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Encuesta: La mayoría cree que no le afectará

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Ocho en punto de la mañana. La jefa de la secretaría personal del ministro de Hacienda, Julia Mansilla, inicia la coordinación de un sinfín de reuniones. Lleva toda la vida junto a Cristóbal Montoro, sabe bien de su carácter y escrupulosa manera de trabajar. Son jornadas frenéticas, desde que Mariano Rajoy ha dado instrucciones para acometer el gran tema político y económico de la Legislatura: la reforma fiscal. Un proyecto ambicionado por el Gobierno y anhelado por los ciudadanos, después de dos años de durísimos ajustes y sacrificios. «Cristóbal, llegó la hora», le había dicho hace unos meses el presidente al hombre que maneja la Caja del Estado. Alguien a quien conoce hace muchos años y en quien tiene toda su confianza. Rajoy ha comentado siempre que Montoro posee algo muy importante para manejar las cuentas públicas: es insobornable. A los poderes fácticos, financieros, mediáticos y a quien se tercie.

La reforma comienza a «cocinarse» en el núcleo duro de la política económica del Gobierno integrado por el ministro de Hacienda y el director de la Oficina Económica presidencial, Álvaro Nadal, pilares básicos de la Comisión Delegada. Ambos llevan largos años de colaboración y forjaron un grupo de trabajo muy potente en el grupo parlamentario del Congreso, cuando aún eran oposición. Ambos, además, tienen una buena cabeza, sin mirar nunca el reloj en horas de despacho. Al frente de sus respectivos equipos, la maquinaria se pone en marcha, sabiendo que el tema no es fácil y que el catalejo implacable de Bruselas está al acecho.

También es preciso informar a los «barones» del PP, por lo que Rajoy decide anunciar las líneas maestras de la reforma en el Comité Ejecutivo del partido. Aunque la disciplina es inamovible, la reunión a puerta cerrada es larga y con intervenciones. Los resultados de las elecciones europeas, la crisis del PSOE, el desafío catalán y el calendario electoral son preocupantes. Algunos dirigentes regionales están inquietos y así lo manifiestan. «Presidente, aquí nadie está en su sitio», dice uno de ellos para definir la situación. A lo que Mariano le responde sin dudarlo: «No te equivoques, Montoro sí lo está». Lapidaria frase que refleja el apoyo del presidente a su ministro polémico, admirado, discutido y temido. En definitiva, el más influyente porque maneja el dinero de todos, el espinoso equilibrio entre ingresos y gastos.

Han sido semanas de intenso trabajo entre La Moncloa y Hacienda. Ha participado un nutrido grupo de economistas, fiscalistas y juristas, para que nada fallara en el texto. En Hacienda, un hombre clave es el secretario de Estado Miguel Ferre Navarrete. Un profesional minucioso, estricto, experto en temas fiscales y a quien en la Comisión Delegada llaman «el británico», por su porte distinguido, maneras suaves e inflexibles decisiones. «Como corresponde a un vigilante de la Hacienda pública», afirman en su entorno. Por sus manos pasan los asuntos más delicados del Ministerio, junto a los otros dos secretarios de Estado, Antonio Beteta y Marta Fernández Currás. Otra mujer esencial en el equipo es la subsecretaria, Pilar Platero Sanz, de prestigio y con dilatada experiencia en el Cuerpo Superior de Inspectores de Hacienda, Interventores y Auditores del Estado.

El trabajo ha sido arduo y muy difícil. «Un encaje de bolillos y dinerillos», según un miembro del equipo de trabajo. Los informes del Comité de Sabios designado por el Ministerio y Bruselas aconsejan dureza tributaria y subidas del IVA. Mariano Rajoy no quiere más sufrimientos para el ciudadano. «Ya han tenido demasiada penitencia», comenta el presidente en la reunión del Comité Ejecutivo. Y le encarga a Montoro una bajada de impuestos que armonice con el cumplimiento del déficit. Una tarea compleja que exige tocar exenciones, deducciones, aumento de ingresos y recorte de gastos. «Casi nada», dicen en Hacienda, como prueba del reto de la reforma. Al final, el texto ve la luz con el apoyo del PP, críticas de la oposición y otros sectores. «Algo que ya esperábamos», admiten estas fuentes. La mayoría de expertos opinan que el año electoral condiciona y diluye la reforma. Sin embargo, en Moncloa y Hacienda están satisfechos: «Es el precio de controlar el déficit y la deuda, con alivio fiscal para el ciudadano», enfatizan.

En el partido y en el grupo parlamentario reconocen que uno de los temas más controvertidos es la tributación por despido. En palabras de un presidente autonómico, «un broche para perder las elecciones». Conscientes de ello, en Hacienda reiteran que el tema «es negociable» y que la reforma debe todavía pasar el debate parlamentario y con los agentes sociales. En Moncloa y en Génova confían en que los guiños sociales que incluye la reforma, reducción del IRPF y más ayudas a las familias, serán valorados por la población. De igual modo, piensan convencer a los feroces eurócratas, dado que Montoro ya ha anunciado una importante rebaja en el gasto para el año 2015, lo que no impedirá un crecimiento de ingresos. «Todo un arte del recorte», asegura un inspector fiscal.

Sabedor de las suspicacias y polémica de la reforma, el ministro de Hacienda ha mantenido discretas reuniones con expertos y algunos periodistas. El pasado jueves recibió a un grupo de informadores económicos. «No me seas rebelde», le dijo a uno de ellos, muy crítico con las medidas. Montoro estaba de buen humor, ácido e irónico. Ante la calificación de la agencia Moody's de «poco ambiciosa», aseguró que la reforma es correcta, la única posible en estos momentos. El ministro y su equipo se esforzaron en explicar sus detalles «con enorme paciencia», según los asistentes. Esta virtud, junto a la rocosidad, no le faltan a Cristóbal Montoro. En opinión de otros ministros y compañeros de partido, es el «Pepito grillo» más respetado.

Acostumbrado a los desafíos, tampoco tuvo reparos en pegar un corte a los consejeros territoriales en el último Consejo de Política Fiscal y Financiera, ávidos de una nueva Financiación Autonómica. «Ahora no toca», zanjó Montoro. Los del PP callaron sin rechistar, los del PSOE le criticaron y el catalán Andreu Mas-Collel gruñía por las esquinas. «Nada nuevo», replican en Hacienda, sabedores de qué pie cojea cada consejero autonómico. Pese a todo, el ministro mantiene buena relación personal con todos ellos, incluido Mas-Collel, un hombre correcto y educado, como corresponde a un veterano profesor en la Universidad norteamericana de Berkley.

La reforma fiscal ha sido el tema de la semana, lo que no ha variado las costumbres de Cristóbal Montoro. «Es un asceta de los números», afirman sus colaboradores. Un incombustible, ajeno a presiones y críticas, lo que realza su valor ante el presidente. En este sentido, Mariano Rajoy y Montoro son muy parecidos: serios, austeros e inmunes a injerencias externas. Estos días se habla mucho sobre posibles cambios en el Gobierno, ante los nuevos cargos europeos que podrían llevar al titular de Economía, Luis de Guindos al Eurogrupo. Todos en Moncloa y en el PP coinciden en que si hay alguien fijo es Cristóbal Montoro. Ya lo dijo Rajoy: Siempre está en su sitio. Y a él, forjado en mil batallas, tampoco le quita el sueño.