Opinión
Mou tenía razón
Gracias al trabajo de Hacienda y la Fiscalía certificamos que el entrenador portugués estaba plenamente en lo cierto cuando denunciaba lo que denunciaba del Barça
José Mário dos Santos Mourinho es el mejor entrenador que he conocido excepción hecha de don Luis Aragonés. Y no lo digo porque sea mi amigo sino porque viví muy de cerca sus métodos, su magistral habilidad en la conducción de grupos y la transformación que hizo con un equipo que hasta su llegada estaba abonado a los octavos en Champions. Como no podía ser de otra manera en un país envidioso y, sobre todo, cínico, Mourinho acabó yéndose casi, casi, por la puerta de atrás. Yo siempre le recomendaba que cambiara de táctica. «José», le insistía, «tienes que ser cínico porque España es un país muy cínico». No me hizo caso, y seguramente hizo bien, porque cambiar tu personalidad haciendo bueno aquello de que «el fin justifica los medios» resulta un buen negocio a corto plazo, pero te arruina moralmente a largo. Le pegaron palos por tierra, mar y aire.
La corrección política tenía varios nombres, todos ellos sinonímicos: Barcelona, Guardiola –un Guardiola que meaba y mea colonia– y tikitaka. Cuestionarla era tanto como comprarte todos los boletos de la rifa del linchamiento de los medios. De tu muerte civil. Mou se negó a comulgar con ruedas de molino y denunció lo que constituía, a los ojos de cualquier observador imparcial, una perogrullada supina. El Barça de la época era muy bueno, cierto, pero no hubiera sido tan bueno sin el descarado favor arbitral. Ganó mucho más de lo que merecía gracias a los trencillas, intra y extramuros. Aún recuerdo, siendo director de «Marca», aquella rueda de prensa de diciembre de 2010 en la que nuestro protagonista se quejó en voz alta de los 13 ¿fallos? arbitrales cometidos por Clos Gómez en un Sevilla-Real Madrid. No tocó de oído ni hizo demagogia, sencillamente, los documentó: pitó a los merengues cuatro fueras de juego que no eran, se comió un penalti de libro y expulsó a Carvalho por un cabezazo fortuito. Un fallo era posible en la era preVAR, dos también, pero seis se antojan un tongazo de padre y muy señor mío. Por no hablar de las 78 jornadas que estuvieron los culés entre 2016 y 1018 sin que les señalaran una sola pena máxima en contra coincidiendo con los suculentos pagos al entonces vicepresidente de los árbitros, Enríquez Negreira.
Los ¿fallos? también se producían en Europa. El arbitraje de Ovrebo en Stamford Bridge contra el Chelsea fue una tomadura de pelo. Se comió cuatro penaltis en contra de los sobornadores blaugrana que hasta un extraterrestre recién llegado a la tierra y profano en la materia hubiera visto. Pero lo que provocó la lógica ira del portugués fue el atraco que el Madrid sufrió el 27 de abril de 2011 en el Bernabéu contra el Barça: los locales se quedaron con diez en el 61 con el marcador 0-0. Fue por una plancha que no existió de Pepe a un Dani Alves que cayó al suelo retorciéndose como si le hubieran roto la tibia y el peroné de una tacada. Por no hablar de las simulaciones de agresión, algo que en la NBA, por ejemplo, está perseguido y castigado. Sobra decir que les salieron gratis. El árbitro Stark encarriló el encuentro para los barcelonistas, que acabaron ganando 0-2 y semanas más tarde levantando la Copa de Europa.
Espero, confío y deseo que se llegue hasta el final, en España y en Europa, y también que alguien nos explique por qué corría tanto el Barça de la era Guardiola. Eso, por qué. Una frase que se hizo mítica en la rueda de prensa postpartido de aquel 27 de abril de 2011 para la infamia del deporte: «¿Por qué han acabado pasando a la historia? ¿Por qué? ¿Por qué? Ovrebo, Busacca, Frisk, De Bleeckere, Stark. ¿Por qué en cada semifinal pasa lo mismo? ¿Por qué cada año? Enhorabuena por todo lo que han conseguido. Los otros no tenemos ninguna posibilidad». Cómo sería que en una ocasión espetó a los suyos en el autobús que les llevaba al Camp Nou: «Prepárense para perder». Ahora, y gracias a la Fiscalía y Hacienda, certificamos que Mou tenía razón. La historia no sólo le ha absuelto sino que le ha dado plenamente razón. Eso sí: nadie le pedirá perdón.
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