Editorial
Tres años muy complicados
La acción política de Sánchez no ha discurrido, precisamente, en la normalidad
Se cumplen tres años desde que la entonces presidente del Parlamento, Ana Pastor, proclamara que el líder de la bancada socialista, Pedro Sánchez, había ganado la moción de censura y, en consecuencia, se convertía en el nuevo presidente del Gobierno. Comenzaba una andadura siempre accidentada, condicionada por su exigua representación parlamentaria y jalonada por dos procesos electorales que desembocaron en el primer gabinete de coalición habido en España desde la Transición.
Fue un acuerdo, no conviene perder este hecho de vista, entre dos partidos, PSOE y Unidas Podemos, que habían cosechado muy pobres resultados en las urnas, empeorando los anteriores, pero que entendieron que sólo desde la acción de gobierno era factible la recuperación de la fuerza electoral perdida. Que uno de los máximos impulsores de ese pacto de izquierdas, Pablo Iglesias, se encuentre ya al margen de la política activa, nos ahorra extendernos en las dificultades objetivas que planteaba tal alianza, a poco, como ocurrió con el estallido de la pandemia, que cambiaran las circunstancias objetivas en las que debía desenvolverse la gestión gubernamental.
Eludir esta realidad para incidir en la crítica de una acción política que no ha discurrido, precisamente, en la normalidad, sería desconsiderado desde la pretensión de una mínima objetividad. Es cierto, que ese cambio dramático en el escenario que provocó el coronavirus aconsejaba abandonar las premisas más ideológicas sobre las que se había sustentado el pacto de gobierno con la extrema izquierda y, necesariamente, con los partidos nacionalistas, buscando un mayor acercamiento hacia las formaciones de la oposición del centro derecha, lo que no se hizo.
Al contrario, el Gobierno, arrastrado por la sobreactuación de sus socios, ha dado una imagen mucho más radical de lo que, en el fondo, han sido sus decisiones, mucho más ortodoxas en lo económico y en lo social que lo ruidoso de la puesta en escena. Porque, una política de mayor fiscalidad, con acento en el incremento del gasto público –lo que la izquierda llama «inversión»– no es algo que sorprenda en la experiencia de gobierno socialista. Sin embargo, era inevitable que la percepción de una opinión pública, doblemente golpeada por la crisis pandémica, acabaría por responder más al ruido de fondo que a la realidad desnuda de una gestión, todo hay que decirlo, demasiado ensimismada en su propio relato.
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