Editorial
Ilusionismo político con los datos del paro
Es cierto que la ralentización es global, pero España se lleva la peor parte por su mayor exposición y por tanta inepcia en el Gobierno
Se esperaba la cifra del empleo de junio para constatar la evolución de la economía en un escenario intrincado, y porque cada publicación de una variable permite calibrar si la euforia del discurso del gobierno se sustenta en algo irrefutable. El número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo se redujo en 42.409 desempleados en el mes pasado (-1,4%), lo que situó el total de españoles sin trabajo por debajo de los 2,9 millones por primera vez desde el otoño de 2008. En frío, y sin más derivadas, cualquier evolución positiva en el mercado de trabajo es una noticia de la que felicitarse y a ponderar. El gabinete socialista comunista salió en tromba para jalear las cifras con ese júbilo con que rebozan su narrativa económica. Pedro Sánchez las calificó de «formidables» porque demuestran que se «puede fortalecer el Estado del bienestar y crear empleo de calidad», Yolanda Díaz resaltó la «estabilidad y fortaleza» del mercado laboral y el récord de contratos fijos y José Luis Escrivá elogió los «extraordinarios» resultados. Este Gobierno nos ha obligado con sus contumaces manipulaciones a coger con pinzas la verborrea oficial. En realidad, es otra verdad a medias. El retroceso del paro en junio ha sido casi cuatro veces inferior al experimentado en igual mes de 2021, cuando se redujo en 166.911 desempleados, su mayor caída en cualquier mes de toda la serie histórica. Con la excepción de junio de 2020, cuando el Covid provocó un repunte de desempleados de 5.107 personas, la cifra conocida ayer es la peor desde 2008, año en el que subió en casi 37.000 desempleados. Hay que sumar que la afiliación a la Seguridad Social mejoró la mitad de lo que lo hizo en junio de 2021 y el crecimiento de la afiliación de los autónomos fue la peor en la última década. Sin duda, ya no son tan formidables como le gustaría a Pedro Sánchez porque nos confirman una pertinaz desaceleración de la actividad que ya se había constatado con ese PIB colapsado en 0,2% del primer trimestre, consecuencia, entre otras razones, de la contención de la demanda de los hogares y la merma del ahorro. El caso es que, si todos los sectores caen o disminuyen fuertemente su auge, por el lado de la oferta, y se da una sentida contracción en el consumo, por el lado de la demanda, el relato quimérico de Sánchez es humo y su proceder irresponsable y un error. Ni la más espléndida cosmética, como la que se ha dispuesto en la contrarreforma laboral –el contrato fijo-discontinuo encubre ya una temporalidad del 60% entre los empleos indefinidos– ni todos los aspavientos en forma de parches especiales, astracanadas como la de topar el precio del combustible incluidas, convencerán a esos españoles sin trabajo y bajo el peso de una cesta de la compra insoportable. Si Sánchez no reconoce la colosal envergadura del problema, la economía se agravará con más gasto, populismo electoral y trucos de tahúr. Es cierto que la ralentización es global, pero España se lleva la peor parte por su mayor exposición y por tanta inepcia en el Gobierno. Urge un plan global, sin más parches, contención pública, alivio fiscal y reformas estructurales.
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