Opinión
La gran guerra de los chips
La vida moderna depende de los «chips» y los «microchips» y también el poder militar y la hegemonía mundial. Es muy caro, pero se podría prescindir del petróleo; no de los «chips»
Albert Einstein (1879-1955), el gran genio de la física, que desarrollaba sus experimentos en la mente, preocupado por el devenir violento de la humanidad, dijo en una ocasión: «No sé con qué armas se librará la tercera Guerra Mundial, pero en la cuarta se utilizarán palos y piedras». El hombre que fue capaz de alumbrar la Teoría de la Relatividad, tras ver los efectos de la bomba atómica, se instaló en un cierto pesimismo. También tenía claro, como el historiador romano Tito Livio (52 AC-17DC), que «nunca son los acontecimientos menos seguros que en una guerra». Einstein, desde su genialidad, no lo intuyó, pero las armas de la tercera Guerra Mundial, que ya está aquí, son armas del siglo XXI, digitales frente a las históricas analógicas, y tienen un nombre: «semiconductores», «circuitos integrados» o «chips» o «microchips» en su versión más popular. Además, aunque esto es menos novedoso, son armas tecnológicas y económicas, como casi todas.
La guerra de Putin en Ucrania es el mejor escaparate de las nuevas armas, pero no es la gran guerra. El poder militar avanzado el siglo XXI depende de los «chips» y Rusia, por ejemplo, sería una potencia de tercera –de hecho lo es en muchos aspectos– si no fuera por su arsenal nuclear. La incapacidad manifiesta del ejército y los mercenarios rusos para –al margen de sembrar el terror– alcanzar sus objetivos militares es la consecuencia de sus carencias tecnológicas. Ya es más que obvio que tener miles de carros de combate anticuados no sirve para nada.
China, sin una industria puntera propia de semiconductores, no tendrá la capacidad militar para disputar el liderazgo militar mundial a Estados Unidos, explica Jesús Fernández Villaverde, catedrático de Economía de la Universidad de Pensylvania, en un largo, luminoso y muy técnico análisis aparecido en su «blog» «la mano visible», de El Confidencial. El economista defiende que «la noticia económica de 2022 no fue la guerra de Ucrania, con la subida del precio de la energía, ni la inflación. La clave fue el recrudecimiento por el control de la industria mundial de los semiconductores». Esa es la verdadera y última gran guerra, la de los «chips». Por una parte, Estados Unidos y Occidente y, por otra, China, con Taiwán como campo de batalla y objetivo estratégico, por ahora.
Fernández Villaverde, junto con Luis Garicano, fueron dos de los economistas que, bajo la batuta de Pablo Vázquez, impulsaron en sus inicios el «blog» «Nada es gratis». Vázquez, persona de confianza de Alberto Núñez Feijóo, dirige la nueva Fundación del PP, Reformismo 21, a la que acaba de incorporarse Garicano, tras su etapa de Ciudadanos y que, claro, podría –solo podría– ser ministro en un Gobierno del PP, aunque levantara algunas suspicacias internas. El catedrático de Pensylvania explica en su análisis que sería más fácil prescindir del petróleo que de los chips. Es muy caro, pero posible, mientras que «prescindir de los chips es prescindir de la vida moderna».
Los «chips» se producen en varios sitios del mundo, pero los de última generación –con unos 80.000 millones de transistores–, son los llamados de «tres nanómetros» o menos. En el universo de los «chips», cuanto menor número de nanómetros, mejor. Pues bien, debido a la complejidad de los nuevos semiconductores sólo hay tres empresas en el mundo capaces de hacerlos: TSMC, de Taiwán, que fabrica los procesadores de Apple y de AMD; Samsung en Corea del Sur y, por último Intel en Estados Unidos. Sin embargo, hay matices. En la práctica sólo TSMC es capaz de producir suficientes «chips» de menos de siete nanómetros, no ya de tres, en cantidades suficientes. Intel, en EE UU, intenta mejorar y adaptar sus factorías a las nuevas demandas, pero a pesar de las ayudas estatales tardará años en poder rivalizar con TSMC. En Alemania, Intel, Wolfspeed e Infineon construyen grandes fábricas nuevas para producir semiconductores, pero todo es a largo plazo.
Clemens Fuest, director de instituto económico alemán IFO dice que «incluso si todo funciona bien, seguiremos importando el 80% de nuestros chips en 2030». La gran guerra, pues, es la de los «chips» de última generación que, por ahora, China no puede ganar por sus propios medios, salvo que accediera al control de las empresas de Taiwán, pero también carece de la capacidad «tecnológico-militar» para reconquistar la isla, como apunta Fernández Villaverde, que recuerda que mientras Alemania invierte en fábricas, en España se discute qué ciudad albergará la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial, mientras queda la duda de si las armas de la cuarta guerra mundial serán los palos y piedras que predijo Einstein.
Presiones para retrasar la legislación climática europea
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, cada vez recibe más propuestas, para algunos como presiones, para retrasar el calendario de la legislación climática, ya que una rapidez excesiva podría poner en peligro a la industria y a la agenda verde. Alexandre de Croo, primer ministro belga, ha sido el último en pedir que la Comisión eche el freno y el BCE advierte sobre efectos en la inflación y en el PIB de la reducción de emisiones pero con un carbón más caro.
Presiones para retrasar la legislación climática europea
Los mercados siguen pendientes de si, al final, Estados Unidos podrá pagar la deuda en tiempo y forma. Nadie duda de que lo hará, pero los tiempos son importantes y un retraso podría acelerar la aparición de esa recesión tantas veces anunciada pero que no acaba de llegar. De momento, la calificación triple A de la deuda USA está en revisión. Alemania, por otra parte, ya lo está y el precio de los metales industriales sigue a la baja. Todo apunta a la recesión global, pero todavía no ha llegado o no se nota.
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