ONU

Agricultura sostenible y apoyo al pequeño campesinado para acabar con el hambre

El COVID-19 podría elevar el número de personas que sufre desnutrición en el mundo a 1.000 millones desde las 815 millones que hay actualmente

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Trabajadoras en una granja, preparan y secan el maíz cosechadodreamstimeLa Razón

El COVID-19 podría elevar el número de personas en el mundo que sufre desnutrición crónica de los 815 millones de personas a los 1.000 millones. En solo tres meses, desde el Programa Mundial de Alimentos de la ONU se han destinado 1.900 millones de dólares en ayudas a los países más frágiles del planeta. La falta de recursos para lograr el objetivo hambre cero que recoge la ONU en su punto dos de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS), es permanente y ahora se complica más. El apoyo a la agricultura, en particular al pequeño campesinado es fundamental para proporcionar comida a toda la población.

Pero el COVID-19 no ha hecho más que poner palos en las ruedas a la capacidad que tienen las familias más vulnerables de obtener alimentos, a lo que se añade el posible aumento de los precios de los mismos. «Se empieza a notar ya en el Cuerno de África, donde las familias no han podido salir a trabajar porque se está dificultando la movilidad de los transportes y, si no salen a trabajar, no tienen capacidad para alimentarse. A esto se ha sumado una plaga de langostas que está acabando con las plantaciones», explica Alberto Casado, director de incidencia política de la ONG Ayuda en Acción. Lamenta la falta de voluntad política de invertir en desarrollo rural. «Es la mejor herramienta para luchar contra el hambre, ya que el 80% de los alimentos los producen los campesinos y tienen el 80% de la tierra cultivable. Hay que invertir en ayudas a los agricultores y fomentar la agricultura cercana. Por otro lado controlar el precio de los alimentos para que no se especule con ellos. No se están reduciendo los ratios de hambre mientras sí aumenta la población».

Otro de los problemas que persisten son los bajos sueldos que reciben los productores de países de América Latina, Asia y África y desde Oxfam Intermon se trabaja por un comercio justo. «En el mundo se venden más de 10.000 millones de productos de comercio justo, mientras que en España no llegamos a 100 millones. La gente tiene que ser consciente de cómo se producen no solo los alimentos, sino otros materiales. Por ejemplo, si uno compra una camiseta por dos euros es porque al país de origen se le está pagando injustamente, por eso las transacciones comerciales deberían ser justas y equilibradas», sostiene Juanjo Martínez, responsable de tiendas ciudadanas de comercio justo de Oxfam Intermón. «Estamos muy satisfechos con muchas compañías del sector textil, que están siendo más responsables sobre a quién se están encargando los materiales para confeccionar sus prendas. No ocurre lo mismo con el cacao, o las plantaciones de té en India, y es necesario que la gente tome consciencia de que los productores de los países más desfavorecidos deben recibir un salario digno». Uganda es el país que más café exporta y es la oportunidad que tiene el gobierno de este país para sufragar los servicios públicos. Oxfam ayuda a los productores de café. «Anticipamos el dinero, para que las cooperativas de café no tengan que endeudarse antes de exportar», explica Martínez.

El cambio climático tampoco está ayudando a la agricultura. Aumenta los riesgos asociados a los desastres naturales tales como las sequías y las inundaciones, lo que ha obligado a muchos campesinos y campesinas a emigrar a las ciudades en busca de oportunidades. Para minimizar los riesgos que el cambio climático produce sobre la agricultura, la ciencia y la tecnología juegan un papel destacado, explica Javier Gutiérrez Mañero, Catedrático de Fisiología Vegetal de la Universidad CEU San Pablo. «La ciencia permite conocer el funcionamiento de una planta y cómo resiste mejor al estrés ambiental. Puede contribuir a aumentar la variedad genética de las especies que cultivamos de manera integrada y combinada, lo que reducirá el uso de pesticidas y productos para luchar contra las plagas. La ciencia permite también mejorar el fondo genético de las plantas utilizando microorganismos que acompañen a su crecimiento. Por otro lado, la incorporación del Big Data controla la producción y el estado de salud de las plantas y sus necesidades. La tendencia es incorporar medios y sistemas naturales de producción y alejar la utilización de productos químicos que degradan el medioambiente», explica Gutiérrez Mañero.