Doble sesión

La "esquizofrenia" de Pablo Remón lleva a "Tío Vania" de la Rusia del XIX al "Carabirubí" del Fary

El director vuelve a subir a Javier Cámara a las tablas; esta vez, al frente de un doblete sobre el clásico de Chéjov

En "Vania 2" el escenario se divide entre la Rusia del siglo XIX y la actual Castilla rural
En "Vania 2" el escenario se divide entre la Rusia del siglo XIX y la actual Castilla ruralVanessa Rábade

Pablo Remón es uno de los tipos que más gente sienta en las butacas de un teatro. Se le podría señalar como un genio de estos menesteres. Y es por ello que se puede permitir caprichos que sonarían raruno en otros. Que Remón quiere jugar con Chéjov llevándolo a una especie de doble sesión, pues se le concede. Natalia Menéndez (ex directora del Teatro Español) le compró la idea y la idea ya está aquí. Vania x Vania, se llama la criatura. Y en ella (o ellas) el director (también adaptador) se permite el lujo de abordar el Tío Vania del dramaturgo ruso desde dos perspectivas muy diferentes y rodeado de una constelación de intérpretes que repiten de uno a otro montaje: Javier Cámara (Vania), Juan Codina (el escritor Alexander), Israel Elejalde (el médico Astrov), Marta Nieto (Elena), Manuela Paso (Marina) y Marina Salas (Sonia).

Vania 1 iba a ser un texto «lo más cercano posible al original», pero la creación manda y Remón se dejó llevar por otros derroteros. Cuanto más se introducía, más aumentaba «la sensación de que las dos obras debían ser muy personales para poder dirigirlas». La historia es la original, no obstante, «ambas están reescritas partiendo de adaptaciones anglosajonas. Me lo leí todo y a partir de ahí ha salido la mía», explica un hombre que ha «redoblado» su entusiasmo por Chéjov. Llega así a un primer montaje en el que la escenografía brilla por su ausencia. Sobrio. Desnudo. Esencial. Aséptico. Sin cambios de vestuario. «Quería dejar espacio a la imaginación del espectador». Seis sillas verdes para seis actores que entran y salen de cada escena dando dos pasos a un lado o poniéndose de espaldas al público con un simple giro. En el suelo se hacen visibles las marcas de dónde va cada uno en cada momento. Y ya. «All in» a la interpretación.

Nidos y vírgenes

La segunda versión que llega a las Naves del Español, Vania 2, sí da la sensación de ser «teatro más convencional, pero también más cinematográfico», sostiene. La música y las luces ganan peso. Chéjov se debate entre dos tiempos y dos mundos: a la izquierda, la Rusia prerrevolucionaria del siglo XIX, y a la derecha, la Castilla de hoy con sus nidos de golondrina y sus sillas de terraza de bar. Los personajes se mantienen, aunque cambien el Andréievna por el Muñoz o el propio Vania mute en Iván. De izquierda a derecha, la dacha contrasta con el porche castellano, engalanado con unos azulejos de Nuestra Señora del Prado; el vodka compite con el pacharán; un estanque portentoso se convierte en una alberca abandonada; y las rosas toman forma de amapolas. Los gestos parecen más acentuados que en la primera «parte». Sin embargo, la distancia entre los dos mundos no es inconveniente para que se hable el mismo idioma, de los mismos asuntos: el ensimismamiento con el vuelo de los pájaros, la desidia por pasar el invierno en un lugar remoto o el calor del verano, las idas de olla por amor, los rezos a Dios, el alcoholismo, la preocupación por el medio ambiente...

Javier Cámara y Marta Nieto en "Vania 1", la versión más sobria que propone Pablo Remón
Javier Cámara y Marta Nieto en "Vania 1", la versión más sobria que propone Pablo RemónVanessa Rábade

«Volvemos a los clásicos porque nos siguen interpelando –defiende el director–, nos siguen hablando de los conflictos eternos e irresolubles del ser humano. Volvemos a Chéjov porque nos habla no tanto de allí y entonces como del aquí y el ahora».

«Cada frase de estas dos obras me interpelan directamente», apoya Cámara: «Es como un espejo, y no solo como actor, sino como persona. La obra aborda los conflictos, habla de los sueños, los fracasos, los amores y los deseos», añade un intérprete que repite bajo la dirección de Remón tras Los farsantes (donde también estuvo Salas). «Esto es como subir dos Himalayas», resopla el actor.

El humor crece en Vania 2 y la mitad derecha del escenario, Castilla, parece algo más gamberra. Al menos, los chascarrillos se sienten más cercanos: Iván Alarcón (Cámara) sueña con un plato de tres estrellas en la final de MasterChef; también se deja ver por allí al «hombre melancólico» en un guiño de Elejalde al Fary (y su «hombre blandengue»), y que más adelante se confirmará la broma con el estallido por megafonía del Carabirubí. En palabras de Nieto: «Las dos funciones son puro rock-roll. Están afinadas».

«Tío Vania es completamente enigmática y humana a la vez. Si se ha montado tantas veces es porque permite mil acercamientos diferentes. Trabajar en estas dos obras a la vez me ha producido esquizofrenia. Hay muchos cambios de registro, tonos diferentes... No son obras muy coherentes, que es algo que cada vez me interesa menos. Me gusta meter comedia o drama cuando menos te los esperas», justifica Remón.

Se podría decir que es un 2x1, pero no lo es porque cada espectáculo (Vania 1 y Vania 2) es independiente, cada uno requiere su propia entrada (con un descuento si se compran las dos a la vez). Se pueden ver por separado o del tirón en un atracón de teatro. Y «da igual el orden», apunta Elejalde, aunque «lo realmente interesante de este proyecto es ver las obras el mismo día». Casi cuatro horas de Chéjov, con su respectiva pausa, que Luis Luque (director de la Nave 10 de Matadero) define como toda «una experiencia teatral». Remón, por su parte, prefiere referirse al proyecto como «una fiesta» que le ha llevado al límite: «Ha sido un proyecto exigente, kamikaze, una locura que ha obligado a tirar de todos los recursos y entregarnos a la magnitud del proyecto».

El dramaturgo se pregunta si existe la lectura correcta de un texto clásico y rápidamente se contestó: «Pienso que no». No habría «clásico» sin dicha etiqueta que permite «infinitas lecturas y que es, por tanto, inagotable», apunta. «Cada montaje es una nueva prueba, una nueva pregunta que se lanza al texto. Según lo que preguntes, según lo que mires, según el sitio donde pongas el foco, contesta cosas distintas. Estas respuestas constituyen tu montaje».

Mil caminos posibles

De su propia experiencia, Pablo Remón sabe que revisitar una obra propia es querer «volver a montarla»: «Si hubiera tomado esta decisión en lugar de aquella, si hubiéramos ido por este camino en lugar de aquel...». Asegura que entonces le dan envidia los pintores, «que vuelven una y otra vez sobre el mismo motivo. O los músicos, que se permiten enseñar sus caras B, sus rarezas, las versiones previas de un tema», pero también destaca que, «muchas veces, lo más interesante me parece, no el resultado final, sino los distintos acercamientos, los distintos intentos».

Como decía T. S. Eliot, cada poema es «un tipo diferente de fracaso», recuerda Remón. ¿No sería interesante ver a un director acercándose a una obra dos veces? ¿O al mismo actor en busca del mismo personaje dos veces? Fue esta la vía escogida para dar con Vania x Vania, donde ninguno de los caminos está completo: «No creo que ninguno sea definitivo. Pero sí serán muestras de lo fértil del texto de Chéjov: Vania seguirá ahí, puro enigma, esperando las preguntas adecuadas».

El propio Anton Chéjov ya le dejó pistas de por dónde debe ir la idea escénica. Pero en su grandeza está el no hacerle ni caso (o sí). «Esto es lo que debería mostrarse en un escenario», apuntaba el autor: «En la vida real, la gente no está todo el tiempo disparándose, suicidándose o declarando su amor. No dicen cosas inteligentes todo el rato. Están ocupados comiendo, bebiendo, coqueteando y diciendo cosas estúpidas. La gente cena, por ejemplo, simplemente cena, y mientras tanto su felicidad está en juego, o sus vidas se rompen en pedazos».

  • Dónde: Naves del Español, Madrid. Cuándo: hasta el 7 de abril. Cuánto: 20 (una función) y 35 (dos) euros.