El personaje
Carles Puigdemont: el Mesías del "procés"
El fugitivo no está dispuesto a tirar la toalla, quiere regresar a su tierra prometida: esa Cataluña de la que huyó hace seis años a Bélgica
Ha lanzado su órdago sin titubeos. El fugitivo Carles Puigdemont es el gran beneficiario de la amnistía y exige a Pedro Sánchez cobrarse una nueva pieza, la presidencia de La Generalitat. Las declaraciones de su candidato a las elecciones europeas del 9J, Toni Comín, no dejan duda: o se inviste a Puigdemont o se deja caer a Sánchez. La imagen en el Congreso de los Diputados del secretario general de JuntsxCat, Jordi Turull, y el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, gozosos por la aprobación de la medida de gracia, revela que el independentismo no se lo pondrá fácil al candidato del PSC, Salvador Illa. A pesar de su eterna rivalidad, los partidos soberanistas han empezado a negociar la Mesa del Parlament y estarían dispuestos a respaldar la investidura del expresidente prófugo.
En el entorno de Puigdemont se traslada el ultimátum de que «si Sánchez quiere salvarse, Illa caerá». Nada más aprobarse la ley en el Congreso, el expresidente compareció desde Waterloo y, fiel a su estilo victimista, aseguró que «los represaliados se liberan del estigma de la persecución judicial». Con un mensaje amenazante hacia los jueces que deberán aplicarla, Carles Puigdemont habló de «un hecho histórico», que ha salido adelante gracias a la tozuda voluntad del pueblo de Cataluña. Recordó que lleva seis años en el exilio y a partir de ahora negociará con Pedro Sánchez «de igual a igual, sin represión».
En medio de una gran crispación política y advertencias a los jueces y fiscales del Tribunal Supremo que intervinieron en el «procés», el fugitivo no está dispuesto a tirar la toalla. El Mesías independentista quiere regresar a su tierra prometida, esa Cataluña de la que huyó hace seis años a Bélgica. Todo indica que vendrá a España y planea someterse a la investidura. La gran pregunta que rodea todo este conflicto es cómo puede hacerlo, dado que no existe unanimidad entre expertos juristas. El expresidente está imputado en dos causas, una en el «procés» por malversación de fondos públicos en la organización del referéndum independentista del 1 de octubre.
Y otra por terrorismo en las protestas de Tsunami Democrátic. Por la primera causa tiene una orden vigente de detención si entra en España, pero la Ley de Amnistía prevé que decaigan todas las medidas cautelares. En tal caso, el juez del Supremo, Pablo Llarena, debería retirar la orden y dejar que entrase libremente en el país. Ahora bien, hay juristas que mantienen otra interpretación, advierten de que si se plantea una cuestión ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), no se pueden alzar las medidas cautelares y, por tanto, la orden seguiría vigente.
Los jueces vinculados al «procés» pueden entender que la ley vulnera la Constitución y entra en conflicto con el Derecho europeo, por lo que pueden elevar un recurso de inconstitucionalidad al Tribunal Constitucional o el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, algo que se da por descontado en el Tribunal Supremo. En medio de esta tensión con el Poder Judicial sin precedentes, el fugitivo no se rinde y desafía al Estado como el héroe que le asestó un golpe en toda regla y vendió muy caros sus siete votos para que Pedro Sánchez se mantenga en La Moncloa a cualquier precio.
Su lema de actuación ahora es claro: o todo o nada. El expresidente de la Generalitat tiene la sartén por el mango para hacer caer a Pedro Sánchez y reventar su legislatura. Sabedor del poder decisivo de sus siete escaños en el Congreso de los Diputados diseñó una campaña a cara de perro contra el socialista Salvador Illa y, envalentonado por la amnistía, advierte de que si él no es elegido presidente de La Generalitat acabará con el «sanchismo». Fue el único candidato fuera de Cataluña, con unos actos muy bien orquestados en el sur de Francia, y delegando los debates en sus dos fieles «halcones», Jordi Turull y Josep Rull, el prófugo de Waterloo presume de «tener bien cogido por el espinazo al Estado».
El líder de JuntsXCat, frente a una ERC en barbecho con un enorme batacazo electoral, cuyas bases abogan por apoyarle para mantener algún puesto que no les derive a la marginalidad, acapara todo el protagonismo del mundo independentista y ha sabido capitalizar un voto emocional con un rearme de su partido que hace meses estaba sumido en una profunda crisis. De un plumazo «El Puchi» se ha erigido en el mayor chantajista del «sanchismo» y pulverizado a su mayor enemigo, Esquerra Republicana. «O soy President o cae el Estado español», amenaza el fugitivo que se presenta como el icono del separatismo, el auténtico «Mesías del ‘‘procés”», frente a una ERC que define como el «siervo sumiso» en Madrid de Pedro Sánchez.
La infamia de esta ley impulsada por Sánchez otorga el gran protagonismo a este personaje de carácter complicado que no acabó sus estudios de periodismo ni filología catalana. Carles Puigdemont Casamajó, nacido en el pueblo gerundense de Amer, estudió en el internado del Collell y sus compañeros de entonces le recuerdan como un chico desconfiado, bastante raro, obsesionado con la nigromancia y temas de magia. En las fiestas de fin de curso le gustaba disfrazarse de brujo, jugar a las adivinanzas y emular a guerrilleros de «comics».
Nieto, hijo y hermano de pasteleros, «El Puchi» siempre fue un independentista nato, militó en las Juventudes de Convergencia y llegó a la Alcaldía de su ciudad. Cuando que fue elegido presidente de La Generalitat en enero de 2016, gracias al apoyo de los radicales de la CUP, nunca quiso pernoctar en La Casa dels Canonges, residencia oficial de los mandatarios catalanes, y recorría a diario los más de cien kilómetros que separan el Palau de San Jaume de su casa de siempre, ubicada en la urbanización Alta Gerona, que adquirió cuando era regidor la ciudad. El duelo final se dirime entre él y Salvador Illa, pero en su entorno aseguran que o llega a La Generalitat o se carga a Pedro Sánchez. Duelo de titanes.
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