Opinión
El meacolonia Guardiola
Se cree el inventor del fútbol, pero lo primero que debería hacer es respetar a Simeone, que ha jugado más finales de Champions que él con el dinero del City
Tengo que decir que cada vez que me he topado con Pep Guardiola, el de Santpedor ha sido de una educación exquisita. Nada que objetar a la persona. No puedo decir lo mismo de un personaje que va dando lecciones a los demás día sí, día también; por tierra, mar y aire; que se cree que sus congéneres son tontos de baba; que de ese fútbol que no es precisamente una ciencia exacta sólo sabe él; que los que no implementan su estilo de juego son poco menos que unos terroristas del balón.
Tan cierto es que es un descomunal entrenador como que no es ni de lejos el mejor de su generación, aunque escuchándole pareciera que fue él y no los ingleses quienes hace 160 años inventaron el balompié. Más que nada, porque en lo que de verdad cuenta, en lo que marca la diferencia, la Champions, antaño la Copa de Europa, ha conquistado las mismas que su odiado Mourinho, Villalonga, Carniglia, Guttman, El Mago Helenio Herrera, el superlativo Miguel Muñoz, Dettmar Cramer, Nereo Rocco, Stefan Kovacs, Brian Clough, Happel, Arrigo Sacchi, Hitzfeld, Alex Ferguson, Heynckes y ese monumento a la modestia que es Don Vicente del Bosque. Vamos, que hay 16 místers que han levantado la Orejona las mismas veces que él. Tal vez le iría mejor si en lugar de tanta prepotencia y tanta falsa modestia aplicase la receta de tres técnicos que han ganado mucho más que él, tres Champions que se dice pronto: Bob Paisley, Carlo Ancelotti y Zidane. Ni el uno ni el otro, ni el de más allá, han protagonizado jamás una salida de pata de banco, entre otras razones, porque hablan allá donde hay que hacerlo: el terreno de juego, el lugar donde se dirimen las primacías. Todos los mortales meamos pis, bueno, todos no, porque Pep Guardiola orina colonia de Christian Dior. La última prueba de que mea diferente al resto de la humanidad la tuvimos en una de las ruedas de prensa previas al partido de Champions de la semana pasada en la que consumó una de sus habituales faltas de respeto al rival. Lo que él intenta vender como un lapsus no fue tal, entre otras cosas, porque un tipo que se enfrenta a los medios a diario desde hace 30 años domina la escena pública como nadie y dice siempre lo que quiere decir. Ni más, ni menos, ni menos, ni más. Su sutil puñalada al Atlético de Madrid lo retrata: «En la Prehistoria, hoy y en 100.000 años, es muy difícil atacar un 5-5, es que no hay espacios».
Nunca escuché semejante vómito a un adversario, menos aún a uno al que te acabas de enfrentar. Lo primero que debería hacer el de Santpedor es respetar a un Cholo Simeone que, sin haber dispuesto de más de 1.000 millones para fichar a su antojo pasándose por el forro de sus caprichos el Fair Play Financiero, ha disputado más finales de Champions que él en su actual club. El planeta fútbol siempre respetará al argentino por haber hecho tanto con tan poco y despreciará al míster del City por haber conseguido tan poco con tanto. Tan cierto es que Diego Pablo Simeone practica el «catenaccio» más de la cuenta como que si tuviera la chequera infinita que la dictadura de Abu Dhabi ha puesto en manos de Guardiola haría otro tipo de fútbol.
Más respeto en lo personal y en lo profesional me merece ese gran preparador que, a pesar de los pesares, va a ser Xavi Hernández. Por eso no entiendo a santo de qué venía la «boutade» del miércoles cuando, al rememorar el 2-3 del Real Madrid en la previa, se largó una chulería innecesaria: «El Barça es el club más difícil y exigente del mundo. Tenemos la obligación de ganar y de jugar bien. No nos vale con hacerlo en el minuto 90 y por 1-0». Difícilmente el Barça puede ser el club más exigente del mundo por cuanto ha ganado ocho copas de Europa menos que un Real Madrid en el que sólo valen tres cosas: ganar, ganar o ganar porque si no te vas a la calle. Y si bien es cierto que los merengues jugaron entre mal y peor en el Bernabéu frente al Chelsea, no lo es menos que en Londres se salieron del mapa. Y, al final, lo que cuenta en el fútbol y en cualquier orden de la vida son los hechos, no las palabras. Mientras el Barça era expulsado de mala manera de una competición de segunda en cuartos de final, el eterno rival está en semis de una Champions que son palabras mayores. Moraleja: con humildad, la humildad de Ancelotti y tantos otros, se va al fin del mundo. Literalmente.
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