Opinión
El caballero andante nació en Sevilla
Pau pertenece sin duda a la estirpe de los Santana, Ballesteros, Ángel Nieto, Indurain o Nadal, con el mérito añadido de que él tuvo que pugnar por hacerse un hueco en un entorno hostil, la NBA
El ganadero Fernando Villalón, VIII conde de Miraflores de los Ángeles y refinado poeta de la Generación del 27, aunque su prematura muerte le impidió alcanzar la notoriedad que merecía, legó para la posteridad una enseñanza que convendría tener siempre presente: “El mundo se divide en dos partes: Sevilla y Cádiz”. Fuera de ese triángulo fértil que forma el Guadalquivir en su desembocadura, la conocida como Baja Andalucía, la barbarie. La edad de oro del deporte español, apadrinada por dos figurones como Rafa Nadal y Pau Gasol, no podía originarse en otro lado. En el Challenger del Real Club Tenis Betis, el 17 de septiembre de 2001, logró un chico mallorquín de quince primaveras recién cumplidas su primer punto ATP. Dos años antes…
Viernes, 21 de mayo de 1999, Palacio Municipal de los Deportes San Pablo, vaya nombre para una epifanía, tercer partido de la final de la Liga ACB entre el Barcelona y el Caja San Fernando local. El equipo de Aíto García Reneses había ganado los dos primeros encuentros y venció en el tercero (56-60). Fue el primer título oficial, unos meses antes que el Mundial júnior, que ganó Pau Gasol –camiseta número 17 en lugar del legendario 16– junto a su inseparable amigo Juan Carlos Navarro. Luego, vendría la consagración de Lisboa, el doctorado en la Copa del Rey en Málaga (2001) y la emigración a la NBA que su entrenador en el Barça, ese viejo zorro, quiso retrasar para disfrutar un poco más de su talento.
El epílogo de la carrera de Pau Gasol ha sido el acto del Liceu, en la misma Barcelona donde termina el viaje de Alonso Quijano. Pero la historia del pívot de San Baudilio, como la epopeya del Quijote, la escribió Cervantes en Sevilla y conquistó el mundo con su manera de narrar historias igual que los deportistas españoles, cuatro siglos después, asombraron al orbe con la dominación tiránica de disciplinas que parecían vedadas al atleta patrio. La imagen de Marc disputando a su hermano mayor el salto inicial del partido de las estrellas de la NBA de 2015 (Madison Square Garden, Nueva York, 15 de febrero) es más elocuente que mil medallas de oro.
Existe un debate recurrente en torno al “mejor de todos los tiempos” (GOAT por sus siglas en inglés) que, en lo referente al deporte español, ignora a los deportistas de disciplinas colectivas cuando Pau Gasol pertenece sin duda a la estirpe de los Santana, Ballesteros, Ángel Nieto, Indurain o Nadal, con el mérito añadido de que él tuvo que pugnar por hacerse un hueco en un entorno hostil: esa NBA en la que, a principios de siglo, los jugadores foráneos todavía eran considerados de segunda clase. El pívot catalán, a la estela de precursores como Kukoc o Divac y en la ilustre en compañía de otros (Nowitzki, Yao Ming, Parker, Ginóbili…), reventó ese techo de cristal ganándose el respeto del muy chovinista baloncesto estadounidense.
Resulta curioso que, en un entorno por definición exitista como la alta competición, la estima del gran público y de los rivales hacia Pau Gasol se haya sustentado más en sus derrotas que en sus triunfos, dos anillos con los Lakers en 2009 y 2010 gracias a los cuales ingresó en el panteón de la franquicia angelina, mítica entre los mitos de la NBA. Fueron sin embargo las platas de Pekín y Londres –segundos, ya saben, los primeros de los perdedores– las que mostraron en todo su esplendor la magnitud de su genio. Contra selecciones de Estados Unidos cuajadas de estrellas, nada que ver con los simulacros de algunos Mundiales, España y Gasol sostuvieron una lucha titánica hasta caer sin soltar la espada ni quitar la mirada de los ojos del enemigo. Así pierden los tíos.
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