Crítica de teatro

"Vania x Vania": Chéjov al por mayor ★★★★☆

Pablo Remón ha decidido poner en escena, en sesión doble, dos versiones del clásico de Chéjov con un mismo equipo artístico

Manuela Paso y Javier Cámara en la segunda "parte" de "Vania x Vania"
Manuela Paso y Javier Cámara en la segunda "parte" de "Vania x Vania"Vanessa Rábade

No recuerdo haber visto nunca en la cartelera una propuesta parecida a Vania x Vania. El dramaturgo y director Pablo Remón ha decidido poner en escena, en sesión doble (aunque cada espectáculo pueda verse por separado con entradas independientes), dos versiones del clásico de Chéjov con un mismo equipo artístico.

Cuando oí hablar del proyecto, antes de su estreno, entendí que la primera de esas dos versiones sería más canónica, más fiel..., o como queramos llamarla, y la segunda estaría más adaptada o retocada. No sé si esa intención fue mutando durante el proceso de trabajo o yo no me enteré bien del asunto, porque, ciertamente, siendo diferentes, encuentro en las dos, más o menos, las mismas proporciones de filiación y transgresión con respecto al texto original, o más bien con respecto a la idea que se ha ido asentando de ese texto en nuestro imaginario después de haberlo leído y visto representado tantísimas veces.

Vania 1 es un trabajo de estudio y análisis de los personajes de Chéjov para llegar a su esencia. La función se desarrolla en un espacio prácticamente vacío, ocupado por los 6 actores y otras tantas sillas donde esperan sentados, a veces de espaldas, cada nueva oportunidad de participar en la acción. El espectador puede ver aquí más desarmados y más puros a los intérpretes, enfrentándose a unos personajes maravillosos de los que Remón y ellos mismos han sabido extraer toda –y es mucha– su humanidad.

Vania 2 está más revestida a los ojos del público y sus códigos de representación son aparentemente más clásicos. Sin embargo, la escenificación es bastante osada si tenemos en cuenta que la acción discurre sin solución de continuidad en dos espacios radicalmente distintos, dispuestos de manera contigua: a la izquierda según miramos, la dacha o casa rusa de finales del XIX que Chéjov describe en sus acotaciones, con su jardín, sus tilos, su mesa de té, etc.; a la derecha, una sencilla finca de pueblo en la actualidad y en un lugar de la Mancha de cuyo nombre Remón tampoco parece que quiera acordarse. Como cualquiera podrá intuir, esa traslación al mundo manchego es el resultado de una marcada lectura en clave de comedia, por parte del director, de cuanto ocurre. Pero, en realidad, la intención cómica ya estaba igualmente expresada en Vania 1. Lo que pasa es que, si se ven las dos obras seguidas, en la segunda el humor brota, además, por acumulación, ya que el espectador es capaz de superponer, en las escenas que está viendo de nuevo, aquellas otras que acaba de ver hace un rato, advirtiendo las diferencias que hay entre ambas en la manera de estar planteadas. Es esa percepción de la diferencia lo que provoca, en una especie de original y humorístico efecto metateatral, que las risas sean más sonoras en el segundo pase.

La experiencia de ver la propuesta completa es, sin duda, novedosa y enriquecedora. Pero, más allá de la curiosidad formal que supone, lo es, sobre todo, porque Remón ha sabido mostrar por igual, en dos aproximaciones distintas, la verdadera naturaleza de los personajes de Chéjov, tan tiernos y patéticos, nobles y mezquinos, inteligentes y necios; personajes extraordinariamente complejos, en definitiva, bajo su engañosa indolencia y futilidad. No creo que haya un espectáculo más apropiado que este para que el público menos puesto en el autor ruso pueda descubrir su universalidad.

Como es obvio, eso se consigue gracias al trabajo interpretativo de un elenco que no podía estar mejor escogido. Dentro de él destacan Javier Cámara, haciendo un entrañable Vania que todos querríamos que fuese nuestro tío, sin que eso haya supuesto restar un ápice de su astucia e incluso de su mala leche; Israel Elejalde, perfecto como el descreído y cínico antihéroe propio del Romanticismo en el que cabe encuadrar al médico Ástrov; Manuela Paso, que –quizá tomando elementos de otros personajes del escritor que no aparecen aquí– da a su Marina, con encomiable talento, una fuerza y una personalidad que no tiene en el original; y Juan Codina, que consigue componer al profesor Alexander más divertido, cercano y reconocible que nunca se haya visto, sin que deje de resultarnos por eso el insoportable egoísta que es.

  • Lo mejor: En ambas versiones la obra está muy bien leída, muy bien adaptada y muy bien interpretada.
  • Lo peor: La segunda versión podría resultar más reveladora aún si se hubiese ambientado íntegramente en La Mancha.