Editorial

Un gobierno roto ante la Defensa nacional

El espectáculo de un gobierno oponiéndose a ese mismo gobierno nos limita y debilita y se hace insostenible

En sus últimas manifestaciones públicas Pedro Sánchez ha descartado que un posible incremento del gasto militar pueda acabar con la ruptura de la coalición de gobierno en España. El presidente se muestra convencido, aunque está por ver si expresa un deseo o una realidad. O que incluso ese hipotético escenario de final precipitado de la relación no resulte del todo incómodo para los planes del presidente del Gobierno ante una convocatoria de elecciones. Sea como fuere, las discrepancias y las tensiones subsiguientes están ahí, como los interrogantes sobre la viabilidad de los próximos Presupuestos Generales del Estado que deberían consignar el aumento de las partidas destinadas a la Defensa pactadas en la Cumbre de la OTAN en Madrid. Las mismas dudas que se ciernen sobre las opciones de que el acuerdo con Estados Unidos para reforzar con dos destructores la base de Rota obtenga el aval unánime del Consejo de Ministros y los votos del Congreso de los Diputados. El escenario de que lo asumido por Sánchez ante Biden no prospere en el Parlamento es una probabilidad que debe contemplarse. Ni Unidas Podemos, ni Izquierda Unida ni ERC o el resto de los socios de Frankenstein se han replanteado su negativa a secundar los planes de Sánchez en su apuesta por la disuasión y la alianza estrecha con Washington. No ha habido siquiera matices que sugieran que los comunistas y el resto de la ultraizquierda podrían acometer un acto de Realpolitik en un ejercicio de control de daños que salve o no ponga en cuestión al Ejecutivo. Sánchez podría mirar entonces a la oposición, pero está, con razón, se siente tratada como un recurso puntual y de urgencia mientras resulta despreciada y vilipendiada a diario. Su resistencia a eludir el chantaje de Moncloa, el juego sucio con la razón de Estado por mera conveniencia, está justificada. Con esas cartas sobre la mesa, Margarita Robles, ministra de Defensa, en una entrevista con LA RAZÓN, le ha mandado un mensaje explícito a sus compañeros de gabinete: «Podemos sabrá si le resulta o no compatible estar en el Gobierno». Y ha remachado que todo está en las manos del presidente, que marca «la posición del Ejecutivo de España en materia de Seguridad y Defensa» que es de «aliado serio, fiable, comprometido y responsable». España, pues, cumplirá, los acontecimientos colaterales serán los que Díaz, Belarra, Garzón o Montero quieran. Hay un discurso relativista y de corto alcance, que interioriza como si tal cosa la existencia de un gobierno enfrentado y roto en grandes y notorias cuestiones para la nación. Encuadra en un plano casi anecdótico y circunstancial lo que se trata de un tara que habría acabado con el gobierno en cualquier democracia. La Defensa nacional es capital, la amenaza es real y la guerra también. Como bien comenta la ministra, «si no hay paz, no habrá ni Educación ni Sanidad. Que se lo pregunten a los ciudadanos de Ucrania». Pero el espectáculo de un gobierno oponiéndose a ese mismo gobierno nos limita y debilita y se hace insostenible. Que se prolongue por salvar el poder a costa del interés general lo envilece aún más.