Opinión
El milagro se llama Gil Marín
Ha triunfado por todo lo alto porque ha hecho bueno el aforismo de Napoleón Bonaparte: ’'El que quiera hacer historia, primero que aprenda de ella’'
Conocí bien a Jesús Gil y Gil porque siendo un veinteañero, y de la mano de Manuel Cerdán y Antonio Rubio, di la mayor parte de las exclusivas del caso Atlético y del caso Marbella y esos derivados en forma de saqueo. Y, aunque no voy a valorar moralmente al personaje, he de resaltar que la familia fue siempre impecable con nosotros. Desde Jesús júnior hasta la encantadora Miriam, pasando por Óscar y ese tímido incorregible que es Miguel Ángel, todos intentaron siempre acercarse, dialogar y contarnos su verdad, que no siempre, por no decir nunca, coincidía con la verdad judicial. Miguel Ángel fue condenado a un año y medio de prisión por simulación de contrato y Enrique Cerezo a uno por apropiación indebida. Al ser penas inferiores a los dos años y un día no ingresaron en prisión. Tan cierto es que es cosa juzgada como que en el caso del actual consejero delegado del Atlético pagó más por los pecados del padre que por los suyos. Sea como fuere, a la muerte del amoral patriarca, se propuso modernizar el chiringuito y transformarlo en una sociedad seria, similar a las que conforman los principales clubes de Europa. Entidades con su cuenta de resultados, sus compliances y sus principios de disciplina presupuestaria. Y a fe que lo ha conseguido.
Hoy, el Atlético ya no es la casa de tócame Roque con cajas A, B, C y D que gestionaba Jesús Gil y Gil desde sus oficinas del Club Financiero e Inmobiliario de Príncipe de Vergara sino una cosa seria. Muy seria. La construcción del Metropolitano, al que yo hubiera puesto el nombre del gran Vicente Calderón, fue un pequeño paso físico para nuestro protagonista, pero un gran salto para la humanidad rojiblanca. El otro, sobra decirlo, es el fichaje de Simeone como entrenador hace 10 años. Un tipo estajanovista que se acuesta a las 9 de la mañana los días de partido porque lo primero que hace al franquear el umbral de su casa es ponerse el vídeo y repetir compulsivamente las jugadas. Las que han salido mal para no repetirlas y las que han cumplido el guión para perfeccionarlas. Y entre bambalinas, sin llamar la atención, se halla el tentáculo deportivo de Gil Marín, Andrea Berta, un italiano al que quieren todos los grandes del mundo mundial y que ha conseguido convertir en celebrities a futbolistas desconocidos y que el Atlético tenga seguramente el mejor ratio de rentabilidad de Europa en el estratégico apartado de las compraventas.
Obras son amores y no buenas razones: el Atlético, que en 2010 tenía casi la cuarta parte de presupuesto que Madrid y Barça, 130 millones frente a 500, está hoy en la mitad que sus grandes rivales, 515 frente a los casi 1.000 de merengues y culés en la temporada 2019-20. Obviamente, en estos últimos datos no está descontado el «efecto Covid». Lo que antaño era un club en el que se sucedían hasta cuatro entrenadores por temporada se asemeja más ahora a ese modelo Manchester United con místers como Matt Busby y Sir Alex Ferguson. Los red devils han abandonado ese modus operandi condenándose a la irrelevancia y tanto Atlético como Real Madrid lo han clonado, con Simeone y Zidane, respectivamente, alcanzando unos niveles de éxito que no les voy a contar porque los conocen mejor que yo.
Y, sobre todo, Gil Marín ha conseguido que éste sea el mejor Atleti de la historia ex aequo con aquél de los 70 que se llevó tres ligas, fue finalista de la Copa de Europa con ese gol maldito en el 119 de un Sergio Ramos llamado Schwarzenbeck y convirtió a un equipo madrileño en uno nacional e internacional con cientos de miles de jóvenes subiéndose al carro. Estos últimos 11 años son más sobresalientes aún: dos ligas, tres Europa League y dos finales de Champions. Es lo que pasa cuando haces las cosas bien, compensando corazón y cabeza y sabiendo que en el fútbol los milagros no existen, que la semilla que siembras hoy puede tardar años en germinar. Miguel Ángel Gil Marín ha triunfado por todo lo alto porque ha hecho bueno el aforismo de Napoleón Bonaparte: «El que quiera hacer historia, primero que aprenda de ella». De eso se trataba.
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