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cultura
Marta Ribera, musa de Antonio Banderas: "Me estoy planteando dejar esta profesión"
Tras el Soho de Málaga, protagoniza 'Gypsy' en Madrid, sin embargo, reclama reconocimiento más allá del que le muestra su director

«La Ribera es mucha Ribera», suspiraba Antonio Banderas –en calidad de director de «Gypsy»– la misma noche del estreno del musical en Málaga. «Hay elementos que no están sujetos a estudio y el caso de Marta es uno de ellos. Lo suyo viene de nacimiento, no se aprende. Lo tienes o no lo tienes».
Pero su discurso iba más allá; se quejaba de la falta de reconocimiento de una actriz que lleva toda la vida en esto y que sufre en sus propias carnes ese desprecio: «Me cansa», reconoce la protagonista.
Siente que su vida es como el castigo de Sísifo, un constante volver a empezar, como si estuviera anclada en aquella Gerona de los años 80 y 90 de la que salió tras estudiar el COU y estar un año en la escuela de hostelería de Joan Roca. Desde Madrid –donde protagoniza «Gypsy» (Apolo) tras su paso por el Soho de Málaga– mira con nostalgia a su casa pese a «no ser profeta en mi tierra», dice. «Nadie lo es. Yo, por ejemplo, no he actuado nunca en el Teatro Municipal, solo de pequeña en un festival de ballet».
−¿Cómo le suena eso de «musa de Antonio Banderas»?
−¿Tú crees? [Ríe] Desde el primer día hubo chispa a nivel profesional y de entendimiento. Somos como dos animales que se miran y se reconocen. Ahora me toca ser cabeza de cartel. Es importante que la persona que tire del carro sea alguien que conozca el medio.
−Usted algo sabe de esto...
−Si te soy sincera, llevo treinta años, he hecho más de veinte musicales, más de veinte compañías, he trabajado con tres generaciones... Y a veces sientes que te debes morder la lengua porque la profesión va hacia lugares que no me gustan. Te tienes que callar porque la vida sigue. Hay que meterse hostias para aprender. Pero ves cosas con las que no estás de acuerdo.
−¿Qué se hace mal?
−No diría mal, sí diferente. Sabes que de esa manera el resultado no puede ser el que se piensa y te callas. Yo «solo sé que no sé nada».
−Es muy recurrente la frase de que los musicales, en España, están mejor que nunca, ¿no?
−Llevo escuchando eso de que hice «West Side Story» en los 90. Ahora pienso que hay que pensar en qué clase de teatro musical se está haciendo. Y no me quiero meter en un lugar en el que no debo, así que lo diré con comida: no es lo mismo «fast food» que una cocina bien. Con el teatro musical pasa lo mismo. Y aquí Antonio ha escogido una función arriesgada que no es para el público que va a comer palomitas al teatro y a reír. Va más allá. No es saltar, bailar y ji, ji, ja, ja. Debes querer enterarte de lo que hay en el fondo. Mi personaje, Rose, es un bombón envenenado porque si no entras te puede parecer desagradable. Al público hay que educarlo y no hacerle tragar cualquier cosa.
−Hace de Rose, de la madre, pero usted ha sido más Gypsy.
−Sí. Mi vida es mucho más esa. De hecho, hace años, cuando tenía veintipico, se me planteó la posibilidad de interpretarla. Aunque también tengo mucho de Rose, de esa manera de darle la vuelta a las malas situaciones y tirar hacia adelante. Gypsy Rose Lee no hubiera sido nada sin su madre.
−¿También persigue a su hija con los sueños propios?
−No, no. Que haga lo que quiera. No tienen ningún interés en esta profesión. La ha vivido de cerca y me ve sufrir. Desde el punto de vista del espectador estoy colgada en un cartel muy grande y Antonio habla maravillas de mí porque lo siente de corazón, pero las cosas no son como parecen. Detrás hay mucho sufrimiento y esfuerzo. El otro día, alguien me decía «eres muy buena, y lo sabes». Pues no lo sé. Soy una persona de más de 1,70, grande, con mucha personalidad y me ha tocado un personaje con fuerza, pero necesito que se me reconozca. No se puede dar nada por supuesto. Que salga a saludar como una reina no significa que lo sea. Falta empatía con las personas a nivel personal. Las personas que parecemos duras como tanques, guerreras, también tenemos nuestro corazoncito y tenemos complicaciones. Hay que hacerse muchas corazas trabajando en este oficio.
−De hecho, creo que usted pasa de redes y de críticas una vez que comienza un proyecto.
−Totalmente. Quiero tener las redes solo para poner mis tonterías y ver a mis amigos. No quiero que nadie me etiquete. Y no quiero escuchar ni lo malo ni lo bueno porque me afecta a la hora de interpretar. Trabajo para el personaje, para mi satisfacción personal y la del público. No para competir contra nadie ni para que me juzguen. ¿Se puede renunciar a que te nominen a un premio? No trabajo para eso. Me estoy planteando dejar esta profesión. Estoy agotada a nivel psicológico. La profesión es muy injusta.
−¿Eso es pesimismo?
−No. Es realismo. Yo no digo lo que no es. Soy feliz, pero no ciega.
−¿Qué le cansa?
−Bajar el telón de la última función y tener que irme al paro. Gracias a Dios, hay una propuesta para la temporada que viene, pero hasta octubre o cuando sea no tengo trabajo. Me cansa volver a empezar de cero constantemente. Yo no quiero ser famosa, pero después de tanto trabajo un reconocimiento estaría bien. En el teatro musical no tenemos los mismos placeres que otros. Todo el mundo debería pasar una vez en su vida por el musical.
−¿Qué es lo más duro?
−Llevo bailando desde los cuatro años. El físico tiene que estar en condiciones. La voz, igual: terminas y te vas a casa para callarte y ver qué pasa al día siguiente.
−¿Alguna lesión recurrente?
−Llevo con el menisco roto desde 2019. Estuve ocho meses escondiéndolo porque no sabía lo que me pasaba. Me dolía horrores y hasta que no terminé no me hice una prueba. Nunca me operaron.
- Dónde: Teatro Nuevo Apolo, Madrid. Cuándo: hasta el 27 de abril. Cuánto: desde 23,92 euros.
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