Opinión
No se me quejen, que podría haber sido peor
Si la primera fase de la Eurocopa ha sido infumable, en la Copa América participan diez y pasan ronda ocho...
Como cualquier drama es susceptible de empeorar, las dos jornadas sin fútbol eurocopero han desviado las miradas hacia la Copa América. Para certificar la decadencia de los torneos de selecciones, reducidos a un pase de modelos para lucimiento de las marcas de equipamiento deportivo y a un eficaz blanqueador político para satrapías de toda laya –de la putinesca Rusia a la teocracia qatarí pasando por el Brasil de Bolsonaro o la Hungría de Orban–, el decano del género se ha convertido en una bufonada en la que lo mismo participa Japón como equipo invitado que se castiga al espectador con una primera fase aún más disparatada que la que padecimos en el Viejo Continente. Dos grupos de cinco en los que se clasifican... ¡los cuatro primeros! Bolivia y Venezuela, el eje chavista del mal, serán las únicas eliminadas. (Sí, aunque parezca mentira, las hay peores que Eslovaquia.) Ninguna televisión española ha comprado los derechos de retransmisión del evento, como no podía ser de otra manera. Hay brotes verdes de cordura en el panorama audiovisual.
Hoy empiezan los octavos y valdría decir que hoy empieza la Eurocopa, ya que la primera fase sólo ha servido para alimentar unas cuantas polémicas periodísticas, hoguera de pajas, y tirar de los carteles a selecciones que no merecerían haber figurado en ellos. El aplazamiento de un año por pandémicas razones nos ha dejado un torneo salpicado por los positivos que se iban conociendo en las distintas selecciones, todos ellos asumidos con naturalidad excepto en España, donde la naturaleza esperpéntica de dirigentes y técnicos federativos dio lugar a algún episodio chusco que ya forma parte de la antología del sainete nacional. Mientras Busquets hacía cuarentena en casa, Luis Enrique movilizaba a los sub’21 para jugar un amistoso contra Lituania e interrumpía las vacaciones de una docena de futbolistas para crear una burbuja paralela. Suecia, Eslovaquia, Escocia, Portugal y otros planteles también tuvieron futbolistas infectados sin que se montase un circo ni remotamente parecido.
Eslovacos y escoceses, precisamente, han sido dos de las selecciones eliminadas sin que extrañe por la debilidad extrema de los centroeuropeos ni por la tradición caledonia, que dicta que sus futbolistas vuelven a casa antes de que lleguen las postales que enviaron desde su hotel de concentración. Diez competiciones llevan entre Mundiales y Eurocopas sin haber superado jamás la fase de grupos. Del resto de los descalificados –Polonia, Finlandia, la exótica Macedonia del Norte y Hungría– sólo merecen honores los valientes magiares, que le han puesto el pecho a las balas lanzadas por sus temibles rivales del grupo de la muerte, cliché imperecedero, y han padecido injustamente en sus carnes el rechazo que suscita su clase política. Turquía y Rusia tampoco jugarán los octavos, pero los comentaristas se han limitado a glosar su decepcionante fútbol, sin la menor referencia a las tropelías de sus autoritarios presidentes. A don Vladimir y al señor Erdogan, que ni el pétalo de una rosa los toque.
En el subcontinente ibérico, llevan más de un siglo enfrentándose las naciones en campeonatos oficiales, desde 1916. Antes de que España tuviese siquiera selección, nuestros hermanos trasatlánticos ya disputaban la Copa América y es penoso ver cómo esta edición ha apuntillado un torneo malbaratado desde hace algunos lustros. El covid-19 aplazó la edición de 2020 que iban a organizar Argentina y Colombia, pero el gobierno cafetero declinó su responsabilidad a raíz de los disturbios de finales de abril y el argentino, dos semanas antes de inicio, invocó el recrudecimiento de la pandemia para bajarse del tren casi en marcha. Jair Bolsonaro, que está a la que salta, improvisó su ración de «panem et circenses» a pesar de la amenaza de plante de sus propios internacionales. Y ahí andan jugándose unos partidos carentes de todo interés con la esperanza de que ninguna selección salga respondona e impida una final Brasil-Argentina en Maracaná, un duelo de Neymar contra Messi que devuelva al fútbol sudamericano un poco del esplendor de antaño, perdido ante la inalcanzable evolución técnica, física y estratégica de los equipos europeos.
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