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Opinión

«A costa de la democracia»

Las investigaciones se acercan demasiado al despacho de Moncloa

Comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Alberto R. RoldánLa Razón

Cada vez me cruzo con más políticos y compañeros del periodismo que, cuando se refieren a nuestro siempre poco admirado presidente del Gobierno, tienden a encumbrarlo por sus «genialidades» de improvisador genuino, experto en sacar provecho de situaciones difíciles, como ocurrió cuando convocó elecciones generales en pleno mes de julio, o sus «golpes» con la moción de censura, las primarias socialistas o los pactos contra natura con el podemismo, el biltutarrismo y el independentismo.

Cierto es que eso le ha permitido mantenerse en La Moncloa pese a perder las tres últimas elecciones, pero también lo es que definen cada vez más la personalidad de quien en estos días se nos ha revelado como un cruel jefe que no repara en denigrar con palabras duras a sus más directos colaboradores. Comportamiento que los interlocutores mencionados coinciden en definir como propios de dirigentes históricamente encuadrados en el ámbito de la psicopatía política, entendiendo por tal aquella que se define por comportamientos maquiavélicos, egocentristas y narcisistas.

Me niego a creerlo, la verdad, pero hay que concluir que determinados hechos dan la razón a quienes así opinan, pues la psicopatía política define a sus protagonistas como personajes con ambiciones todopoderosas, que pueden experimentar la felicidad por su absoluta falta de remordimiento cuando experimentan el placer personal de ver como engañan a los demás, sean enemigos o presuntos amigos. Sexualmente motivados por el poder, todo vale con tal de conseguir el fin que se proponen, valorando al extremo sus capacidades para manipular, mentir y controlar. «Cualidades» que tienen su envés en el pavor que sienten a ver dañada su imagen de grandiosidad, un temor constante a que su «auténtica naturaleza» sea conocida por al mundo. Miedo a ser descubiertos o expuestos, que los lleva a ocultar sus verdaderas intenciones y a mantener una impecable apariencia de normalidad, pero que los vuelve irascibles o coléricos cuando pierden el control al sentirse expuestos en sus propios engaños.

Algún día dirá la historia si este perfil se ajusta en algo a nuestro timonel, o más bien se trata de elucubraciones de enemigos incapaces de derrotarlo. Lo que sí parece evidente es que a cada golpe de audacia sanchista parece acompañarle una desgracia en su entorno, fruto quizás de esa huida adelante enredándose cada vez más en su propia madeja de iniquidades. Hasta el punto de que el entorno se le empieza a tornar abrumadoramente problemático, pues por donde se mire le sale a nuestro caudillo un problema o un colaborador imputado, se llame Álvaro García Ortiz, Francisco Martín, José Luis Ábalos, su hermanísimo David Azagra, la asesora Cristina García o la mismísima Begoña Gómez. ¿Puede ser aún peor? Puede, pues la Justicia y la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil siguen los pasos de, al menos, tres ministros y, lo que es más grave, las investigaciones se empiezan a aproximar demasiado a su despacho en la Moncloa. Es tal el cerco, que ningún otro dirigente hubiera permanecido en el cargo sin acudir a las urnas, pero Sánchez se retuerce respondiendo cual Maquiavelo, esparciendo despojos, deglutiendo casquería, embarrado cada día más en el pantano de sus propias argucias y maledicencias. Momento justo en el que le sale la mandíbula del miedo, los maxilares apretados, esa quijada iracunda que define su personalidad política, inmortalizada para la historia en la foto de The Economist.

La prestigiosa revista británica le acusaba de mantenerse en el poder «a costa de la democracia». No es acusación menor. Feijóo le pidió ayer «que se vaya», por el bien de España y de su partido. No lo hará nunca. Mantenerse en el poder es lo único que da sentido a su vida.