Terrorismo yihadista
Las democracias frente al yihadismo
«La ofensiva terrorista contra Francia obliga a defender a las sociedades libres»
Cuando se produjo en París el atentado contra la redacción del semanario satírico «Charlie Hebdo», el 16 de octubre de 2015, que acabó con la vida de 10 personas, no fueron pocos los que dijeron que se podía haber evitado la publicación de aquella caricatura de Mahoma, que era una provocación innecesaria cuyas consecuencias fueron terribles. Probablemente hubiese sido así, pero se olvida que aquella ilustración no era una ofensa, a ojos de una cultura democrática y tolerante, porque lo que literalmente decía era: «Mahoma desbordado por los integristas. “Es duro ser amado por idiotas”», proclama el profeta. No había voluntad de ofender a una confesión religiosa, sino señalar a unos fanáticos dispuestos a imponer su ley en una sociedad libre. Pronto quedó claro que el objetivo era atacar a una sociedad que encarna lo contrario a ese pensamiento tribal y arcaico y lo de menos es el motivo: un mes más tarde, el 13 de noviembre, asesinaron a 80 personas en la sala de conciertos Bataclan y otras 50 más en otros ataques en otros puntos de París. Si todo se resumiera a una incompatibilidad entre islamismo y libertad de expresión, el debate podría tener una solución: en las sociedades democráticas la libertad de expresión no tiene más límites que el derecho «al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la infancia –según nuestra Constitución–, y los tribunales están para dirimir esas ofensas. Pero no es ese el problema. Cuando el profesor Samuel Paty es degollado el pasado día 16 tras explicar a sus alumnos las consecuencias que tuvo publicar aquellas caricaturas, no estaba en juego la libertad de expresión y cátedra –de la que cualquier terrorista abjura por principio–, sino demostrar que el islamismo radical tiene su enemigo natural en las sociedades libres. Cuando asesinan a católicos dentro de una iglesia atacan a una religión libre, que se practica libremente en un país laico. El presidente francés Emmanuel Macron fue muy claro: «En Francia, no hay más que una comunidad, la comunidad nacional» y todos deben ser defendidos y «no ceder un ápice al espíritu de la división». El yihadismo global es un fenómeno que existe desde hace más de tres décadas, con la creación de Al Qaeda en 1988, para muchos observadores está decayendo, pero se ha detectado que el número de adolescentes y jóvenes fácilmente manipulables para cometer atentados ha aumentado –como en los atropellos de Barcelona y Cambrils en agosto de 2017– y los mensajes de odio en algunas mezquitas siguen siendo una llamamiento a la guerra. El peor síntoma lo marca Francia: es el país europeo del que más jóvenes se enrolaron en las filas del Estado Islámico en la guerra de Siria –un millar se calcula–, ciudadanos franceses de pleno derecho, educados en un sistema libre y democrático. El problema exige claridad: una democracia está legitimada a defenderse con todos los medios.
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