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Coronavirus

La gaditana de 90 años que venció al coronavirus

Una bisabuela «hecha de otra pasta» Al regresar de un viaje a Huelva, esta nonagenaria no se encontraba bien. Tenía fiebre, diarrea y dolores costales. Dio positivo en Covid-19, pero tras 10 días ingresada y «mucho antibiótico» salió adelante. «Es una superviviente, si le hubiera pasado algo, habría muerto yo también», dice Juan, uno de sus ocho hijos

La nonagenaria Carmen, el domingo, cuando le dieron el alta
La nonagenaria Carmen, el domingo, cuando le dieron el altaLa Razón

Ángel Nieto Lorasque - Madrid

Carmen acababa de regresar de uno de sus viajes del Imserso, de Huelva, concretamente. A sus 90 años tiene la vitalidad de una adolescente. Cuenta que le encanta conocer mundo y salir con sus amigas. Pero aquel 14 de marzo no se encontraba bien. Justo ese día, Pedro Sánchez declaraba el estado de alarma en el país con motivo de la rápida expansión del coronavirus. Pero, todavía, no éramos conscientes de la gravedad del asunto. Esta gaditana madre de ocho hijos no quería dar demasiada importancia a su malestar, pero lo cierto es que estaba peor. «La fiebre iba y venía, subía mucho y luego bajaba, estaba todo el rato destemplada, y, lo que es peor, apareció un dolor en el costado derecho insoportable», explica. Ella vive con su hija Rosa Mari, que ésta también había empezado a notar síntomas, su esposo y sus dos niños.

La preocupación aumentaba, así que otra de sus hijas, que se llama como ella, la fue a recoger y, a mediados de semana, la llevó a urgencias a al Hospital Puerta del Mar de Cádiz. «Allí la atendieron rápidamente, estábamos muy preocupados por todo lo que se estaba escuchando y, además, ingresó muy malita, con diarrea... fatal. Le hicieron una radiografía y vieron enseguida que tenía una mancha blanca enorme en el pulmón derecho. Era una neumonía. En un principio no nos dijeron más, pero al poco vinieron y nos explicaron que iban a hacerle la prueba del Covid-19», recuerda José, otro de sus hijos. Él se emociona al revivir todo lo que han pasado estas dos semanas, no puede contener las lágrimas mientras lo relata.

Llamadas desde Londres

Y llegó la noticia que no querían escuchar: la abuela tenía coronavirus. «Imagínate qué golpe fue aquella noticia, según lo que estábamos escuchando sobre los mayores, que son los más vulnerables, a mí se me partió el corazón», confiesa. En ese momento se desataron todas las alarmas y a Carmen la querían aislar para evitar contagios, pero su hija, la que la había acompañado hasta el centro médico, dijo que de ningún modo. «El médico nos explicó que no podía estar nadie con ella y que, si, en todo caso, algún miembro de la familia decidía hacerlo, debería permanecer sin salir de allí. Mi hermana Carmen lo aceptó y estuvo todo el tiempo a su lado», aclara José.

Lo primero que hicieron fue suministrarle antibióticos para que remitiera la infección y, poco a poco, respondía al tratamiento. A los dos días el dolor del costado pareció disiparse, pero la preocupación seguía en toda su familia, que a diario la llamaban para que no se sintiera sola a pesar de que Carmen no se separaba de su lado. «Si no me fallan los números, somos 47, entre hijos, maridos, mujeres, nietos y bisnietos. Todos hemos estado siguiendo al minuto su evolución. Hay nietos que están en Londres, en Bruselas, repartidos por todo el mundo, pero las videollamadas no faltaban ni un día», explica José, cuyo hijo, Juan, ha vivido estas dos semanas como las más difíciles de su vida.

Carmen, unos días antes de ingresar en el hospital, en una comida con su familia
Carmen, unos días antes de ingresar en el hospital, en una comida con su familialarazon

Al octavo día de ingreso, la doctora que le hacía el seguimiento a esta infatigable nonagenaria le dijo que todo iba muy bien: «Eres muy fuerte, Carmen, eres la más mayor que está ingresada por este asunto y la que mejor se está recuperando», recuerda que le decían. La octava planta del hospital gaditano era un ir y venir de gente, según relata, «y todos estaban bastante asustados, es más, la puerta de nuestra habitación la limpiaban todo el tiempo con lejía, tanto que ya dolía la cabeza del fuerte olor», confiesa.

Cada día, las pruebas de capacidad pulmonar que le hacían a Carmen daban mejores resultados, «llegué hasta el 96%», y a los 10 días les dieron la buena noticia. «Habían repetido la analítica y estaba limpia de coronavirus, no me lo podía creer, me eché a llorar de los nervios», explica Juan. Anteayer le dieron el alta y le indicaron que podía regresar a su casa con su hija pero que se mantuviera en el salón, con mascarilla, y evitara contactos.

A las ocho de la tarde del domingo estaba por fin de vuelta con los suyos. «Ella lo ha pasado mal, estaba muy asustada por lo que le pudiera ocurrir. La última vez que había ido al hospital fue cuando dio a luz a su último hijo. Yo la veía muy triste, con la moral baja. Pero me consolaba que a diferencia de otros pacientes que estaban solos durante su ingreso, ella pudo estar con mi hermana todo el tiempo. No la importaba contagiarse, lo que no quería es que nuestra madre se quedara ahí sola», reflexiona este padre de familia que está deseando poder abrazarla.

Sin embargo, tendrá que esperar porque con un historial como el suyo (tres infartos, insuficiencia renal y la enfermedad de Crohn) tiene totalmente prohibido salir de casa. Carmen, la matriarca gaditana, es incombustible y ya sueña con volver a pasear con sus amigas por la barriada Loreto, donde reside, una zona humilde, de trabajadores y altas cifras de paro. «Es una mujer que está hecha de otra pasta que el resto de los mortales, una superviviente, y ha conseguido inmunizarse de este virus tan dañino», repiten sus hijos.

Un bache más

Ahora, aunque está débil, asegura que lo que más le apetece es poder salir a comprar su décimo de lotería, ponerse a cocinar y tender la ropa. «El desenlace ha sido el mejor, pero si le hubiera pasado algo yo me habría muerto, con todo lo que ha sufrido en su vida, no se merecía algo malo», dice entre sollozos Juan. Y es que la vida de Carmen da para un libro. Es el ejemplo perfecto de ganas de vivir, de sobreponerse a los latigazos incompresibles. Perdió a su marido hace 30 años y siguió adelante. También perdió a dos de sus hijos, y por los otros ocho supo continuar con un dolor imposible de borrar pero con el que aprendió a convivir.

La Guerra Civil la obligó a dejar Cádiz para viajar a Bruselas, donde su esposo había encontrado trabajado en la minería del carbón. Carmen cogió un tren sola rumbo al norte dando el pecho a uno de sus bebés en el vagón pero sin miedo, con esperanza, que nunca la ha abandonado. «Desde hace dos días la veo muy contenta porque ha superado otro bache en su camino, está cansada, pero dispuesta a seguir luchando, es algo que está en su forma de ser. Ella es el mejor ejemplo de que este maldito virus se puede superar, que de ésta se sale. Algunos no tienen la fortuna, pero es posible», sentencia José.