Viajar en avión con una discapacidad
A Rubén Orejuela, de 45 años y con tetraplejia desde los 16, hay pocas cosas que le asuste hacer en la vida. Viajar en avión es una de ellas. Y no, no tiene miedo a volar. Su primer miedo es que no le permitan llevar su silla de ruedas eléctrica hasta la puerta de embarque, y caerse al suelo mientras personal sin formación le lleva por el aeropuerto en una silla estándar, sin amarrarle ni sujetarle. «A ver, es que yo no puedo mover ninguna extremidad, dependo para todo de mi silla, si me dejan sentado en una cualquiera y me mueven sin saber cómo hacerlo, me caigo al suelo. Me ha pasado tantas veces que no sé cómo no se me han quitado las ganas de volar», explica.
Pero hay más. Si ese día la suerte le sonríe y «la compañía aérea de marras, porque en esto sí que hay pocas diferencias, todas lo hacen fatal» le deja llevar su silla, aún quedan muchas más cosas que pueden torcerse: que le quieran cobrar por facturar su silla de repuesto (necesaria cuando viaja a países donde la realidad cotidiana no está adaptada a personas en su situación), que le rompan su silla eléctrica al meterla en la bodega del avión, que tenga que esperar durante horas a que salga por la cinta de equipaje, o, peor aún, que la pierdan, e incluso que no le dejen subir al avión por «motivos de seguridad», enumera.
Y es que volar es una auténtica odisea para las personas que padecen alguna limitación física o psíquica. «Te arriesgas a todo. Por eso muchas personas con discapacidad no viajan; no es que les asusten las limitaciones que puedan tener en el lugar de destino, es el transporte en avión lo que les echa para atrás. En un país desarrollado, esto debería ser algo anecdótico, pero pasa todos los días ¿cómo es posible?», se pregunta este madrileño.
Sin distinciones
Rubén viaja por España por trabajo, es informático y gestiona páginas web, y nunca ha querido que su tetraplejia sea una barrera en su vida personal o profesional. Pero también le gusta hacer viajes en su tiempo de ocio, y en ese caso suele irse más lejos. «Las peores experiencias las he tenido viajando al extranjero. Fui a Colombia, con Avianca, y en ese viaje, además del miedo que pasé mientras me llevaban por todo el aeropuerto en una silla que no estaba adaptada a mi discapacidad, me rompieron el mando de mi silla eléctrica. Viajando a Cuba, con Iberia, me querían cobrar por facturar la silla manual, me colocaron primero en la salida de emergencia del avión y luego me cambiaron de sitio porque ahí no podía estar. Una descoordinación y falta de criterio total». «No considero que sea culpa de las personas que realizan el servicio de asistencia, o del personal de cabina… ellos lo hacen lo mejor que pueden, pero no están formados ni preparados para atender a discapacitados. Tampoco creo que sea algo de las compañías, porque he volado con muchas y no he notado diferencias en el trato o en los servicios. Iberia, Ryanair, Avianca… todas lo hacen fatal», explica.
La realidad es que muchos «Rubenes»; personas que son autónomas en su vida cotidiana y que han conseguido, con mucho esfuerzo, que su discapacidad no les defina ni límite, y a quién las compañías aéreas y los aeropuertos les recuerdan, cada vez que viajan, que este no es un mundo adaptado a ellos. Son varios los casos que han trascendido en los últimos años: un joven sordociego que se encontraba estudiando un Erasmus en Londres al que Ryanair negó la asistencia en vuelo para volver a Madrid, una persona a la que Vueling obligó a comprar un asiento extra para poder volar con su máquina de diálisis o, el más reciente, del que se ha hecho eco LA RAZÓN, el de dos personas en silla de ruedas a las que un piloto de Air Nostrum (filial de Iberia) dejó en tierra después de haber tenido que pasar dos veces los controles.
Las asociaciones y entidades que defienden los derechos de las personas con discapacidad consideran que muchos de estos problemas podrían solucionarse si se reformara el Reglamento Europeo de 2006 sobre los derechos de las personas con discapacidad o movilidad reducida en el transporte aéreo. Una legislación que no les protege y que deja en manos de las compañías decisiones como permitir a las aerolíneas negar a un pasajero afectado de una minusvalía la entrada en el avión por motivos de seguridad.