Opinión
Pau Gasol es inmortal
Verbalizó siempre a los cuatro vientos el orgullo que supone para él ser tan catalán como español
Fernando Martín fue uno de los ídolos de mi juventud. Indelebles quedan en la memoria esas veladas en el pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid donde tuve el privilegio de ver desenvolverse a uno de los mejores deportistas de nuestra historia. Sus peleas con Audie Norris y Dino Meneghin las contemplaba a escasos metros, a ras de suelo, un espectáculo inigualable ése de ver pugnar por la pelota a tíos tan grandes, tan fuertes y con envergaduras de 2,15. El destino me otorgó la posibilidad de sentarme siempre a pie de cancha gracias a las entradas que un compañero de clase, por aquella época una de las estrellas de los júniors de la sección baloncestística merengue, me regalaba.
Puedo decir y digo que jamás he vuelto a ver un deportista con semejante instinto criminal, ése que marca la diferencia entre los grandes y los superlativos. Fernando era superlativo como superlativo fue ese Drazen Petrovic que primero le odió como compañero y luego le lloró más como admirador que como amigo tras aquel accidente mortal de noviembre de 1989 en la M-30. Un Drazen Petrovic que, malditas coincidencias del destino, acabaría yéndose de la misma manera: al volante y cuando no tocaba porque era un veinteañero como él. Pero si hay algo del 10 madridista que nadie le podrá robar jamás es su condición de pionero en la NBA. Fue el primer español en participar en el torneo baloncestístico más importante del mundo y el cuarto europeo en hacerlo tras el búlgaro Glouchkov y los alemanes Detlef Schrempf y Uwe Blab, que eran casi yanquis al haber ido al colegio allí. Un hito que le hace figurar por méritos propios no sólo en los anales del deporte sino en los libros de Historia de España. Su concurso fue esencial para que España diera la campanada en el Mundial de Cali de 1982, en el que no quedamos terceros sino cuartos porque a los árbitros les dio por robarnos el partido decisivo con Yugoslavia.
Las jugarretas arbitrales, que haberlas, volvió a haberlas, no pudieron impedir que fuéramos subcampeones en esos Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 en los que jugamos contra los Estados Unidos de un tal Michael Jordan que acabaría convirtiéndose en el mejor deportista de todos los tiempos. Fernando Martín adquirió vitola de líder del combinado español, pese a sus 22 años y pese a que tenía a su alrededor leyendas como Juan Corbalán o Epi. Y aquello fue la catapulta definitiva para convertirse en el nada oscuro objeto del deseo de toda suerte de equipos NBA.
No triunfó porque el coach de los Portland Trail Blazers, Mike Schuler, triste y amarrategui como era, no le dio una sola oportunidad. Físico para el mejor campeonato de baloncesto profesional tenía de sobra, tal vez era demasiado grande y no tan buen tirador para jugar de 3 o de 4 y le faltaban centímetros para ser un center de esos que se estilan en la NBA, de 2,10 metros para arriba.
Sea como fuere, abrió la puerta para los que vendrían después. Y el que llegó después es nuestro protagonista, Pau Gasol, el segundo español en entrar en el olimpo de los dioses que comandaba el añorado y querido David Stern. Lo de Gasol no fue coser y cantar, pero casi por dos razones: mide 2,15 y maneja el balón con la soltura de un escolta de 1,98. Como suele ocurrir en la vida, el discípulo superó al maestro. Su aterrizaje en los Grizzlies de Memphis, un equipo secularmente segundón, fue un auténtico éxito al punto que fue declarado rookie del año en 2002, el primero no estadounidense en la historia de la NBA, que se dice pronto.
Los éxitos llegaron en cascada. Tan cierto es que los Grizzlies eran una franquicia de medio pelo en la ciudad de Elvis como que el hombre que mañana se jubila batió todos los récords de la entidad. Su consagración, sin embargo, le llegaría con 26 años al ser la piedra angular del Mundial de Japón 2006 que España ganó con esa generación de oro que ya había conseguido prácticamente todo en su época júnior.
Que estamos ante una estrella de verdad lo demuestra el nada inapreciable hecho de que llegó a los Lakers, lo más de lo más, vio y venció. Su primera temporada entera en Los Ángeles se saldó con un anillo y la segunda con otro. Casi nada. Luego fue dos veces plata en los Juegos Olímpicos, incluida esa final de Pekín 2008 frente al Dream Team yanqui que constituyó un atraco a mano armada de manual. Lo que no le perdonaré jamás es ese lanzamiento en el último segundo contra Rusia en la finalísima del Europeo 2007 que dio en el aro y, cuando parecía que entraba, se salió dando la victoria al rival en el Palacio de los Deportes de Madrid. Fue un mazazo para todos los que estábamos allí en las gradas y en la cancha. Claro que nadie es perfecto. Otro momento estelar fue cuando su hermano Marc y él protagonizaron el salto inicial del All Star Game de 2015 en el Madison Square Garden.
Con todo, me quedo con el ejemplo que ha supuesto Pau para los más jóvenes. Su humildad, su respeto al rival y su profesionalidad hacen de él el espejo perfecto en el que mirarse en un mundo en la que el deporte representa los mejores valores de una sociedad cada vez más amoral. Gasol se puede ir con la cabeza muy alta y con la simpatía de todos los españoles, jamás empleó el deporte para dividir nuestra nación sino más bien para unirla, verbalizando a los cuatro vientos el orgullo que para él supone ser tan catalán como español.
Nunca ha dado que hablar dentro ni fuera de las pistas. Tampoco en esos vestuarios en los que todos, empezando por esa otra estrella que brilla desde el cielo, Kobe Bryant, querían coincidir en el parqué con él. Porque es un buen compañero, porque juega para el equipo y porque atesora una facilidad innata para leer el juego. Y con los periodistas, y sé de lo que hablo, fue siempre admirable. Un facilitador con los medios, amén de un más que razonable comunicador. Cuelga las botas, pero su recuerdo, su ejemplo y su huella hacen de él un deportista inmortal. Jamás le agradeceremos lo suficiente lo que hizo por el baloncesto y por España luciendo nuestra bandera por todo el mundo. Pau sí que es Marca España y lo demás, tonterías.
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