Opinión

Álvaro Martín y María Pérez, de razzia e incógnitas

La gesta de los marchadores españoles, su arrollador doblete, en la aquincense Plaza de los Héroes es enorme. La preocupación por el futuro de la marcha, ay, no le va a la zaga

Álvaro Martín y María Pérez, doble oro en Budapest
Álvaro Martín y María Pérez, doble oro en BudapestEuropa Press

La magnitud del éxito de la marcha española en Budapest se mide en un dato. Desde Sevilla 1999, ha transcurrido más de un quinto del siglo XXI y once ediciones –ésta es la duodécima– del Mundial de atletismo en los que España ha sumado un título, el de Miguel Ángel López en 2015. También en la caminata de 20 kilómetros, por cierto. El botín se ha cuadruplicado en una semana mal contada. El peso histórico de esta modalidad queda asimismo fuera de toda discusión: ocho de los doce títulos universales, dos tercios, que acumula España desde la edición inaugural de Helsinki 1983 se ganaron andando. La gesta de María Pérez y Álvaro Martín, su arrollador doblete, en la aquincense Plaza de los Héroes es enorme. La preocupación por el futuro de la marcha, ay, no le va a la zaga.

Hace tiempo que los gerifaltes de World Athletics, la federación internacional, encararon su proa contra la marcha. Un estúpido prurito de igualitarismo –fue un fiasco, previsible, su implantación en el programa femenino– y la impaciencia creciente de los televidentes terminaron con los 50 kilómetros, una batalla verdaderamente épica entre superhombres. La nueva distancia de 35 kilómetros se parece en demasía a los 20, de ahí los dobletes, así que en los Juegos de 2024 se disputará sólo la versión corta más una especie de «ekiden» por parejas mixtas con dos relevistas alternándose en cuatro postas de 10.548,75 metros, hasta completar un maratón. Un engendro extrañísimo. Aun así, si Martín y Pérez siguen en sus tronos y se asocian como dueto con éxito se traerían de París tres medallas de oro… las mismas que toda la delegación española (con más de 300 deportistas) ganó en Tokio 2020. No es seguro que haya marcha olímpica a partir de Los Ángeles 2028, donde la antigua IAAF planea sustituirla por una prueba de cross, como lleva preconizando desde hace lustros el presidente Sebastian Coe, quizá influido por los escasos triunfos que cosechan las naciones del poderoso lobby anglosajón en esta modalidad.

De hecho, ni siquiera es seguro que los grandes campeonatos estivales alberguen a medio plazo pruebas de marcha, habida cuenta de la intención –ya ha habido anuncio oficial– de organizar un Campeonato del Mundo bienal de ruta, con sus respectivas réplicas continentales, en el que se integrarían las caminatas y también el maratón, aunque la mítica carrera de Filípides sí se mantendría en los Juegos Olímpicos, como es lógico. Todo el mundo actúa como si la marcha, a la que sólo se le presta atención cuando da lustre al medallero, fuera el hermano pobre. A efectos de promoción del atletismo y de impacto comercial, de hecho, pesaron mucho más los bronces de Mo Katir y Asier Martínez en Eugene –en dos de las pruebas «premium» del programa– que los cuatro oros cosechados en Budapest por los esforzados Álvaro y María. Porque, siendo sinceros: ¿Cuántos de ustedes, amables lectores, se levantaron a las siete para tragarse tres horas de gente andando de forma muy rara? Yo sí lo hice, brindé con mi café por los campeones y también por los valientes que no ganaron. Lo seguiré haciendo.