El análisis

El sanchismo difumina al PSOE

Cargos territoriales avisan de la necesidad de «desplegar un discurso reconocible» del partido «de siempre» ante la nueva hoja de ruta del líder socialista

Hace tiempo que Pedro Sánchez vuela endiosado. De ninguna manera, jamás, va a admitir que sus segundos de a bordo puedan tener opinión propia, distinta a la suya. Las decisiones del presidente del Gobierno atestiguan su gusto por controlar cualquier resorte del poder. El «sanchismo» es él. Hablamos de un régimen unipersonal cuya principal característica es extender como sea el manto del liderazgo.

«Pedro acabará solo, aunque todavía no lo sabe». La sentencia, escuchada en la intimidad a un barón hace algunas semanas, se ajusta como anillo al dedo a los últimos acontecimientos en el PSOE. La penúltima en caer ha sido Adriana Lastra. La antigua escudera saltaba del barco cinco minutos antes de perder tantas parcelas internas como para que la Vicesecretaría General que llevaba impresa en sus tarjetas fuese un simple cascarón vacío en el organigrama. O salía corriendo o iba a ser una muesca más en el revólver humeante del secretario general de los socialistas. Un embarazo de riesgo, real, pero cuya utilización es hipócrita como excusa para apartarla, se la ha llevado por delante.

Antes, en cualquier caso, muchos otros «cercanos», «piezas imprescindibles» como José Luis Ábalos o Carmen Calvo, perdieron su lugar en el círculo de confianza del jefe. Incluso el semidiós Iván Redondo fue abatido sin una muestra de pena. Aquellos que lo ayudaron a recuperar la Secretaría General en el 39º Congreso Federal se han quedado en el camino. Ahora, cuando el fin de ciclo se vislumbra en el horizonte, los fusilados al amanecer forman legión. Hay entre ellos advenedizos que han conocido el rostro verdadero del jefe en este tiempo de descuento.

Es el caso de Héctor Gómez. Curioso. Hace tan sólo unas semanas se creía amarrado a la silla de portavoz del Grupo Socialista en el Congreso. «Quien me ha dado la garantía de seguir en el puesto es Óscar López», jefe de gabinete del Presidente, repetía a quien quisiera escucharle. Pues bien, Sánchez le ha sacado la tarjeta roja sin mayores contemplaciones. La frialdad que le dispensó durante el Debate sobre el estado de la Nación resultó indicativa para la bancada del PSOE. Admitámoslo: el obediente y dolido Gómez ha pecado de inocente. Era ninguneado permanentemente desde La Moncloa. De hecho, se enteraba de algunas decisiones por la prensa. Le pasó hace poco con el pacto del Gobierno con Bildu para salvar la ley de Memoria Democrática. Casi nada.

Lógicamente, ya hay voces que atribuyen a los enterrados por el presidente del Gobierno deseos de ver qué bazas pueden jugar en el postsanchismo. Aunque en realidad, si se mira a fondo, el Partido Socialista es un inmenso secarral. Eso sí, las parcelas de realismo que sobreviven en el socialismo dan por amortizado a Sánchez. Incluso barones. Alguno, significativamente ausente del Comité Federal, lo verbalizan en privado: «Le hemos seguido sin protestar y mira dónde estamos».

A estas alturas, que Sánchez conserve la ilusión de la remontada tiene mucho de fantasía, cuando en el fondo lo que hay es un electorado que engorda a diario los porcentajes de la desbandada. El PSOE conserva una fidelidad apenas superior al 60% y cuatro de cada diez de sus votantes desconfían de su jefe de filas. Y eso, ojo, según las entrañas del CIS. Entre los guionistas ubicados en los despachos de La Moncloa estos datos se digieren con alarma. Distintos cargos territoriales dejan constancia de sus miedos: «Debemos desplegar un discurso reconocible, del PSOE de siempre, porque son los nuestros los que nos dan la espalda».

Sin embargo, una cosa es lo que ellos quisieran y otra la que va a hacer Sánchez, que acaba el curso político más cohesionado con Unidas Podemos, ERC y Bildu, por más que esas alianzas difuminen los principios tradicionales de los de Ferraz. Ésa es y va a seguir siendo su opción estratégica para asentar un proyecto a sus ojos hegemónico que vaya más allá de esta legislatura. Y quizá hubiese funcionado de haber logrado arrinconar por completo al PP. Pero la irrupción de Alberto Núñez Feijóo ha puesto de relieve, aún más, el desvarío galopante que supone la entrega de Sánchez a sus minoritarias y perniciosas amistades, empezando por sus socios de coalición, con los elevados riesgos que ello conlleva para la prosperidad y libertades de una democracia asentada como la nuestra.

El proyecto sanchista hace aguas cada día, con el susto en el cuerpo de socialdemócratas sensatos ante el todo vale de un Pedro Sánchez que, literalmente, no puede ni pisar la calle. En esta última semana de hiperactividad por las inauguraciones ferroviarias y los incendios forestales, se ha visto con claridad lo alejado que está de los españoles. No se le ve como solución, sino como problema. Por mucho que para él cualquiera sea prescindible y, en función de sus intereses, siga impertérrito desguazando su partido.