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Efemérides

Paco Camino: 55 años de una hazaña irrepetible

El 4 de junio de 1970, el Niño Sabio de Camas lidió siete toros en solitario y cortó ocho orejas en la Corrida de Beneficencia

Murió, a los 83 años, el histórico matador de toros Paco Camino La Razón

Hay fechas que no se olvidan y tardes que marcan una época. El 4 de junio de 1970, Paco Camino firmó en Madrid una página dorada en la historia de la tauromaquia, cuyo eco aún resuena 55 años después. Fue en la corrida de la Beneficencia, en un contexto peculiar: el Niño Sabio de Camas, en plenitud de facultades, había quedado fuera de los carteles de Sevilla y San Isidro. Lejos de achicarse, respondió con una apuesta tan personal como rotunda: torear en solitario, sin cobrar una peseta, ante siete toros de distintas ganaderías. El gesto, ya en sí mismo una declaración de principios, encontró respaldo en el público. El cartel de “No hay billetes” se colgó temprano en las taquillas de Las Ventas, donde se vivió una de las tardes más intensas que se recuerdan en su historia centenaria.

Camino apareció en el patio de cuadrillas vestido de grana y oro, emocionado ante una ovación distinta, no de cortesía sino de respeto y expectación. Enfrente, un desfile ganadero andaluz que incluía nombres tan serios como Miura, Pablo Romero, Urquijo o Buendía. No fue una tarde de inspiración artística desbordada, sino de poder, capacidad y conocimiento profundo del toro. En palabras del propio Camino, ninguno de los toros resultó propicio para el arte. Pero su faena no se construyó desde la facilidad, sino desde la inteligencia torera, el dominio técnico y la regularidad asombrosa con que gobernó cada lidia.

La corrida que lo cambió todo

El balance fue rotundo: ocho orejas en total y una puerta grande clamorosa. El primer toro, de Juan Pedro Domecq, con el hierro histórico del Duque de Veragua, le permitió cortar la primera oreja. Le siguió un murubeño de Carlos Urquijo, al que le cortó dos orejas. El tercero fue un Miura, toro difícil ante el que se impuso sin concesiones. El cuarto, de Pablo Romero, fue sustituido por un sobrero del propio Domecq, al que también le arrancó dos trofeos. Después, un Buendía-Santa Coloma que arrancó ovación; un sexto de Manuel Arranz con dos orejas; y un séptimo, nuevamente de Buendía, que le permitió cerrar con otra oreja más. En total, siete toros, ocho orejas y una cogida sin consecuencias, sufrida ante el abreplaza, “Bocanegra”.

Pero más allá del resultado, fue una tarde de riqueza técnica y expresión plural. Toreó de capa con variedad: verónicas a pies juntos, chicuelinas citando de lejos, largas afaroladas y cordobesas. Con la muleta, alternó la contundencia del mando con la limpieza del temple. Hubo pases de pecho ligados a naturales de frente, molinetes, trincherazos, remates por bajo, y hasta desplantes de esos que solo se hacen cuando se domina a plenitud.

Una respuesta al momento que vivía la Fiesta

El contexto en el que se desarrolló la encerrona también explica su importancia. La feria de San Isidro de aquel año, recién clausurada, había sido pródiga en orejas, algunas de dudoso merecimiento. Manuel Benítez “El Cordobés” había paseado ocho trofeos, otros tantos se otorgaron a Manolo Martínez, Santiago Martín “El Viti” y Palomo Linares. Se hablaba de banalización, de espectáculo más que de arte. Camino quiso dar una respuesta. Y la dio. Lo suyo no fue una jornada para el fácil entusiasmo, sino una afirmación de la seriedad del toreo, una reivindicación del fondo, el rigor y la pureza de la lidia.

En ese sentido, la corrida de Camino fue una declaración. Sin exageraciones, sin triunfalismo, pero con todos los fundamentos del toreo puestos en escena. En cada toro, su lidia; en cada faena, una clave distinta. No hubo tiempos muertos ni recursos repetidos. Fue un despliegue de saber hacer y querer estar.

Lo que dijeron los que lo vieron

Los cronistas del momento fueron unánimes. Antonio Díaz-Cañabate habló de una ovación “que llegaba desde lejos”, como si el toreo romántico asomara de nuevo entre los tendidos de Las Ventas. Vicente Zabala tituló: “El toreo no ha muerto”, y subrayó que aquella tarde demostró que la esencia de la tauromaquia seguía viva, más allá de modas y frivolidades. Y Selipe, en el Diario Ya, concluyó: “Camino impuso una marca y un patrón. Y ambos resultan sobremanera oportunos en el momento que vive la maltratada fiesta del toreo”.

Y no les faltaba razón. La de Paco Camino fue una de esas tardes que definen no solo una carrera, sino un modelo de toreo. No se trató de exhibicionismo ni de heroicidad vacía. Fue una expresión serena de maestría.

Una efeméride para celebrar y recordar

Hoy, 55 años después, sigue siendo la tarde con más orejas cortadas por un solo torero en Las Ventas. Sigue siendo una de las pocas encerronas en solitario con tantos hierros y tanta diversidad ganadera. Y sigue siendo, sobre todo, una lección. De dignidad torera. De integridad. De amor por una profesión y por una plaza.

Celebrar esta efeméride es celebrar también una forma de entender el toreo. Más allá del tiempo, Paco Camino permanece. Porque su arte, ese que supo adaptarse al toro más difícil y al momento más tenso, sigue vivo en la memoria de quienes vieron aquella corrida. Y en el ejemplo que dejó para todos los que vinieron después.