
Editorial
Huida a la francesa del presidente
Pero Pedro Sánchez volvió a dar la espalda a este ritual y abandonó a la francesa la recepción real tras saludar a los Reyes sin pararse a charlar con los profesionales de la comunicación, cercado por los casos de corrupción que afectan a su partido, a su Gobierno y a su entorno familiar

Miles de ciudadanos volvieron a arropar ayer a las Fuerzas Armadas en el acto central del Día de la Fiesta Nacional, presidido por los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, junto a sus hijas, repitiéndose el guion anual de reconocimiento ciudadano al Jefe del Estado y su familia, y con una nueva muestra de reproche contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que volvió a ser recibido con pitos e insultos por los presentes, libres de expresar sus sentimientos como crean conveniente en la misma proporción de respeto que la primera autoridad del Gobierno debe mantener con los protocolos y los símbolos del Estado, que deben estar por encima de la propia ideología. Algo que no siempre cumple, por cierto. Ni tan siquiera con las formalidades de las reglas no escritas en esta celebración, en la que la Prensa hace corrillos en torno a los líderes políticos, que de manera distendida hablan de temas candentes. Pero Pedro Sánchez volvió a dar la espalda a este ritual y abandonó a la francesa la recepción real tras saludar a los Reyes sin pararse a charlar con los profesionales de la comunicación, cercado por los casos de corrupción que afectan a su partido, a su Gobierno y a su entorno familiar. Un temor creciente a preguntas incómodas que ha vuelto a evitar. No así la incomodidad de darse cuenta de que salir a la calle es para él un suplicio por el desprecio profundo de una buena parte de la ciudadanía, que no es espontáneo. Es consecuencia de los continuos desaires y menosprecios que el presidente, buena parte de sus ministros y todos sus socios de cabecera realizan una y otra vez contra los símbolos nacionales, que deberían unirnos a todos. El último ejemplo lo sacó ayer a relucir la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que acusó a Pedro Sánchez, de «abrir brechas entre españoles», de «alimentar una guerra de trincheras y de odios» y de «no ser el presidente de todos los españoles», ante la ausencia de la bandera nacional en su vídeo de felicitación por este día. Una vuelta del presidente al comodín del guerracivilismo, que siempre pone sobre la mesa para contentar a los radicales que no comparten la idea de una España en común. Y este nuevo desaire, con tufo a desdén interesado a la enseña de todos, agranda más si cabe la altivez, displicencia, arrogancia, soberbia y, por supuesto, indiferencia de un presidente ante lo que debería ser una obligación inherente a su cargo: respeto a la Historia. Tal vez los varapalos demoscópicos que apuntan a un desastre en las urnas –para todos menos para Tezanos, claro–, pueden estar acentuando su viraje hacia el extremismo ideológico para colonizar a su socio a la izquierda. Pero, cuidado, para la mayoría de los españoles deshonrar los símbolos en los que se reconocen es ultrajarles. Y esas actitudes se perdonan pocas veces.
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