Atletismo

La medalla de un hombre prudente

La Razón
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Si en estas páginas hablásemos de geopolítica, cabría preguntarse por qué tantos magníficos deportistas cubanos, mimados por la genética y perfeccionados en un sistema de deporte de estado de inspiración soviética, huyen de la isla para competir bajo otro pabellón. Orlando Ortega tiene apellido gitano, de torero de pellizco o cantaor con duende, y se expresa en el prodigioso idioma que los conquistadores llevaron al Caribe. Hay una conexión, o sea, y ahí está el reciente medallero atlético español (Lino Martínez, Montalvo, Casañas, Terrero...) para refrendarla. Pero ayer, el turco (¿?) Yasmani Copello se metió en la final de los 400 vallas, tras correr en la misma sesión que las italianas Libania Grenot y Yadisleidis Pedroso. ¿Se van por dinero? No sería el caso de Yamilé Aldama, oro mundial indoor en triple salto por ¡¡¡Sudán!!!

Si en estas páginas hablásemos de geopolítica, es decir, concluiríamos que todo el que tiene la ocasión escapa de la tiranía criminal de los Castro. Dicho sea sin ponderar el patriotismo gastronómico del subcampeón olímpico de 110 metros vallas, el español desesperado por comerse una paella en la noche carioca.

Pero en estas páginas, sin embargo, lo canónico es hablar de atletismo y celebrar la primera medalla olímpica para España desde el bronce que los tramposos le robaron a Manolo Martínez en Atenas. Doce años de espera, dieciséis desde el podio de María Vasco en Sidney (lo siento por mi paisano Paquillo Fernández: su mancha es indeleble), hasta que Orlando Ortega se sobrepuso a una mala salida para ir a buscar la plata que le correspondía visto el elenco de competidores: lejos de McLeod, pero por delante de Bascou, el campeón de Europa que nunca ha podido ganarle. En una prueba tan peligrosa como los 110 vallas, no son raros los accidentes y, a menudo, no gana el más rápido, sino quien consigue asegurar la limpia superación de los obstáculos: Ronnie Ash volaba hacia el segundo puesto, pero tropezó en su último salto, y no hay Juegos en los que un imprudente deje de lamentar su mala suerte. Ortega pudo haber saltado como una pantera de los tacos, a riesgo de comerse el primer escollo o pudo atacar el oro, y también jugarse la caída, planeando a ras de valla como hacía Colin Jackson. Pero decidió subirse al cajón y dejar la audacia para Tokio 2020 porque el maltrecho atletismo de España no podía permitirse otro tropiezo.