova, Ante Jerkunica, Nina Minasyan, Carole Wilson, Stine Marie Fischer... Orquesta y coro titulares. Dirección musical: Ouri Bronchti. Direc. escénica: Dmitri Tcherniakov. Madrid, 30-IIV-2025.

Éxito en el Teatro Real de «El cuento del zar Saltán» (1900), una ópera de Rimski-Kórsakov casi desconocida fuera de Rusia y recuperada para el repertorio gracias a la puesta en escena de Dmitri Tcherniakov. La Monnaie la estrenó en 2019, en coproducción con el Real, y la repuso en 2023. La música celebra a la vez el color del folclore ruso y el de la orquesta occidental, que Rimski vivifica como nadie. Además, mima el canto. Con rara disciplina, lo mantiene siempre en el primer plano. «El zar Saltán» es un cuento infantil con todos los elementos reglamentarios: trío de hermanas (dos malas y una buena), madrastra malvada, padre ausente, hijo esforzado, tierras lejanas, tareas difíciles y animales mágicos (cisne, ardilla, moscardón) que administran las metamorfosis. El vuelo de este moscardón da lugar al pasaje más conocido y versionado de la historia de la música. El libreto de Vladímir Belski, en su atención a la mecánica operística, renuncia a muchas de las aristas y repetitividades que dan vigor a los cuentos de hadas e imperan en el original de Pushkin, pero posibilita a cambio una ópera genial. El principal responsable del éxito es Tcherniakov, que asume la autoría del espectáculo no trasladando la ópera ni resignificándola desde la escena, sino ampliándole la perspectiva con un «zoom out»: resulta que el cuento se lo está contando una madre a su hijo autista. La historia entera cambia, pero no por sustitución, sino por desarrollo. Todo el montaje surge, de una forma u otra, de Pushkin y Rimski. Incluso la conversión en tragedia del final feliz se entiende como evolución adulta del cuento infantil que, como todos, no es sino una muleta con la que andar la realidad. La sensación, entonces, es de autenticidad escénica. Y de virtuosismo: proyecciones que se solapan con lo corpóreo, vestuario que delimita los planos del relato, dibujo de decorados en vivo y eficaz movimiento de masas. Pero el gran logro de este espectáculo surge de la capacidad escénica y vocal de sus dos protagonistas: Bogdan Volkov (Príncipe Guidón y niño autista), magnífico tenor y asombroso actor –además de hábil grafitero–, y la soprano Svetlana Aksenova, muy convincente como Zarina y como madre atrapada en una situación difícil. Ante Jerkunica (Zar) es un buen bajo de emisión fácil algo limitado en el agudo. Nina Minasyan (Princesa Cisne) mostró muy bonita voz, sobre todo en la mitad de arriba. De las tres malas destacó Carole Wilson (Barbarija) por presencia vocal y escénica. El elenco entero brilló a buena altura y también el coro y la orquesta, con un maestro Ouri Bronchti que tuvo que sustituir a última hora al previsto.
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