Ocho meses de haber superado el coronavirus, Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) vuelve con un libro, «Sobrevivir para contarla» (Deusto), en el que comparte su mirada personal sobre la pandemia en colaboración con Antonio García Maldonado, al que agradece haber «enriquecido» el texto con datos y documentos. A sus 86 años, el actual presidente de la Fundación Garrigues admite que aún arrastra una falta de vitalidad consecuencia de la Covid. Una fatiga que se le aprecia en el tono pero no en el mensaje, que sigue tan optimista como siempre.
-¿Cómo lo paso usted durante la enfermedad?
-No puedo decir que fuera dulce, pero fue perfectamente tolerable. Pasé solo un día en el hospital y me escapé porque no me gustan mucho. Me di el alta, me vestí sin que me vieran y sin decir nada a nadie cogí un taxi y me marché.
-¿No tuvo miedo de morir?
-En ningún momento. No sé cómo habría reaccionado si hubiera estado en la UCI, pero, en general, no soy una persona miedosa.
-¿Qué echaría más de menos de la vida si le hubiera tocado la china?
-Nada, nada. A mí lo de descansar en paz me suena a gloria, qué frase tan bonita. Le hemos dado un sentido dramático, pero hay que hacer una revisión de la muerte. Porque hay que ver qué poca paz tenemos en la vida, estamos todo el día inquietos, temerosos, inseguros. Todos.
-La tesis principal del libro es que la pandemia ha venido a recordarnos que somos seres biológicos. ¿Cómo se nos ha podido olvidar?
-Es que nos hemos desconcertado totalmente, nos ha cogido por sorpresa. No nos acordábamos de la pandemia anterior y los seres biológicos las sufren. Ahora lo que tenemos que plantearnos es qué hacer para afrontarla y la única forma que me parece sensata es ser solidarios unos con otros. Siempre me ha gustado la idea de que, al protegernos nosotros, también estamos protegiendo a los demás, pero aún no veo una conciencia de peligro entre la sociedad. Es el momento de que florezcan los valores éticos y humanistas.
-Habla de que los plazos del progreso nunca fueron tan cortos, como se está demostrando en la lucha por la vacuna. ¿Pagamos algún precio por ese atajo?
-No creo que paguemos ninguno. La Humanidad es muy resiliente, aguanta todo lo que le echen. Superaremos esta situación antes o después, el problema es que durante este periodo todos seamos conscientes de evitar actos irresponsables. Hay una frase que dice que solo se puede limitar la libertad de un individuo cuando hace daño a los demás, ahí tenemos ese difícil equilibrio entre responsabilidad y libertad con el que tenemos que jugar.
-¿Cree que el Gobierno se ha extralimitado en la restricción de libertades?
-No, pero sí me gusta que el tema salga de vez en cuando. El miedo de que el poder político, no solo en España, aproveche esta situación para beneficiarse es un riesgo tremendo. Como se suele decir, el poder corrompe siempre y el poder absoluto corrompe absolutamente. Hay que tenerle miedo y hay que estar vigilándolo permanentemente. No pueden utilizar esta situación, que ya es desastrosa, para controlar los movimientos ciudadanos. Toda restricción tiene que estar completamente justificada.
-¿Ha faltado liderazgo?
-Absolutamente. No solo en España, también en Europa. Los líderes políticos, que son los que tienen que ponerse al frente de la situación, no han aparecido por ningún lado. Tampoco en el mundo sanitario. La gente necesita ánimo y esperanza, aunque el problema sea serio. Y eso no lo hemos visto.
-Ha criticado mucho cómo al principio de la pandemia se hacía hincapié en que “solo” afectaba a los mayores y a la gente con patologías previas.
-Creo sinceramente que el ser humano merece respeto y dignidad en cualquiera de sus edades. Además, estamos viendo cómo cada vez vamos hacia mayores longevidades. Es terrible esa idea de que, de pronto, hay una parte de la población que no merece la pena y que tiene que dejar paso. Está demostrado que la Humanidad es equilibrio entre la sabiduría joven, la media y la mayor.
-¿Qué partes más oscuras ha dejado a la vista el coronavirus?
-Creíamos que todo era posible y de pronto nos hemos dado cuenta de que no. Pero sobre todo ha aflorado la enorme desigualdad que hay, tanto en Europa como EE UU. Y España está a la cabeza. El otro día leía que el 45% de la riqueza mundial está en manos de un 1%. Hay que pensar en ello, aunque sea en términos de sostenibilidad del sistema. En un momento dado todo puede explotar. Ocurre lo mismo con el tema migratorio, todo el mundo quiere vivir en su país, pero cuando no tiene más remedio tiene que salir. Todos los países hemos vivido lo mismo y me maravilla que se nos olvide. Hay que repensar el mundo occidental, que es el único que puede abordar este tema. No hay posibilidad física de retener el fenómeno migratorio, ni justificación moral. Incluso me sorprende que todavía sea tan escaso.
-¿Cómo se conjuga la lucha contra la desigualdad con el liberalismo?
-Siempre digo que se confunde el liberalismo con la economía de mercado, es mucho más que eso. Hay que aplicarlo a todos los valores. La economía de mercado ha demostrado que es el mejor sistema para crear riqueza y para distribuirla. Todavía se puede mejorar mucho.
-Cita a H.G. Wells cuando dice que el mejor homenaje es que no todo pase en vano. ¿Cómo lo hacemos?
-Comprometiéndonos más en todos los sentidos. Hay muchos que prefieren mirar para otro lado en una suerte de ceguera peligrosísima. Empieza a haber mucha gente, cada vez más, que ante la complejidad de los problemas prefiere rehuirlos. Y estamos en una época en la que todo es mucho más complejo y ahí los liberales tenemos mucho que decir.
-Es muy interesante la parte del libro en la que habla de que no importa tanto cuándo muere uno como la manera en que lo hace.
-Ha habido muertes terribles en la pandemia, solitarias, gente prácticamente abandonada. No podías hacer nada, yo he tenido situaciones cercanas de amigos a los que no he podido despedir, como todo el mundo.
-¿Recuerda usted una España tan polarizada como la actual?
-Hombre, yo tengo 86 años, he vivido la Transición entera y he visto momentos de polarización más profundos y peligrosos que éste. Yo no veo riesgos, creo que al final la gente va a ser extremadamente responsable. En España siempre ha habido una extrema derecha y una extrema izquierda y nos vamos a tener que acostumbrar. Está pasando en toda Europa y yo creo que en España mantenemos un equilibrio ideológico bastante aceptable.
-¿Cómo ve la lucha entre Europa y EE UU?
-Esa va a ser la batalla en la que Europa va a tener que ser profundamente inteligente. Se puede dejar devorar por ambos o ver cómo se puede mover entre los dos poderes y jugar un papel de equilibrio y ser el moderador. El problema de Europa sigue siendo nuestra incapacidad para unirnos en los grandes temas. El peso de los nacionalismos es tremendo, nadie quiere ceder ni un ápice de soberanía. Avanzamos a milímetros y llevamos décadas con esta idea. Y eso que tenemos grandes políticos como Angela Merkel, que yo creo que es la gran figura de este siglo. Alemania ha sido generosa, corresponsable, entregada. Y ha pagado un precio electoral por ello, como cuando aceptó a un millón y medio de inmigrantes.
-¿Y Emmanuel Macron qué le parece?
-Complicado, no entiendo su estructura política ni su mensaje. Europa solo ha funcionado bien cuando lo ha hecho el eje franco-alemán. Cuando no lo hace, es fatal. Y Macron no ha ayudado mucho.