Zarzuela
«Pepita Jiménez», la tragedia entre el amor, el deseo, la pasión y las convenciones
La ópera de Isaac Albéniz, en la versión de Pablo Sorozábal, abre la temporada del Teatro de la Zarzuela
El gran éxito popular de «Pepita Jiménez», de Juan Valera, una de nuestras grandes novelas decimonónicas españolas, inspiró a Isaac Albéniz para componer una ópera homónima en 1895. Luis, un seminarista destinado al sacerdocio, se enamora de la joven viuda Pepita y mantiene una lucha interna al no querer aceptar el amor apasionado de ella, esto provoca un conflicto entre el deseo y el deber, retratado por Valera con elegancia y gran hondura psicológica. Con libreto en inglés, fruto de su colaboración con Francis Money-Coutts, Albéniz la estrenó en italiano en enero de 1896 en el Liceo de Barcelona, pero la obra no tuvo buena acogida y éste la revisó enriqueciendo la orquestación. Posteriormente se hizo en alemán en Praga (1897), en francés en Bruselas (1897) y París (1923), pero la primera vez que se representó en español fue en el Teatro de la Zarzuela en 1964 en una versión libre de Pablo Sorozábal, que introdujo variaciones en el final del argumento convirtiéndola en una tragedia en tres actos donde Pepita Jiménez se suicida por la tristeza del amor perdido. Esta versión de Sorozábal, que contó en su estreno con Pilar Lorengar y Alfredo Kraus, ha sido la elegida para abrir la nueva temporada del Teatro de la Zarzuela, bajo la batuta de Guillermo García Calvo, la siempre apasionada dirección escénica de Giancarlo del Monaco y la escenografía de Daniel Bianco. Del 1 al 19 de octubre, se han programado 14 funciones con un reparto que cuenta con tres «Pepitas», las sopranos Ángeles Blancas, Carmen Romeu y Maite Alberola; el joven seminarista será interpretado por los tenores Leonardo Caimi y Antoni Lliteres; junto a Ana Ibarra y Cristina Faus (Antoñona); Rodrigo Esteves (Pedro Vargas); Rubén Amoretti (vicario) y Pablo López (conde de Genazahar).
Un instinto especial
«El proceso de esta producción –cuenta Isamay Benavente, directora del teatro– ha sido difícil y complejo. Queríamos una temporada relacionada con la cultura española y pensamos que “Pepita Jiménez” era un título adecuado, pero no sabíamos que resultaría tan complicado –significa–. Es una obra difícil de abordar musical y dramatúrgicamente y esto ha creado muchas tensiones. El resultado final es una pieza muy española, pero con una mirada muy singular. Del Monaco le ha dado una atmósfera como de película de Hitchcock, como si éste hiciera Lorca», afirma Benavente. Para Guillermo García Calvo, la «Pepita Jiménez» de Albéniz, «es una joya del nacionalismo musical español que trasciende etiquetas, una obra esencial para comprender la evolución de la ópera en España. Llena de pasión, amor, celos y erotismo contenido, contiene todos los ingredientes de las óperas veristas de finales del XIX y principios del XX. Tiene ese aroma europeo del género y la raíz de la tradición musical española que describe el ambiente y folclore andaluz donde la pasión, la religiosidad y el conflicto humano se entrelazan». Según explica, «su partitura tuvo una vida muy ajetreada y esta, más que una versión, es casi una adaptación con muchos cambios respecto a la original de Albéniz, empezando porque lo hacemos en castellano y sin descanso y porque creo que esta versión de Sorozábal es más verista, por eso funciona muy bien con la idea de Del Mónaco. Es más sinfónica y vocalmente más compacta, además de cambiar el final. Sorozábal tenía mucha experiencia teatral y un instinto especial para el teatro con música que lo hacía un genio y uno de los grandes», asegura García Calvo.
Para Giancarlo del Monaco, «Pepita Jiménez» es una obra muy psicológica. «Después de reflexionar mucho sobre cómo abordarla con mi equipo, Daniel Bianco y Jesús Ruiz, y con la dirección del Teatro, llegamos a la idea de recompactarla porque en algunos aspectos se diluye. El personaje de Pepita es muy complejo, no es una simple mujer joven que enviuda y se enamora de un seminarista. Tiene momentos de histeria y amor pasional. Ama tan fuerte, que muere de pasión, como Isolda y todos los grandes personajes románticos. Una pasión que explota con matices, más o menos violentos, en un carácter que se ha ido incubando durante años. Además –prosigue el director–, vive en un pueblo pequeño donde es espiada continuamente y ese concepto es extremamente psicoanalítico en Pepita, que nunca sale de escena. Esto es verismo hasta cierto punto –matiza–, yo hablaría más bien de cultura europea. Tiene un lado español, por supuesto, pero incluso con la aportación de Sorozábal, la veo muy europea, podía ser de un compositor italiano, tiene melodías muy bonitas y situaciones psicológicas escénicas muy agresivas y deslumbrantes entre dos caracteres que se encuentran, entre un chico que da su vida a Dios y una mujer que lo quiere para ella. Aquí empieza una confrontación entre las convenciones, la religión, el deseo, la violencia, el amor y la pasión extrema que explota en una pequeña bomba final», concluye Del Monaco.