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Gobierno de España

La bronca entre los partidos no desescala: de los «golpistas» al «fanfarrón» y al «esbirro»

Tensión en el Congreso: la crispación del debate político lastra la posibilidad de un acuerdo para la reconstrucción

Pleno en el Congreso Diputados para debatir la prórroga del estado de alarma
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet (d), y el diputado del Partido Popular, Adolfo Suárez Illana (i), durante la sesión de control al Ejecutivo en el Congreso de los Diputados, en Madrid, (España), a 3 de junio de 2020.Alberto di Lolli/POOLEuropa Press

«Nos afecta a todos, porque todos queremos el bien de la institución, del Parlamento y de la democracia». No es habitual que la presidenta del Congreso tenga que llamar al orden a los portavoces de los grupos parlamentarios en privado. Lo hizo durante el pasado fin de semana en conversaciones telefónicas con ellos. Les pidió una reflexión colectiva en torno a la necesidad de rebajar la crispación del debate político. Ante el consenso más o menos unánime de que la crisis sanitaria que ha zarandeado al mundo en estos meses es la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, Meritxell Batet vino a reclamarles, en definitiva, estar a la altura: «Los ciudadanos miran en estos momentos al Parlamento y esperan encontrar soluciones y alternativas». Tras esas llamadas y después de la Junta de Portavoces de ayer, en la que insistió en la necesidad de un mayor «respeto» en el Congreso, Batet reconoció salir «satisfecha». Apenas unos minutos después, sin embargo, la terapia de grupo se demostraba inútil. «La crispación no va a cesar porque el PP y Vox han decidido abrazar la estrategia comunicativa de Trump y Bolsonaro», aseguraba Pablo Echenique. «Es el Gobierno el que lidera la crispación. Intenta amordazar a la oposición. No es lo mismo arrancar con una ofensa que contestar», señalaba Iván Espinosa de los Monteros.

El Pleno de ayer vino a confirmar los malos augurios que hacían presagiar estos reproches cruzados entre Podemos y Vox al tiempo que dejó claro que el tránsito hacia la nueva normalidad que ejemplarmente protagoniza una mayoría de ciudadanos no lleva aparejada una desescalada en la confrontación entre partidos. Una «fase cero» permanente entre los representantes políticos que Ana Oramas, portavoz de Coalición Canaria, describió mejor que nadie desde la tribuna: «Mientras aquí se insultan, se odian y se enervan las pasiones, ahí fuera hay todavía gente en las UCI que están debatiéndose entre la vida y la muerte. Hay gente que está enferma en hospitales, miles de sanitarios que no han podido descansar, muchos mayores que siguen muriendo y mucha gente que todavía no ha podido abrazar a sus padres. Me avergüenzo y me dan ganas de llorar. Dignidad de esta Cámara como la que están teniendo los ciudadanos». Antes de que Oramas interviniera, el «efecto Batet» ya había quedado desmentido durante el debate de la prórroga del estado de alarma con acusaciones de «arrogancia», «populismo», «deshonor», «vanidad», «fanatismo»; con descalificaciones –«fanfarrón», «parásitos», «pato cojo» o «esbirro»– y una ausencia casi total de debate entre propuestas.

«Dicen cosas muy duras», llegó a reconocer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Se refería únicamente en este reproche a las intervenciones que habían protagonizado los dirigentes del PP y de Vox. «Casado y Abascal, tanto monta, monta tanto», fue la forma con la que el jefe del Ejecutivo trató de caricaturizar a los líderes de los dos principales partidos de la oposición poco antes de recomendarles «decir no al veneno del odio» y de exigirles no utilizar «los muertos contra el Gobierno de España».

Sin apenas líneas rojas que queden por traspasar en el intercambio dialéctico entre los partidos, la crispación tiene ya una consecuencia práctica: la Comisión para la Reconstrucción Económica y Social que Moncloa promovió como la vía para alumbrar una suerte de secuela de los Pactos de la Moncloa ha nacido muerta. Tanto por su formato como por el evidente contagio –y en esto de poco valen las mascarillas– que ha sufrido de la crispación que domina los plenos desde hace meses. La comisión que debía sentar las bases de la España post Covid sólo ha sido capaz, hasta el momento, de llamar la atención de los medios por un debate sobre el comunismo y por la grave acusación que el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, lanzó contra el portavoz de Vox: «A ustedes les gustaría dar un golpe de Estado, pero que no se atreven, porque para eso, además de de desearlo y de pedirlo, hay que atreverse».

Pese a la evidencia de que la comisión de reconstrucción ha echado a andar sin posibilidad de alcanzar un acuerdo transversal, dinamitada por la incapacidad de consenso de los partidos, su presidente Patxi López reclamó a sus miembros aparcar «la descalificación, en el ‘y tú más’» en un momento de emergencia sanitaria: «Ya está bien. Un poco de entender para qué nos eligen, un poco de entender que, si en algún momento podemos demostrar para qué sirve la política y de entender para qué nos eligen es este y, si no, es que no servimos para nada». Compartió ayer este sentimiento de «indignación y tristeza» uno de los últimos en llegar al Congreso, el diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte: «La salud pasa a segundo plano». Y lo ha hecho cuando el país sigue sumando muertos a una lista que tiene ya casi 30.000 nombres.