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Regreso Aranjuez

Juan Ortega se encuentra en exclusiva con LA RAZÓN: "Quiero ser capaz de acercarme a ese punto salvaje de cuando empezaba"

El torero cortó el 1 de junio los trofeos máximos en Aranjuez; hacemos un alto en la temporada para sentarnos a hablar. En el horizonte está Pamplona, Santander...

Incumplimos la regla escrita y tantas veces cantada de Joaquín Sabina de regresar al lugar donde has sido feliz y nos encontramos en la bellísima y bicentenaria plaza de toros de Aranjuez. Una joya. Lugar donde se da cita el toreo y también paraíso para los rodajes. Esta imponente plaza lo dice todo. Pero si nos citamos aquí con el torero sevillano Juan Ortega no es por casualidad. Mientras Madrid, la Feria de San Isidro, bullía todavía, con la dureza y pasión que Las Ventas lo hace, el de Triana logró un hito en su carrera una tarde de junio, la del día 1, cortar el primer rabo de su carrera. Y así este enigmático coso ha pasado a ese espacio colectivo y personal que no se olvida. Toreó lento aquella tarde Ortega con Morante, pero Juan no solo saborea las embestidas del toro, también lo hace con la palabra, como si midiera las frases antes de dejarlas caer, nunca a plomo. Hablamos de los misterios de la Tauromaquia, de cómo quiso ser torero y de cómo no perder la fe cuando llegan los momentos complicados y de ese paraíso a veces perdido de los toreros cuando viven en el arrebato, en lo «salvaje». Transitamos el valor y esa curiosa definición del «tinto con casera». Pero sobre todo charlamos con Juan Ortega de todo eso que no se ve y hace grande al torero en la misma plaza que días antes triunfó. Desandamos el camino para volver a andarlo, visitar el azulejo que hace honor a una grandiosa faena de Pepe Luis en el 49, cerrar el círculo sagrado de un rito que a veces no tiene explicación, ni falta que le hace cuando se cruzan las emociones. Y en medio de un calor asfixiante nos abandonamos a la tormenta. La vida, a veces.

Aranjuez ya no es la misma...

Esta plaza es ya parte de mi historia. Ha sido el primer rabo que he cortado en mi vida como matador de toros y me hizo especial ilusión. Hay una anécdota muy bonita porque unos días antes el maestro (Pepe Luis Vargas) me comentó que nunca me había visto cortar un rabo y me decía que el día que pasara me iba a pensar que era una rata y lo iba a tirar y ahí quedó la cosa. Y cuando corté el rabo de verdad que pensé que ahí estaba la rata, pero esta no la iba a tirar.

¿Cómo fue la tarde?

Aranjuez tiene algo especial, es una joya, con este ruedo tan grande que tiene, pero después es como que te recoge. La gente se emociona, te está esperando ahí y cuando eres capaz de dárselo...

¿Se va poniendo hitos en su carrera?

Antes era una persona que me ponía muchas metas, con muchos objetivos. Y luego como no los conseguía prácticamente nunca me generaba un sufrimiento y una frustración que no me compensaba. Y entonces pensé que las cosas mejor a su caer, que sea lo que tenga que ser, y disfrutar en el día a día. Y la verdad es que desde que me quité eso empezó todo a fluir.

¿Pesa Madrid?

Sí pesa porque tiene muchas circunstancias. El toro es muy grande, no por el tamaño y el miedo que te pueda dar, que es mucho, pero cualquier toro por chico que sea te hace pasar un mal rato en cualquier lado. Madrid es difícil por ese tamaño, por lo que ocupa el toro para reunirte con él, hacer las cosas puras, pero también gracias a esa dificultad cuando las cosas fluyen se hacen tan grandes.

Entrevista con el torero Juan Ortega en la plaza de toros de Aranjuez. Alberto R. RoldánLa Razón

¿Quiero entender que es más difícil hacer el toreo con ese tipo de toro que tiene tanta envergadura?

Algunas veces es como si te exigieran correr el Tour de Francia con una bicicleta de montaña. Yo le voy a poner todo lo que está en mi mano, todo mi esfuerzo, mi pasión, mi cariño, pero cuesta trabajo con esa bicicleta de montaña. A veces por el peso del toro, el tamaño, la amplitud de las caras, dificulta engancharlo con la panza de la muleta, reunirte con ellos, que se muevan con armonía y flexibilidad, como las personas. Es lógico, pero esto es así. Ha sido toda la vida y no quiero cambiar nada.

¿Qué se piensa más, la noche que han salido las cosas muy bien o cuando han salido mal?

Cuando las cosas salen bien se piensa en compañía, con gente que lo disfruta. Cuando las cosas salen bien me gusta rodearme de gente porque lo sufren tanto o más que yo y me gusta darle cariño y cuando salen mal por regla general me gusta pasarlo solo. Llevo la procesión por dentro.

¿Es una especie de castigo?

No, es una especie de bastante has sufrido tú ya, como para que me veas a mí tristón o cabizbajo.

¿Se pasa más miedo al torear tan despacio?

No, es algo que llena tanto e interiormente me hace sentir tan grande que supera al miedo. Hay momentos en una tarde que paso más miedo.

¿Cuáles?

Cuando lo veo venir y ellos te vienen y no sabes, a veces con la mirada un poco perdida, les tienes que dar la opción de que cojan los avíos o no... Ahí es cuando más se sufre.

¿El valor se tiene, se trabaja?

A mí me dijeron una vez una cosa que me encantó: los toreros o el valor es como el tinto con casera, para que sea un tinto con casera, tiene que tener un poco de tinto. El torero para ser torero tiene que tener un poco de valor. Luego ya cada uno le echa más tinto o lo deja más clarito, y así es el valor. Se necesita un mínimo para tirar para adelante, ponerte delante del animal y encontrarle sentido a lo que haces. Luego se va buscando, se va añadiendo, la confianza se traduce en valor también.

¿En qué momentos se ha superado o se ha sorprendido?

Para mí el toreo es un ejercicio fundamentalmente del espíritu y las veces que más me he sorprendido ha sido las que el espíritu estaba muy dañado y he sido capaz de tirar para adelante.

¿Qué le daña el espíritu?

Cuando las cosas en el día no se hacen bien y luego el toreo es tan transparente. Está todo puesto en la arena, todo tu instinto y es muy difícil ocultar las cosas. Muchas veces los toreros nos preocupamos mucho por entrenar, torear de salón, los tentaderos... Y olvidamos un poco al hombre, al espíritu y es el que tiene la fuerza de tirar para adelante.

¿Por qué quiso ser torero?

Desde que tengo uso de razón he querido ser torero. Mi padre es muy aficionado y pienso que al principio quería que mi padre se sintiera orgulloso. Luego porque me gustaba ir a los sitios y que dijeran «aquí está el torero» y siempre me ha llenado. He jugado mucho al toro, recuerdo que en mi infancia me hacía feliz. Y lo que empezó siendo un juego se convirtió en una profesión.

¿Qué es lo mejor que se lleva y lo peor?

Lo mejor es que mis amigos y la gente que me quiere me lo ha dado el mundo del toro, excepto mi familia. Lo peor es que cuando jugaba a ser torero nadie me decía lo duro que es. Lo que he ido descubriendo es que la profundidad de todo lo que se hace es lo más bonito que tiene la vida y está ligada al sufrimiento. Es una línea muy fina. Cuanto más profundo quieres hacer las cosas, más se sufre. O al revés, cuanto más has sufrido más profundo te vuelves. Eso no me lo habían dicho y me ha costado trabajo asimilarlo.

¿Qué es lo que no vemos?

Esa búsqueda. Los toreros tienen que estar añadiendo toreo continuamente a su tauromaquia y a la vez cuidando al hombre y eso no se ve.

¿Qué día ha estado más cerca de ser el torero que quiere?

Quizá la tarde de Aranjuez.

¿Merece la pena el esfuerzo?

A mí el toreo es algo que me llena tanto, que me genera tanto, que no sé bien de dónde nace. Alguna vez he pensado si me levantara una mañana y hubiera perdido la ilusión no sé qué haría y eso me despierta sensaciones raras.

Estudió carrera universitaria... Sin el toro, ¿ve horizonte?

El ser humano tiene una capacidad de adaptación tremenda y no me moriría de la pena, no sé... Haría algo relacionado con esto y si me quitasen los toros sí que tendría un problema. Me iría al campo, a lo que más se pareciera.

Antes comentaba que al entrar en el patio de cuadrilla se suele colocar en el lado izquierdo. ¿Hay algo que no pueda dejar de hacer el día que torea?

El día que toreo siempre me gusta darle gracias a Dios y lo hago en diferentes momentos, porque me siento un afortunado cada vez que amanece el día de la corrida, y al único que le puedo dar las gracias es a Dios y eso no lo puedo dejar pasar ni un solo día.

¿Está al tanto de las decisiones que se toman en su carrera?

Soy una persona muy ordenada, me gusta tener las cosas en su sitio. Me gusta estar encima de mis cosas y creo que hay ámbitos en la vida de un torero que conocen mejor otras personas que tú, pero como el que mejor se conoce es uno el visto bueno prefiero darlo.

¿Cuál ha sido un buen consejo?

Uno muy sencillito que me dio el maestro José Luis Moreno en los años que estuve viviendo en Córdoba y es que en la cara del toro hay que pensar poco y sentir mucho. Y si repaso mis grandes tardes, mis grandes faenas, se cumple.

¿Ha habido algún momento de pensar hasta aquí hemos llegado?

No, y he tenido momentos muy duros, pero los veo más duros ahora que cuando los vivía. Los momentos complicados han sido los de no torear. Tomé la alternativa en septiembre de 2014 y no empecé a torear hasta el 21. Toreaba alguna corrida suelta, algún festival, ahora lo pienso y lo veo muy duro, pero en aquel momento me ilusionaba un tentadero, un traje de corto que me iba a poner, limpiar los botos, los avíos, me ilusionaba estar anunciado en un cartel, no me preocupaba la taquilla, ni el cartel, ni lo que iba a cobrar. Por eso no tenía la sensación de que esto no merecía la pena.

¿Era más feliz en ese momento o ahora?

Recuerdo un momento en los primeros años, de novillero sin caballos, en un punto que me gustaba mucho, creo que ha sido mi etapa más salvaje, no tenía nada establecido, nada definido, no le debía nada a nadie, si me gustaba me ponía, si no me gustaba no me ponía, iba al campo a disfrutar. Esa etapa la recuerdo como una de las más felices.

¿Qué torero le pone a pensar?

Los que son capaces de entregar su vida al toro, pero no me refiero su vida en el ruedo solo, sino en su día a día. A esos los respeto, admiro y analizo mucho.

¿Se escucha todo en la plaza?

Si, en Madrid mucho. Pasa también en México. Se están metiendo contigo y lo dicen con mala leche, pero tienen gracia, e interiormente te tienes que reír.

¿Afecta o se aísla?

Te voy a decir la verdad: depende del toro, con algunos te afecta todo, el viento, el piso, la muleta, el que habla, el banderillero que se asoma y con otros toros no te molesta nada.

¿El miedo es cambiante?

Es una lucha constante contra tu instinto de conservación. El miedo en los toreros es como la bravura en las ganaderías. Una divisa cuando la dejas de la mano tiende al genio y la mansedumbre y los toreros cuando te dejas no tiendes a tener más valor sino a estar detrás de la mata porque el instinto de conservación es insaciable.

¿Asusta que le gane la partida?

No me lo he planteado. He tenido momentos que he perdido los papeles delante de los animales, que no me he reconocido, que estaba totalmente en blanco, he tirado los avíos y me he tirado al callejón. Cuando te levantas de ahí no te reconoces y no sabes qué ha pasado, pero como luego siempre le he encontrado el porqué. Normalmente eso me ha pasado con el que me quería coger por la barriga. Si eso me pasase con un animal con condiciones sí me preocuparía.

Final de temporada 2025, brindamos...

Por ser capaz de acercarme a ese punto salvaje de los años que empezaba.

¿Qué es la felicidad entonces?

Estoy aprendiendo... Creo que los toreros somo egoístas. La profesión nos hace querer ser siempre el centro de atención. Tenemos la capacidad de condicionarlo todo y poner a todo el mundo mirando hacia ti. Nos volvemos muy egoístas y luego buscas y buscas ahí y no está esa felicidad. Y, sin embargo, cuando en vez de buscarlo en ti lo buscas en los demás hay un punto muy bueno y da mucha satisfacción.