Coronavirus

Cuarentena en tres metros cuadrados

Un nómada «digital» Gonzalo, de 29 años, vive en su furgoneta recorriendo España y el estado de alarma le pilló de ruta por Tenerife. Tras unos días aparcado en la playa, le derivaron al parking de un centro para los «sintecho». «Estuve días sin poder ducharme, tenía que recargar la batería de la ‘‘furgo’’ dando vueltas por el aparcamiento. Me sentía como Tom Hanks en ‘‘La Terminal’’», dice.

Gonzalo Ahijado en su furgoneta, en la playa de Las Teresitas, Tenerife.
Gonzalo Ahijado en su furgoneta, en la playa de Las Teresitas, Tenerife.La Razón

Gonzalo se define como un hombre nómada, no tiene casa y viaja en su furgoneta por diferentes puntos del planeta en busca de nuevas aventuras y experiencias. Esta decisión la tomó hace años y ahora le ha llevado a vivir parte del confinamiento también en su Camper verde de tres metros cuadrados: ahí tiene su cama, su pequeña cocina y su mesa de trabajo. No necesita más. Cuando se activó el estado de alarma en todo el país se encontraba en Canarias, a punto de llegar a Tenerife, «de hecho, fue un momento muy especial para mí, porque conseguí el reto de haber estado en todas las provincias de España», asegura. Pero la situación se complicó más de lo que pensaba en un principio.

«Mi intención era hacer toda la cuarentena encerrado en mi furgoneta, porque ésta es mi casa. Entiendo que haya gente que le sorprenda, pero es así», relata. Así que lo primero que hizo fue buscar un aparcamiento tranquilo donde hubiera servicios de baño y ducha cerca, «porque necesito, como todos, ir al baño, y también coger agua para cocinar», explica.

Su opción fue la Playa de la Teresitas, a unos 15 minutos al norte de Santa Cruz, la capital de la isla. Reconoce que iba un poco a ciegas, porque no sabía cómo se iban a desarrollar sus acontecimientos y tampoco dominaba el terreno. «Pero pronto llegó la Policía y ordenó desalojar a todas las personas que estaban acampando en la zona. Cuando llegaron a mí, les expliqué que yo no tengo casa, que vivo aquí, en mi vehículo, que sabía que lo mío era una situación excepcional, pero que no tenía donde ir», rememora este castellano de 29 años.

En un principio le dejaron seguir en esa localización con otras diez personas que estaban en su misma situación, pero a los pocos días todo se complicó. «No entiendo por qué, la zona en la que estábamos aparcados era grande, nos encontrábamos a unos 100 metros los unos de los otros, además, cerraron la entrada del parking y ya no podía venir más gente. Era seguro», asevera.

Pero regresaron agentes y le indicaron que si quería quedarse ahí tenía que estar todo el tiempo dentro de la furgoneta, que no podía salir en ningún caso. Y ahí comenzó su angustia. Gonzalo cuenta que él es feliz en su furgoneta, que le gusta su forma de vivir, pero que, claro, eso de estar metido en tres metros cuadrados sin poder salir no es sano. «Dentro no puedo ni ponerme de pie, si la cuarentena es dura en una casa, imagínate todo el día en el interior de una furgoneta, porque ni siquiera es una caravana. No tenía sentido aquello. Los que estábamos allí no nos mezclábamos, era un sitio perfecto para pasar el confinamiento, pero claro, obligado a estar todo el día dentro no era viable», relata.

«Me sentía como un criminal»

Poco a poco, la presión fue en aumento. Efectivos de la Policía nacional, local, Guardia Civil, «incluso la secreta», le vigilaban. «Me pedían mis datos, la matrícula. Había algunos que eran simpáticos, otros no me trataban demasiado bien. Pero yo aguantaba porque no tenía donde ir. Es difícil hacer entender que la furgoneta es mi casa», lamenta, al tiempo que añade que llegó a sentirse como Tom Hanks en la película «La terminal». «Para cargar la batería, daba vueltas por el parking, era surrealista, incluso pasé días sin ducharme y afeitarme por miedo a represalias», apunta

Este viajero que retransmite sus hazañas turísticas en su canal de Youtube (Gonzaventuras) empezó a sentir estrés y angustia porque «me daba la impresión de que era un criminal», sentencia. Solo salía de madrugada para ir al baño o a por agua, «me ponía hasta la capucha, hacía todo como a escondidas, cuando realmente no estaba haciendo nada mal. Me encontraba confinado en un lugar, quieto, sin contacto con nadie, pero parece que no convencían mis argumentos».

Pasados unos días, las autoridades les indicaron que iban a cerrar el aparcamiento y que tenía que irse donde quisiera. Su única opción era regresar a un pueblo de Segovia a casa de sus padres, pero no le parecía, precisamente, lo más oportuno coger un avión y embarcarse con centenares de personas en tiempos donde se obliga evitar el contacto. Tampoco quería perjudicar a su familia en caso de que el hubiera contraído la enfermedad.

«Me dijeron que me mandaban con los ''sintecho'', a un pabellón que habían instalado en Santa Cruz. En ese momento me entraron muchos nervios, me derrumbé, me puse a llorar... yo no soy un ‘‘sintecho’’», critica. Pero no le quedó más remedio. Se dirigió hacia el pabellón habilitado para la gente sin hogar y, claro, estaba saturado. «De ahí me derivaron a un centro de día donde me indicaron que podía seguir viviendo en mi furgo y que para ducharme y coger agua debía acudir al interior. Fue en ese momento cuando dejé de sentirme seguro. Aquel centro también estaba saturado, mucha gente para tan poco espacio, ahí sí había riesgo de contagio. Creo que era más seguro hacer pis en el campo que en esos baños», argumenta.

Pensó en sus padres, en acudir a ellos porque no había otro lugar en el que pudiera alojarse, pero tenía miedo a contraer el virus y llevarlo a su casa. «Además, mi madre es enfermera, todos los días está en el hospital, pero no me dejaban otra opción, así que empecé a mirar algún ferry que pudiera llevarme a la Península», relata. Al día siguiente, durante la segunda semana de confinamiento, se levantó temprano y comenzó a mirar en su portátil los horarios del barco.

Realizó una declaración jurada argumentando el motivo de su viaje y puso rumbo a Huelva. «Fueron dos días de trayecto en barco, que encima lo paso fatal porque me mareo con facilidad. Justo antes de embarcar, mis padres me dijeron que había un familiar que había dado positivo en coronavirus. No lo podía creer. Durante los dos días en el ferry no tenía cobertura ni internet, así que estuve incomunicado. Fue terrible. Sentía que el mundo se estaba viniendo abajo, nunca lo había pasado tan mal», afirma. Desembarcó en la costa andaluza de madrugada, encontró un área de servicio para dormir y se puso en ruta rumbo, muy a su pesar, a la casa de sus padres.

«Fueron como unos 700 km más los dos días de barco, estaba reventado», confiesa. De nuevo tuvo que dar explicaciones a patrullas con las que se cruzaba por el camino. Durmió otra noche a las afueras de Mérida. A la mañana siguiente la Policía le dio el alto y tras una nueva explicación le dejaron continuar. Ahora, desde casa de sus padres y la furgoneta aparcada en la entrada, lo único que desea es poder regresar a la que sí es su casa. «Además, esta situación me va a repercutir económicamente porque yo vivo de mis viajes, de mi canal de ‘‘Youtube’’ y ahora no han publicidad ni gente que quiera planificar un viaje. Espero que todo esto pase pronto», concluye.