José Antonio Vera
Una agresión a España
Vetar al Rey es ofender a España entera, por mucho que Belarra y los rufianes aplaudan con las orejas a AMLO
El veto al Rey en la investidura de la presidenta mexicana, Claudia Scheinbaum, no es un agravio al Monarca, sino una agresión a España, y por eso la respuesta del Gobierno impidiendo que ninguna persona del Ejecutivo vaya es la que procede, por mucho que los socios de Sánchez pongan el grito en el cielo. España no tiene que pedir perdón por nada a México, y menos bajo el chantaje de quienes, como AMLO y su heredera, pretenden responsabilizar a nuestro país de una leyenda inventada por quienes son descendientes de los dirigentes mexicanos que en todo caso causaron los males que nos atribuyen. A este paso vamos a tener que pedir una cumbre a Meloni para que pida perdón a España por las barbaridades de los romanos. Entonces no existían ni Italia ni España, pero da igual, la demagogia todo lo aguanta.
El problema de AMLO y su heredera es que de tanto pasarse de listos, acaban haciendo el ridículo. Especializados en la demagogia chavoide y la política barata, viven del agravio, explotando un discurso ruin según el cual los problemas de su país se deben siempre a los ricos que explotan a los pobres, echándole la culpa a los americanos, al capitalismo o a España. Claro, que llega un día en que se les cruza un Trump, 30 veces más populista que ellos, y les deja las vergüenzas a la intemperie, como cuando el del pelo amarillo obligó a AMLO a patrullar la frontera para evitar que pasaran inmigrantes al otro lado. Y es que, a la hora de la verdad, a estos charlatanes se les calla con la misma moneda. Por eso esta vez hay que aplaudir la decisión de Sánchez de no enviar a nadie a la toma de posesión, tras una conversación en la que hubo más que palabras. Vetar al Rey es ofender a España entera, por mucho que Belarra y los rufianes aplaudan con las orejas a AMLO y su ilustre legataria, algo que debería estar tipificado como «traición».
La lideresa podemona y el republicano fardón nos tienen acostumbrados a la camorra parlamentaria con discursos de deplorable calidad. Lo menos que se puede hacer, cuando agreden a tu país, es ponerte en primera línea de defensa, aunque haya que morderse varias veces la lengua, como hizo Errejón, si bien después reculó para alinearse con el comunista Enrique Santiago. Muy mal quienes aprovechan cualquier motivo para emprenderla a dentelladas contra el país que les da de comer. Algo nunca admisible, y menos aun cuando se trata de un personaje –y su continuadora– cuyo desprecio por la democracia ha quedado de manifiesto en la última ocurrencia de AMLO: deja en herencia una legislación para escoger a los jueces mexicanos por elección directa, fulminando la separación de poderes. No es una elección libre (como en EE UU y Suiza), sino condicionada, cuyo último objetivo es instaurar un régimen autoritario en México, perpetuando a su partido (Morena) en el poder.
Los «jueces del pueblo» habrán de recibir el plácet de la Asamblea Legislativa, controlada por AMLO y Scheinbaum, tras una preselección hecha por un «Comité Ciudadano» sobre criterios de como «acreditar honestidad» y «tener cinco cartas de recomendación de los vecinos». Todo en AMLO es populismo de baratija y parece que en el caso de su delfina, también. Algo propio de quienes llevan toda la vida viviendo del Estado, explotando el agravio antiespañol y okupando el poder con medidas para permanecer en él de por vida.
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