Análisis

Ante el kilómetro 30

Las reformas comprometidas con Bruselas se convierten en el «muro» de la legislatura

Ilustracion Maraton Constitucional
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Debería prescribirse escuchar a Ursula von der Leyen cada comienzo de curso. Ahora que la política europea empieza a sentir la orfandad de Angela Merkel, la presidenta de la Comisión Europea recoge el testigo del sentido común y el equilibrio como una especie de gurú en el inevitable caos que genera la sincronización de 27 sistemas políticos. En su segundo discurso sobre el estado de la Unión Europea, inyectó dosis de confianza al proyecto común, alabó la gestión del último y complejo año («Lo hicimos bien porque lo hicimos a la europea») y comparó la pandemia con una maratón. Una metáfora sencilla, pero perfecta para diluir estos tiempos del esprint final permanente y que haríamos bien en aplicarnos en España. Si la actual legislatura, la XIV de nuestra democracia, fuera una maratón, ahora estaríamos encarando el kilómetro 30. Ese momento que todo corredor conoce (y teme) en el que las fuerzas empiezan a flaquear y parece que todos los elementos se ponen en contra, ese momento en que se enfrenta al «muro» y en el que debe encontrar la energía, la motivación o la estrategia adecuada para llegar a meta. Y ahora, tras casi veinte meses de shock y crisis pandémica profunda, el Gobierno se encuentra en ese punto exacto.

Calvario parlamentario

El papel de la UE en la gestión de la crisis del coronavirus en España es indiscutible: no solo por la compra y el reparto de las vacunas, sino, sobre todo, por el empuje que supondrá para la ansiada recuperación económica la llegada de los fondos europeos. El Ejecutivo de Pedro Sánchez está obligado a cerrar una serie de reformas que comprometió con Bruselas como requisito indispensable para la recepción de esas ayudas. Hasta el final de 2023, cuando concluye la actual legislatura, la Moncloa debe abordar una reforma laboral (con la regulación de los ERTE, la negociación colectiva y la subcontratación), modificar la ley de vivienda, la de función pública y encarar la parte más amarga de los cambios en pensiones; todo ello sin olvidar la reforma fiscal y la necesaria actualización del sistema de financiación autonómica. Casi nada. Asentar las estructuras de la España del mañana, pero con las herramientas de la España de hoy. Esto es, con un Congreso más atomizado que nunca y un Gobierno de coalición en el que las profundas discrepancias en cuestiones económicas dibujan un horizonte plagado de obstáculos y trampas.

El calendario de los próximos dos años augura un calvario de negociaciones parlamentarias (otro más) para los socialistas, que tendrán que salvar cada una de las votaciones que se lleven al Hemiciclo. De aquella geometría variable tan manoseada para contrarrestar la evidencia de la debilidad numérica en la Carrera de San Jerónimo apenas queda rastro: con Ciudadanos cada vez más debilitado (Inés Arrimadas ha afirmado, además, que no va a apoyar los presupuestos de 2022) y un PNV con la desconfianza y las exigencias en aumento, los potenciales apoyos del PSOE se reducen a ERC, una vez que la mesa de diálogo ha asentado la entente con Pere Aragonès y Junts ha quedado fuera de la ecuación.

Equilibrio temporal

Y si la situación parlamentaria anuncia momentos críticos para cumplir con las reformas, la difícil cohabitación en la Moncloa no las facilita. Ya alertó esta misma semana la ministra Ione Belarra a Susanna Griso en una entrevista en el programa de Antena 3 «Espejo Público» al asegurar que «el Gobierno está en un momento crítico. Nos la jugamos estos meses». Y es que, aunque los decibelios descendieron con la marcha de Pablo Iglesias (no conviene perder su pista por el ascendente que aún mantiene en sus filas), la tensión entre los ministros, que se repite en cada Consejo, está lejos de frenarse. Basta repasar lo ocurrido con el SMI y las dos versiones contradictorias que van circulando según se escuche a Nadia Calviño o a Yolanda Díaz. Con el ritmo político de los próximos dos años marcado por los asuntos económicos, tan bandera ideológica de ambas formaciones, las fricciones y discrepancias están garantizadas y solo pueden ir en aumento. Como lo irá la pugna por marcar perfil propio ante sus respectivos votantes a medida que se agoten los meses hasta llegar a noviembre de 2023, cuando PSOE y Podemos pasen de socios en el Gobierno a rivales en las urnas. Pero para eso aún hay que superar «el muro» y quedan muchos kilómetros de maratón.