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Dos años de Torra como president: del “procés” al procesado

En guerra con sus socios de ERC por liderar un soberanismo roto y en decadencia y a la espera de la inhabilitación del Supremo

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, durante su toma de posesión en 2018, en presencia del presidente del parlamento regional, Roger Torrent
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, durante su toma de posesión en 2018, en presencia del presidente del parlamento regional, Roger TorrentAlberto EstévezEFE

Hoy se cumplen dos años. El 17 de mayo de 2018 en una carambola a tres bandas, Joaquim Torra i Pla, era elegido presidente de la Generalitat de Catalunya. Dos años después, su gestión se recordará como un páramo, mientras se aferra al cargo y sus socios, Esquerra Republicana, esperan que el Supremo tome la palabra, le inhabilite definitivamente y se convoquen elecciones autonómicas.

Este empleado de seguros, licenciado en derecho y, sobre todo, activista antes que político y todavía más antes que president –militó en Reagrupament, una escisión radical de ERC que quería romper el tripartito que presidía la Generalitat con socialistas y los antecesores de los Comunes y crear un frente amplio independentista para conseguir de forma inmediata la secesión– ha pasado sin pena ni gloria en la presidencia de la Generalitat, aunque ha batido un récord: nunca antes un presidente había realizado tantas declaraciones institucionales.

Torra llegó aupado por Carles Puigdemont, el «presidente legítimo» como le gusta decir, para aplanar el terreno del fugado a la presidencia del gobierno catalán. Puigdemont lo intentó todo para volver, tensionando a ERC al máximo para conseguir su investidura telemática. No cuajó el intento por la negativa de ERC y así llegó a la presidencia un desconocido diputado: Joaquim Torra.

En estos dos años, el gobierno catalán ha sido escenario de un duro combate entre ERC y JxC. Torra ha basado su estrategia en mantener y agitar un constante enfrentamiento con el Estado, con el objetivo de fortalecer al electorado más independentista que no ve con buenos ojos la alianza entre republicanos y socialistas, porque traiciona al pedigrí independentista. En la primera parte de su mandato, Torra y Puigdemont no consiguieron su objetivo. El resultado en las urnas es un ejemplo. ERC ganó las municipales y las generales, pero no las europeas. Y tampoco Junts per Catalunya se hundió en las generales.

En otoño del pasado año, las relaciones entre Puigdemont y Torra se tensionaron. Torra quería convocar elecciones, mientras que Puigdemont prefería esperar. Sobre todo, porque JxC no tiene candidato y él mismo está sopesando serlo. Al final de consenso, una vez aprobados los presupuestos «anunciaré la fecha de las elecciones», que se convocarán por falta de «confianza» en los socios de Gobierno.

En ERC se las prometían muy felices, aunque Torra les intentó aguar la fiesta defendiendo unos presupuestos en los que no creía, a los que se oponía, solo por apartar de la escena a Pere Aragonés, su vicepresidente y un seguro candidato a las elecciones. Y en esto llegó el Covid-19.

El escenario político catalán da un vuelco. Torra lo aprovecha de inmediato. Vuelca toda la responsabilidad de los errores en ERC, que controla Sanidad y Bienestar Social, para él mismo presentarse con el baluarte de «Cataluña frente a España». Torra incrementa la tensión a cuenta de la gestión del Covid-19. Calificó el estado de alarma el 13 de marzo como «la aplicación del 155 encubierto» y, desde entonces, ha recrudecido sus ataques a Sánchez, a España, y ha arrinconado a sus socios en el Govern.

Esta estrategia ha sido aderezada desde los medios de comunicación públicos que no dudan en calificar de epicentro de la pandemia a Madrid y que ponen música a la letra que marca Torra, en detrimento de ERC. Esta presión aboca a los republicanos a dar un no a la prórroga del estado de alarma. Torra y Junts per Catalunya también han puesto el dedo en la llaga del partido republicano que siempre está lastrado por la lucha entre las dos almas de ERC, los partidarios de gobernar la autonomía hasta lograr la independencia, y los que quieren correr por un vía más rápida, los que tienen más complejos y prejuicios ante JxC.

En medio de la pandemia, el Parlament aprueba los presupuestos. Pero, Torra ya no convoca elecciones parapetándose tras la crisis sanitaria. Los datos demoscópicos no garantizan una victoria de JxC y su formación, además, todavía no tiene candidato. Por tanto, Torra ha desplegado una hiperactiva agenda para acaparar todo el protagonismo mediático y para arrinconar a ERC. El último acto, el apoyo de JxC a una petición de la oposición para analizar la gestión del coronavirus en las residencias de la tercera edad, donde se han producido la mitad de las muertes durante la pandemia. El responsable de esta gestión es ERC.

Mientras Torra preside reuniones de todo tipo. Propone todo tipo de pactos a todos los sectores. Palabras y palabras. De momento, Torra no ha dicho ni una palabra a una catástrofe anunciada: el cierre de Nissan de Barcelona que enviará a más de tres mil trabajadores al paro, y otros tantos indirectos, y que dejará tocada la industria de la automoción catalana. El president no toca la gestión directa, prefiere temas con más glamour.

La situación es tal que ya nadie duda en Cataluña que las elecciones las convocará el Tribunal Supremo cuando inhabilite a Torra. Una cuestión que será, sin duda, utilizada por Torra y Junts per Catalunya para presentarse como los independentistas más puros. Y más ahora, que ha nacido el Partido Nacionalista de Catalunya, el partido dónde se están refugiando algunos sectores de la antigua Convergencia, críticos con Puigdemont y Junts pel Catalunya, liderados por Marta Pascal.

¿Y cuándo tomará decisión el Supremo? A partir de aquí cábalas y más cábalas porque no se sabe nada a ciencia cierta, aunque el mes de julio podría ser cuando se conociera la inhabilitación de Torra por colgar lazos amarillos en campaña electoral. Un tema muy menor que ha resultado ser el nudo gordiano que debe abrir un proceso electoral, que no hubiera sido posible sin un activista en el Palau de la Generalitat.