Arnaldo Otegi
Arnaldo Otegi: El nuevo virrey vasco
El dirigente abertzale rentabiliza en las urnas sus votos clave para apoyar a Sánchez en el Congreso
Algunos socialistas históricos del País Vasco, herederos de aquellos que se dejaron la vida bajo las manos sangrientas de ETA, no ocultan su tristeza, decepción y rabia. Y acusan directamente al «sanchismo» de haber catapultado a Arnaldo Otegi, líder de EH Bildu, a las cotas de poder que ahora ejerce. En el Congreso, donde su mano derecha, la diputada Mertxe Azpirúa, antaño condenada por apología del terrorismo, se permite dar órdenes al grupo parlamentario del PSOE y pactar la derogación de la reforma laboral. O en el Parlamento vasco, desde una atalaya que le permite salir con gran ventaja en las próximas elecciones en Euskadi. Pero, «¿qué hemos hecho?», se preguntaba hace días Nicolás Redondo Terreros, un histórico socialista vasco de pedigrí, hijo y nieto de una saga de luchadores contra ETA a quien hoy, tal como le espetó la madre de Maite Pagazaurtundua a Patxi López, se le hiela la sangre. El que fuera brazo armado etarra condiciona mucho más allá de la política vasca y se erige, según algunos, como un nuevo y peligroso virrey.
Arnaldo Otegi Mondragón es una de las figuras más polémicas y controvertidas del escenario político. Militante desde muy joven en ETA, autor y director de algunos de sus crímenes más duros, años más tarde participó en el final de la violencia de la banda terrorista. «Otegi es un hombre de paz», dijo un día el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero en el inicio de las conversaciones negociadoras. Lo cierto es que Otegi fue el hombre clave en la firma del Pacto de Estella que llevó a ETA a declarar una tregua incondicional e indefinida. Por aquellos días, Otegi se reunía en secreto, en un recóndito caserío de Elgóibar, con el dirigente socialista vasco Jesús Eguiguren para facilitar un proceso de paz que llevase al fin de la barbarie. Tras muchos vaivenes y atentados cruentos de por medio, que pusieron en la encrucijada al Gobierno de Zapatero, Otegi fue una figura decisiva en el año 2011, durante el largo camino que condujo al anuncio de ETA sobre el cese definitivo de su actividad armada. A partir de ahí, su actividad política fue incesante.
Desde Sortu, Herri Batasuna, Euskal Erritarrok y otras siglas de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi comenzó a tejer un entramado político que culminó en EH Bildu, un partido de izquierda nacionalista radical con vínculos con el Podemos de Pablo Iglesias y el separatismo catalán de Esquerra Republicana. Su cinismo llegó al máximo en el año 2012 cuando difundió una declaración en la que pedía «sus más sinceras disculpas» a las víctimas de ETA. «Siento de corazón haber añadido un ápice de dolor, sufrimiento y humillación a las familias de las víctimas», llegó a decir en un alarde de vergonzante hipocresía. Sus mentiras, o su tacticismo, le suscitaron apoyos de Rodriguez Zapatero, Pablo Iglesias, Oriol Junqueras, e incluso de su rival en el mundo nacionalista, el PNV, como un hombre clave para la paz en el País Vasco. Otros por el contrario, entre ellos muchos socialistas históricos, rechazaron frontalmente esta afirmación, recordaron sus atentados con ETA y continua apología del terrorismo.
Sea como fuera, ha logrado ser una especie de muleta para Pedro Sánchez, que permitió el pacto con Bildu en Navarra para aupar a la presidencia del Gobierno foral a la socialista María Chivite. Y los votos de Bildu en el Congreso han favorecido la investidura de Sánchez y sus decretos del estado de alarma, bajo la promesa de derogar la reforma laboral. Nadie sabe hasta dónde llegará esta arriesgada apuesta del líder socialista, pero de momento Bildu ejerce su poder en Madrid y aventaja en todas las encuestas al PSE de Euskadi como segunda fuerza. Una situación crítica que colma las aspiraciones del abertzale, que aspira a desalojar al PNV de Ajuria Enea y forjar un tripartito de izquierda radical entre Bildu, socialistas y Unidas Podemos. Como dice un veterano dirigente del socialismo vasco, sería la última traición de Pedro Sánchez: «En bandeja de plata a un terrorista, sólo para mantener el poder».
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