Un país centrífugo

Por qué la España vacía es la nueva bisagra de la política nacional

La alianza electoral de varias provincias, que han acumulado agravios a lo largo de los años, amenaza con atomizar aún más el arco parlamentario y convertirlo en un escenario tan «cantonalizado» como difícil de gestionar

Escudo España
Escudo EspañaPlatónIlustración

Dice la RAE que centrífuga es aquella cosa que se aleja del centro o tiende a alejarse de él. De causas, motivos o razones para que se produzca tal fenómeno el diccionario no añade nada más, así que habrá que recurrir a la evolución política de las últimas cuatro décadas para entender el movimiento hacia fuera que se está produciendo en España.

No son nuevas, ni mucho menos, las tensiones territoriales. Nos acompañan a lo largo de nuestra historia, con tiras y aflojas, marcadas por dos hitos fundamentales: la gigantesca transformación administrativa que dividió el país en provincias en el siglo XIX (que tan bien retrató Larra) y el posterior diseño de la España autonómica que consagró la Constitución y que aún espera su pleno desarrollo. Hasta ahora el empuje hacia fuera lo habían monopolizado las comunidades autónomas: se llevaban todo el protagonismo en su pulso continuo por las competencias o por el reparto de los fondos (impulsadas siempre por la cuestión identitaria).

Pero en los últimos años se ha ido moviendo el eje de los agravios y las provincias de ese espacio que se ha llamado la España vacía o vaciada (con permiso de Sergio del Molino) han ido sumando fuerzas para reivindicar su papel en la vida pública y exigir mejoras en los servicios. Lo que empezó como una revuelta más folclórica que real amenaza con «cantonalizar» el mapa de la representación política hasta desestabilizar los equilibrios de fuerzas que han resistido a duras penas los envites del multipartidismo.

La estela de Teruel Existe, que con un solo diputado acaparó protagonismo y capacidad de negociación desde el comienzo de la legislatura, ha animado a otras provincias a unirse como plataforma con aspiraciones electorales.

Problemas sin resolver

Desde que se inscribió el partido de la España Vaciada (EV) el pasado 30 de septiembre las perspectivas electorales de todas las formaciones han empezado a tambalearse: los apoyos de esta nueva plataforma (que incluye hasta 30 provincias) podrían traducirse en 14 o 15 escaños, según la encuesta o el sondeo que se consulte. Y esto se traduce en varias consecuencias. La primera, y más obvia, es la irrupción de un nuevo actor político que añadiría más fragmentación a un arco parlamentario ya muy acostumbrado a los malabarismos de calculadora.

Pero, además, la España Vaciada impactaría de lleno en dos cuestiones que siempre aparecen en la lista de asuntos pendientes de nuestra democracia. El primero nos ha acompañado durante años y es la necesaria reforma de la Ley Electoral: se reactivó en torno a 2015 (incluso hay una plataforma que lo promueve, «Otra Ley Electoral»), pero nunca ha pasado de los programas electorales o de las peticiones ciudadanas a concretarse en un debate real. El sistema de reparto, el del cálculo proporcional D’Hont que convierte los votos en escaños y que intentaba proteger la representación de las minorías, ha conseguido lo contrario: en esta legislatura el diputado de Teruel Existe ha necesitado 19.696 votos para llegar al Congreso, mientras los de Más País, por ejemplo, lo han logrado con 192.352 sufragios cada uno.

Esta distorsión del «una persona, un voto», que sobredimensiona a los ciudadanos de determinados territorios, se verá aumentada por la irrupción de la España Vaciada, desequilibrará, aún más, el reparto de escaños y ahondará en el desapego con las instituciones: las Cámaras se parecerán cada vez menos al país que representan. Y aquí nos topamos con el segundo de los asuntos pendientes, el del papel del Senado.

Si no se le termina de dar el carácter territorial que le otorga la Constitución, la fuerza de los hechos se lo atribuirá al Congreso que correrá el riesgo de consolidarse en una especie de centro o sucursal del «provincialismo». Y si añadimos esta preeminencia territorial a la que ya existe con los nacionalismos regionales, sus tensiones y sus desequilibrios los resultados pueden ser imprevisibles. Pero eso lo analizaremos el próximo sábado.