Buscar Iniciar sesión

Una tragedia contada por los escritores que la han vivido en persona

Máximo Huerta, Alice Kellen, Susana Fortes, Carmen Amoraga y María Engracia Muñoz-Santos cuentan su experiencia en Valencia durante estos dramáticos días
Libros afectados por la DANA
Libros afectados por la DANAEUROPAPRESS

Madrid Creada:

Última actualización:

«La información llegaba a cuentagotas. Muchos amigos estaban sin luz». El martes 29, Alice Kellen se encontraba en Madrid. La escritora se disponía a regresar a Valencia, a la localidad de Eliana, donde reside, pero la Dana se lo impidió. «El día 31 se celebraba Halloween y cuando vi en la calle a la gente disfrazada y divirtiéndose, mientras en mi casa y, sobre todo, en los pueblos de alrededor, había un suceso de esta envergadura, me dije, pero madre mía, esto parece de otro mundo. ¡Pero si hay una catástrofe en Valencia!».
La novelista pudo regresar a su casa el viernes en un avión y recuerda con tristeza que «cuando comenzamos a bajar entre las nubes, vi que toda la zona estaba llena de lagos y de laguitos de barro. Todo era barro. Ese barro que te pasas horas limpiando y que nunca se acaba». La autora reconoce que su pueblo no ha sido uno de los más afectados, pero tiene muchos amigos repartidos por otras localidades cercanas que sí se han visto muy afectados por las lluvias torrenciales. «Lo más duro es lo que te comunicaban los primeros días. Era tal el caos que las personas no sabían por dónde tirar, cómo conseguir agua o adquirir comida. Como no había luz y sabían que dentro de poco se quedarían sin móviles, mis tíos comenzaron a cargarlos con las baterías de los coches. La verdad, no sé cómo lo consiguieron. Todo era una zona de guerra».
«Soy incapaz de medir el drama, me desborda la cantidad de afectados»Máximo Huerta
El escritor y presentador Máximo Huerta, muy afectado, apenas tiene palabras para articular lo que ha vivido. No es el único autor que se encuentra impresionado estos días. De hecho, él tiene hasta reticencias a hablar y las primeras palabras que acepta a decir es para aclarar que «yo no soy víctima y no quiero ser protagonista. Que quede claro. El drama es de los ciudadanos, no de los que tenemos nombre, aunque lo suframos». Después reconoce que estas jornadas ha vivido «pendiente de mi familia y de las zonas de Utiel. He padecido la incomunicación de no saber nada de mi familia, las consecuencias de esos días sin luz y sin teléfono. No poder comunicarte con los que quieres. Esta ausencia de información ha sido dramática. No tenías nada, no había teléfonos ni web ni luz. Y cuando enciendes al final la televisión y ves todo lo que ha pasado...».
El novelista hace una pausa antes de reconocer: «Soy incapaz de medir el drama, la verdad, porque te desborda la cantidad de personas que se han visto afectadas, las casas destruidas, los negocios arruinados. No hay forma de medirlo. Estoy en shock. En Madrid creo que no eran consciente del drama que se vivía». Máximo Huerta iba a viajar estos días a la capital, pero tuvo que renunciar a la idea: «Ya estaba cayendo una lluvia tremenda. Traté de llegar al AVE, pero las vías estaban ya flotando, sin tierra. Pude volver a casa, pero el conductor que me trasladó estuvo perdido 24 horas. Fue una angustia. Y yo estaba todo el rato pendiente de una madre». El autor de «París despertaba tarde» se muestra comprensivo con las emociones de la gente: «Yo entiendo la ira, el enfado, el llanto, porque todo estaba descontrolado, porque todo ha llegado tarde. Avisos, ayuda, información. Todo eso llegó cuando había pasado casi una semana. Es demasiado tiempo».
«La DANA iba a llegar pero tendrían que haber calculado sus efectos»Susana Fortes
La experiencia de Carmen Amoraga es más traumática. Ella estaba en Picaña. «El agua desbordaba el barranco del Poyo. Nos recogimos enseguida, nada más verlo. Un vecino estaba en una casa y ya no podía abrir la puerta por el agua y acudí a la Policía para que fuera a ayudarlo. Al regresar a casa, el agua ya me llegaba hasta la cintura. Pude entrar en casa a pesar de eso. Lo primero que hicimos fue salvar a los animales que tenemos y luego recogimos agua, alimentos y subimos a la habitación de arriba para cargar los móviles. Sabíamos que íbamos a perder la electricidad enseguida. Nos refugiamos en el dormitorio».
Amoraga relata que «el agua subió rápido. En un par de horas, teníamos ya medio metro en casa. En el patio había mucha más». La escritora relata que «una periodista que conozco me contactó. Tenía mi teléfono y quería saber si su madre, que estaba en una residencia para personas mayores estaba bien. No la localizaba desde las seis de la tarde. Yo vivía esto con absoluta incredulidad». La novelista recuerda que «cuando llegó la alarma, las casas ya estaban anegadas de agua» y recuerda que ella se fio de la alerta roja de la Aemet y que gracias a eso impidió que su hija acudiera al centro comercial: «Quería comprar un disfraz allí. Es el mismo centro comercial donde luego han estado buscando cadáveres».
La descripción de su pueblo es terrible: no ha quedado un solo hogar sin inundarse, de los cinco puentes que hay, solo queda uno en pie y no recomiendan el paso por ahí y todo está repleto de barro. «Estoy viva, pero vivo compungida por todo lo que ven en mi entorno. Mis vecinos han perdido sus hogares en tromba. Hubo puertas que resistieron, pero otras no. En la casa donde vivía antes, hasta hace nada, se rompió la puerta y cedieron las ventanas. Llegó a cubrirse con tres metros de agua. Una amiga tiene un familiar desaparecido».
Ella reconoce que no han estado solos, pero debido al Ayuntamiento, no a otros gobiernos. Y no para de elogiar a los cientos de voluntarios que han acudido para ayudarlos. «A la gente que viene a ayudar, le diría que acudiera a los ayuntamientos y que a través de las redes sociales consulten qué se necesita». También, por supuesto, se refiere a unos espacios queridos para ella: La librería La Pasarela está arrasada, otra librería, igual, la biblioteca, afectada, la casa de cultura, desmantelada y el centro cultural, inundado». Y a eso hay que sumar viviendas y pérdidas personales.
«La gente todavía no ha pasado el duelo porque están afanados en limpiar»Alice Kellen
Susana Fortes reside en Valencia, pero lo ha seguido al minuto: «Ha habido una total imprevisión por parte de todos los políticos. Esta DANA iba a venir, pero sí podían haberse evitado parte de sus efectos y que fuera menos dañina, sobre todo a nivel personal». Fortes recalca que «la gente lo ha perdido todo. Incluso vidas. Los coches han sido una trampa mortal. Ese instinto de ir a salvarlo ha sido una ratonera. Todo se va a reconstruir. No me cabe duda, pero no las vidas humanas y mucho menos el shock. El shock va a tardar mucho tiempo en desaparecer».
Después añade una reflexión: «Se ha construido en polígonos y zonas de desagüe, en los cursos naturales del agua, y luego, claro, viene el agua y... Este verano el Mediterráneo era un caldo. Está el cambio climático. Vivimos en una zona de máximo riesgo y los científicos, los geólogos, los biólogos, los profesionales de la Aemet nos llevan tiempo advirtiendo de lo que hay que hacer y llevan tiempo dando la voz de alarma. ¿Es que nadie en este país tiene en cuenta los efectos de estos elementos cruzados? ¿De verdad?». Susana Fortes reconoce la angustia que ha pasado «mientras localizaba a la gente querida» y averiguaba que estaba a salvo, como una librera, una amiga. Todavía está pendiente de algunos conocidos.
La historiadora María Engracia Muñoz-Santos también estaba en Picaña. «Mi padre regresó a casa a los pocos minutos de salir, diciendo, que viene, que viene, que viene el agua». A partir de ahí, todo cambió. «Las escenas que he visto han sido apocalípticas. El agua arrastraba bidones, muebles, cajas de plástico... todo. Subió un cuatro por cuatro a la acera». Tenía a una sobrina en casa: «Intentamos minimizar todo para que no sintiera nada, ni siquiera la gravedad. El agua subió un metro, con fuerza, venía arrasando todo. A mis vecinos les rompió las puertas. Las mías aguantaron, pero he perdido la mitad de mi biblioteca. Yo soy una historiadora. Una investigadora. Mi biblioteca está hecha de libros muy difíciles de encontrar. Es la herramienta de mi trabajo». El paisaje que descubrió al día siguiente, al salir a la calle, no le dejó duda de la catástrofe. «La gente vagaba de un lado a otro sin saber a dónde iba. En su rostro no solo había tristeza, es que no tenían ni idea de a dónde iban. Los lugares no estaban en su sitio. Llevo treinta años viviendo aquí... y tuve que preguntar dónde estaba la farmacia. Los camiones estaban en medio de las calles. Era el caos». Muñoz-Santos admite: «La gente está enfadada. Lo oyes en la calle. Es la conversación general. Y cuando digo enfadada es enfadada».
Alice Kellen ya ha llegado a su pueblo, está con su familia. «Ahora todo el mundo está trabajando. Nadie para. Siempre hay algo que hacer. Pero al final del día, te derrumbas. Durante el día la situación te exige tanto... Por eso la gente no ha pasado todavía el duelo, porque están afanados en arreglar y en qué pueden limpiar. Pero llegará un momento en que, cuando ya no estén los medios de comunicación y la actualidad se haya olvidado de nosotros, en que llegue a todos nosotros la pena, la pena más honda».