El personaje

Otegi: De la violencia al poder

Quienes le conocen bien definen al líder de EH Bildu como una mente gélida y práctica

Otegi
OtegiPlatónIlustración

«Esto ya no hay quien lo pare». Fue lo primero que un eufórico Arnaldo Otegi le dijo a su diputada en el Congreso Mertxe Aizpurúa nada más aprobarse los Presupuestos Generales del Estado, un trámite obsceno y sin precedentes en cualquier país democrático de nuestro entorno, gracias a los votos del separatismo radical catalán y vasco. Razón no le falta al ex etarra y hoy líder de EH-Bildu, un hombre que ha pasado de ser uno de los grandes cerebros en «comandos» de ETA a imponer sus condiciones a Pedro Sánchez, con la inestimable ayuda de Pablo Iglesias. Con tan sólo cinco escaños en la Cámara Baja, Otegi desafía al Estado con un acto repulsivo de boicot a la Constitución el mismo día de su aniversario. Se ríe del Gobierno ante los traslados de presos terroristas a cárceles próximas al País Vasco. Y anuncia sin rubor la construcción de la república independiente vasca que colma sus ansias de romper en pedazos la unidad territorial de la Nación española. Todo un logro que empaña esos votos vergonzantes a las cuentas públicas y consolidan a Otegi como uno de los dirigentes de lo que ellos denominan «una nueva era».

La figura de Arnaldo Otegi Mondragón es una de las más controvertidas de la historia negra de la banda terrorista. Pasó de militar en ETA a influir en el final de la violencia y articular el famoso Pacto de Estella que condujo a la declaración de una tregua «incondicional e indefinida». De dirigir sanguinarios atentados y secuestros desde que huyera a Francia en 1977 a sentarse en secreto con el dirigente del Partido Socialista de Euskadi, Jesús Eguiguren, para abordar el final del terror. De estar en la cárcel en cinco ocasiones por pertenencia a banda armada, a ser definido como «un hombre de paz» por el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, bajo cuyo mandato ETA dejó las armas. De confesar con enorme sangre fría que el día del asesinato de Miguel Ángel Blanco «estaba en la playa con su mujer y su hija», a pedir con cinismo «disculpas» a las víctimas cuando en el año 2011 la banda anunció el cese definitivo de su actividad armada. Un periplo que le convierten para unos en un ex etarra sin arrepentimiento sincero, y para otros como Pablo Iglesias en «un estadista responsable». Muchos socialistas de bien, que padecieron en sus familias los zarpazos de ETA, se rebelan en silencio ante el espectáculo.

Pero lo cierto es que Arnaldo Otegi Mondragón ha logrado imponer su vía política a Pedro Sánchez, mecida por la mano de Pablo Iglesias, y salirse con la suya. Hombre de cabeza fría y pragmática, nació en Elgóibar, cuna donostiarra de la más pura tradición abertzale, en el seno de una familia radical independentista. Aquí conoció a su mujer, Julia Arregui Gorrotxategui, y nacieron sus hijos, Hodei y Garazi. Tras huir a Francia, dirigió numerosos atentados de ETA y fue acusado del secuestro de los dirigentes de UCD, Javier Rupérez, y el atentado contra Gabriel Cisneros, de los que fue absuelto. Poco después, ingresó en prisión para cumplir su condena por el secuestro del director de Michelín en Vitoria, Luis Abaitúa. Durante su estancia en la cárcel se licenció en Filosofía y Letras y comenzó a diseñar el final de la lucha armada por la senda política, sin renunciar a sus exigencias de una Euskal Herria «libre, independiente y socialista». Quienes bien le conocen le definen como una mente gélida y práctica. Desde las listas de Herri Batasuna propició el Pacto de Estella para la solución del conflicto y final del terrorismo, bajo el mandato de Rodríguez Zapatero. En el mundo abertzale se le considera una pieza clave para el proceso de paz en el País Vasco.

Mientras el gobierno español negociaba con ETA en Ginebra y Oslo, en el año 2006, Otegi se reunía en nombre de la ilegalizada Batasuna en el santuario de Loyola con los socialistas Jesús Eguiguren y Rodolfo Ares, y los dirigentes del PNV Josu Jon Imaz e Íñigo Urkullu. Con su cabeza fría militó en las sucesivas plataformas abertzales, Sortu, Euskal Herritarrok y la actual EH-Bildu. A pesar de su pasado vinculado a ETA, Otegi asegura que siempre fue partidario de acabar con la lucha armada, pero sin renunciar a sus reivindicaciones políticas. Lo ha demostrado en la misma semana que apoya los Presupuestos de Pedro Sánchez: referéndum de autodeterminación para una «república vasca de iguales», boicot a la Constitución española, traslado de los presos y anexión de Navarra al País Vasco. El eterno decálogo de ETA, aunque por la senda política. Arnaldo Otegi ha sabido utilizar la fragilidad de Sánchez, y mano a mano con Pablo Iglesias ha pasado de la violencia al poder. Un poder que le dan su entrada en las instituciones y sus escaños en el Congreso. Tan solo cinco, pero con los que anuncia venir a Madrid para «expulsar a la derecha fascista».

Toda una grotesca lección de democracia de un hombre que, en su vida privada, está muy unido a su familia, con quien pasea tranquilamente por las calles y playas de san Sebastián; le gusta la buena mesa, delicias de la cocina vasca, y luce un cierto aire de «dandy» a la hora de vestir con unos jerseys de marca. Dicen que su modelo fue siempre el de Gerry Adams, el líder del IRA en Irlanda del Norte. Fiel al estilo de los independentistas, piensa que el gobierno de Madrid es como una fruta a la que se puede exprimir con facilidad. Algunos socialistas recuerdan ahora aquella frase de la madre de su compañero asesinado, Joseba Pagazaurtundúa, a Patxi López: «Ay, Patxi, harás cosas que nos helarán la sangre».