Copa del Rey

Athletic-Real Sociedad. De la batalla del Bernabéu al «no pasa nada, tenemos a Arconada»

Desde la década de los ochenta ningún representante del fútbol vasco ha levantado la Copa del Rey

Maradona es perseguido por Núñez y De Andrés después de golpear a Sola, en el suelo con abrigo, tras la final de Copa del 84
Maradona es perseguido por Núñez y De Andrés después de golpear a Sola, en el suelo con abrigo, tras la final de Copa del 84Archivo

No es un Jueves Santo cualquiera en la sevillana Plaza Virgen de los Reyes, a los pies mismos de la Giralda. Junto a la Puerta de Palos, por la que inician las cofradías su camino de regreso tras hacer estación de penitencia en la Catedral, se fotografían dos mujeres elegantemente tocadas con negra mantilla, que este año no rima con «maravilla», sino con «mascarilla». Ni siquiera es uno de esos jueves «que reluce más que el sol» –junto al Corpus Christi y al día de la Ascensión– por culpa de unos nubarrones que amenazan con descargar agua en cualquier momento y un desapacible viento de borrasca, nada que ver con la brisa primaveral que alivia las calores a los nazarenos con capa y antifaz de terciopelo.

Hace un día, eso es, norteño en Sevilla. Quizás por eso surgen de repente, en la misma puerta del Palacio Arzobispal donde monseñor Asenjo Pelegrina aguarda los solemnes oficios del Jueves Santo, dos iratxoak –duendes de la mitología vasca– que posan para un fotógrafo ataviados de vivos colores, rojiblanco el uno y albiazul el otro, mientras simulan una sokatira asidos a sendas bufandas futboleras entrelazadas. La fe religiosa, las leyendas paganas y las devociones populares, todo a la vez... ¿Se ha convertido la vieja Híspalis en un bosque encantado? No. Tan prosaico como que el maldito coronavirus y la pandemia han dejado a la ciudad sin procesiones y, a cambio, Luis Rubiales se ha traído una final de Copa sin espectadores. Corren tiempos tan raros como tristes.

La Cartuja alberga la primera de las cuatro finales coperas que prevé el convenio firmado a comienzos de 2020 por la Junta de Andalucía y la RFEF, la de la edición de la temporada pasada. Tan absurdo como que el campeón sólo estará vigente dos semanas, pues el día 17 se disputa la de la edición 20/21, y tan paradójico como que el capitán de la plantilla del Athletic Club que se clasificó para jugarla, Aritz Aduriz, no podrá recoger el trofeo si los suyos lo ganan porque hoy es un futbolista retirado. En la Real Sociedad, se da un caso más curioso todavía: el delantero Carlos Fernández podría proclamarse campeón de un torneo cuya semifinal perdió con la camiseta del Granada.

Esta Copa del Rey es pues la única competición del mundo que queda pendiente de dilucidarse y el motivo de esta especificidad hispánica fue el empeño de los contendientes en celebrarla con público, una bilbainada travestida de eufemística «fiesta del fútbol vasco» que el atolondramiento de los dirigentes federativos permitió que se perpetrase.

Se ha escrito que es el primer «eusko-derbi» en una final copera, pero no es cierto: en 1927, el Real Unión de Irún venció (1-0) al Arenas de Guecho en Zaragoza. Ni siquiera es una finalísima inédita entre el club más representativo de Vizcaya frente a su vecino donostiarra, pues «los leones» alzaron el trofeo al vencer al Vasconia Sporting –sucesor del Club Ciclista y antecesor de la Real Sociedad– en Ondarreta en 1910.

Sí es cierto que ni unos ni otros se proclaman campeones de España desde los lejanos años ochenta y eso convierte el duelo de este Sábado Santo en un partido muy especial. El Athletic, antaño conocido como «Rey de Copas», no cata su trofeo fetiche desde aquella final de 1984 (1-0 al Barça) que supuso el primer adiós de Maradona al fútbol español y que terminó con una vergonzosa batalla campal entre los contendientes sobre el césped del Bernabéu. Clos, Migueli, Sarabia, De Andrés...

La Real Sociedad sólo luce dos títulos en su palmarés: el prehistórico de 1909, cuando ni siquiera tenía el nombre que tiene ahora, y el ganado en 1987 en La Romareda al Atlético, con Jesús Gil en el palco como recién electo presidente colchonero –y Paulo Futre como invitado– en esa legendaria tanda de penaltis que decidió el portero blanquiazul («No pasa nada, tenemos a Arconada», cantaban los confiados hinchas) al detener los disparos de Quique Ramos y del Polilla Da Silva.