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Obituario

Murió Sergio Hernández, el alma de Rancho Seco, bastión del toro bravo mexicano

La tauromaquia mexicana despide a una figura esencial cuya vida se entrelazó con la historia y evolución del toro bravo al otro lado del océano

Detalle del crespón negro que se han colocado esta tarde los diestros larazon

La cabaña brava mexicana está de luto. A los 88 años, falleció en su hogar de Ciudad de México Sergio Hernández González, ganadero y figura irrepetible al frente del legendario hierro de Rancho Seco, uno de los pilares indiscutibles de la ganadería en México. Se va con él una forma de entender el campo bravo, de criar con pasión y de mirar al toro no solo como un animal, sino como una herencia viva.

Nacido el 9 de julio de 1939 en la ex hacienda de Rancho Seco, en Tlaxcala, Sergio fue contador público de formación, pero ganadero por vocación y linaje. Su abuela, Beatriz Carvajal, inició la dinastía en la vecina Zotoluca, y su padre, Carlos Hernández González, consolidó un proyecto que él supo llevar más allá. La sangre original de Piedras Negras se cruzó con líneas de Murube, Urquijo, Garfias, Santa Coloma, Bohórquez y El Capea, siempre con la idea de criar el toro que a él le gustaba, sin concesiones a las modas ni a las figuras.

Desde niño estuvo inmerso en la cultura del toro. La tragedia de su hermano, el novillero Pancho Pavón, muerto por una cornada en 1959 en El Toreo de Cuatro Caminos, no lo alejó de la fiesta. Al contrario, reafirmó su compromiso con el campo bravo. Nunca buscó la complacencia de los grandes nombres del toreo, sino que defendió un tipo de toro con casta, fuerza y emoción, que hablara por sí mismo en el ruedo.

En 2022, con motivo del centenario de la ganadería, Sergio vivió una tarde histórica en la Plaza México. El encierro fue un golpe en la mesa, una reivindicación de todo su legado. Quien estuvo allí lo recuerda como un homenaje involuntario pero contundente: el mensaje era claro, la obra estaba completa.

Ganadero, pero también gran conversador, administrador hábil, y hombre de mundo, supo conjugar la tradición con la evolución. En los años 80, fue pionero en incorporar sangre que no era bien vista en Tlaxcala, especialmente la de los Llaguno, con quienes su familia mantenía una histórica rivalidad. Pero para él, lo primero era el toro, y la bravura no entendía de apellidos.

La historia de Rancho Seco no se detiene con su muerte. Su hijo, Sergio Hernández Weber, ha seguido su camino, al igual que sus nietos, como el rejoneador Fauro Aloi y el novillero Bruno Aloi, que continúan una estirpe que ya es parte de la historia taurina de México. La figura de don Sergio pertenece a esa generación irrepetible de criadores que hicieron de la ganadería una forma de vida. Y como tal, deja una huella que no se borra.