Vuelta a España

Sangre, quemaduras y ocho segundos ganados. El drama de Roglic

Atacó a falta de 2,8 kilómetros, se distanció del pelotón y se fue al suelo en los últimos metros. Su arrancada quedó convertida en un rastro de sangre que le recorría todo el costado derecho

Primoz Roglic se mira las heridas en la meta
Primoz Roglic se mira las heridas en la metaDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Primoz Roglic, sentado sobre el asfalto, se miraba las heridas como si no pudiera creérselo. Observaba su brazo derecho, una quemadura sangrante que le recorría de arriba abajo. Por los agujeros del maillot asomaban los raspones en el mismo hombro que le había obligado a retirarse del Tour. La tragedia continuaba de cintura para abajo, con un reguerillo de sangre que le recorría el muslo. Un ecce homo derrotado cuando estaba preparándose para dar el golpe definitivo para ganar su cuarta Vuelta consecutiva. Una ambición convertida en un rastro de sangre y de carne quemada.

No tiene fracturas el líder del Jumbo. Sólo rasponazos y un enorme enfado con el mundo después de ver cómo sus ilusiones chocaban contra el suelo. «Policontusiones, heridas superficiales en codo, cadera y rodilla del costado derecho que han precisado de curas locales», dice el parte firmado por los médicos de la carrera. Una oportunidad perdida, y quizás, la Vuelta entera.

El esloveno no se conforma con nada. Un segundo puesto es una derrota y, consumidas ya las dos etapas aparentemente más duras, aprovechó el pequeño desnivel que llevaba a la meta de Tomares para lanzar un ataque que sorprendió a todos. Evenepoel, el líder, levantó la mano por un pinchazo. Dimitía de la pelea aprovechando que estaba ya dentro de los tres kilómetros finales y le asignarían el tiempo del grupo en el que viajaba. Estaba casi en el límite de la protección. Roglic atacó cuando quedaban 2,8 kilómetros para el final. Y su avería coincidió con el ataque del esloveno.

Evenepoel había reconocido el final en la jornada de descanso. «Me había parecido peligroso», reconocía después de la etapa, ya con el maillot rojo de nuevo sobre sus espaldas. «La idea era luchar por la victoria, pero no ha sido posible», aseguraba el belga, que reconocía que los últimos diez kilómetros habían sido estresantes. «Realmente es bueno pinchar viendo cómo ha sido el final de etapa. Mejor a tres que a cinco [kilómetros]. La mala suerte de otros días se ha compensado con el pinchazo de hoy», asegura el líder. El pinchazo le permitió entrar relajado en la meta. Es la diferencia entre ser líder con 1:26 de ventaja o ser segundo a 1:36 de Roglic. Bendita mala suerte.

En su lucha por distanciar a Evenepoel, al esloveno se le unió Ackerman. Y después, Pedersen, Danny van Poppel y Fred Wright. Cuatro velocistas que peleaban por la victoria parcial y que acabaron arruinando su aventura. Chocó con Wright al intentar engancharse al esprint y recuperar la línea de la que se había salido. Puede ser. O puede que fuera algún elemento deslizante el que lo lanzase al suelo. Sólo se sabe que Roglic era una ambición desgarrada de repente a escasos metros de la meta. Cuando ya no importaba tanto añadir unos segundos de bonificación al premio como terminar entero.

Tiene mala suerte Roglic, que ya tuvo que abandonar en la dos últimas ediciones del Tour. La Vuelta era su recinto de seguridad, el sitio de su recreo. Pero ahora, de repente, ve cómo todo se rompe. Y todo tiene que volver a empezar. Un alma rota a cambio de recortar sólo ocho segundos al líder. «Lo vi en la meta, estaba un poco dañado, pero espero que pueda continuar en la Vuelta», aseguraba Evenepoel.

Un final imprevisible para una etapa que invitaba al sueño. Tenía razón Enric Mas cuando aseguraba en el día de descanso que las etapas llanas también pueden decidir las carreras. De la manera más insospechada. El ataque de Roglic sorprendió a todos, incluido el ganador de la etapa, Mads Pedersen. «No me lo esperaba para nada, la verdad. Ha sido un movimiento muy inteligente, porque todo el mundo estaba al límite. Ackermann estaba en su rueda y yo tuve que gastar mucha energía para cerrar el hueco. Ha sido un muy buen movimiento», reconocía.

El danés iba por delante, con toda su atención puesta en ser el primero en cruzar la línea de meta. «No he escuchado la caída, he querido saludarle y le vi con toda la ropa destrozada. Es una pena que haya caído, no ha estado de suerte este año. Espero que no sea grave y que pueda seguir luchando por la victoria en la Vuelta», afirmaba.

Quedan cinco etapas para acabar la Vuelta, cuatro de verdad y una de homenaje al campeón. Y en todas ellas, excepto en el paseo por las calles de Madrid, hay oportunidades de pelea. Roglic carga ahora con sus heridas y con su enfado. Con el alma y el cuerpo doloridos. Y de la forma en que gestione todos esos dolores dependerá que la Vuelta llegue con más o menos vida hasta el final.