Editorial

El milagro imposible de la derecha italiana

Si ha habido una ausencia clamorosa en el debate electoral italiano ha sido la supuesta vuelta del fascismo, asunto finiquitado entre nuestros vecinos del sur, por más que entre las izquierdas del resto de Europa no haya dejado de alzarse el manoseado espantajo. No, el voto de los latinos ha respondido a otras preocupaciones, muy reales, y que tienen mucho que ver con el fracaso de un modelo político, a caballo entre el realismo mágico de ese nuevo populismo antisistema y las tradicionales propuestas socialista, que ha llevado al empobrecimiento a amplias capas de una población castigada por dos décadas de estancamiento de los salarios, cargada de impuestos y que vive en su día a día el deterioro de los servicios públicos, pese al endeudamiento astronómico del Estado.

Una sociedad económicamente fracturada de norte a sur, donde más de un millón de sus habitantes vive entre el subsidio público y el trabajo en negro. Si se confirman los primeros resultados electorales, con la victoria de la coalición de la derecha, impulsada por la figura de Giorgia Meloni, que representa todo lo que no es la izquierda, desde su lema «Dios, Patria, Familia», hasta sus denuncias de un Estado voraz, ineficaz y que consume demasiados recursos, no cabe otra conclusión que la de reconocer que Italia se ha unido a ese cambio de ciclo ideológico, conservador sin complejos, que está marcando la política europea, donde crecen partidos como como Hermanos de Italia, apestados hasta ayer mismo y objeto de unos cordones sanitarios impuestos desde los viejos clichés izquierdistas.

Pero que nadie se alarme. Ni en Italia ni, por supuesto, en Suecia, se avecina un apocalipsis ni la Unión Europea corre el menor riesgo de ruptura ni peligra la democracia. Todo lo más, y no es poco, se pondrá el acento en otras políticas económicas y sociales, que no aspiran a transformar la sociedad, forjando un nuevo paradigma ciudadano, sino a procurar alivio a los sectores productivos y mejores condiciones de vida para los hogares.

Un modelo que comprende que no se puede seguir exprimiendo fiscalmente a la población, a las clases medias, en nombre de un estado de bienestar que apenas alcanza a cubrir sus funciones. No hay, pues, pulsiones totalitarias en unos votos que demandan que cambien las cosas y que rechazan a unas formaciones políticas incapaces de atender los problemas de las gentes del común, que, en su mayor parte, piden mejores sueldos, trabajos estables, seguridad y limpieza en sus barrios y respeto a sus raíces culturales. Otra cuestión, quizás la más trascendente, es si esa nueva derecha conservadora, que ya no pide permiso a la izquierda, será capaz de obrar el milagro de enderezar el rumbo de Italia, sin los enormes costes sociales que conlleva la actual situación de las finanzas públicas. No será fácil, porque las soluciones mágicas no existen.