
Pedro Herrero
Este lado de la cancha ya levanta la frente
La misma boomerwaffen, que este domingo coreaba "Sánchez a prisión", tenía la mala costumbre de identificar la protesta como una actividad de vagos

A mí que me gusta organizar saraos no disfruto nada de las manifestaciones. Me eduqué en una familia de izquierdas y eso conllevó en mi infancia una razonable asistencia a mítines, fiestas sindicales y mineras como la de Rodiezmo. Tengo presente de aquellas celebraciones reivindicativas la virtud de la camaradería. La sidra, las canciones y a mi padre conduciendo con serenidad todo el puerto de Pajares después de beber el Niágara. Eran sin duda otros tiempos. Se fastidió mi vivencia sobre la alegre convocatoria social en mi primera experiencia política. Fue en un pequeño partido ultra minoritario, basado en la conjunción copulativa, y en el que durante años hubo que poner buena cara en cientos de eventos desangelados. Allí, junto a otros felices pocos, me hice especialista en sacar fotos evitando hileras de sillas vacías. Un profesional en lo de poner buena cara ante el dolor frío de las convocatorias a medios a las que no venían ni periodistas.
Aprendí también a despreciar a la gente a la que nunca le va a parecer bien que se convoque nada. A pasar rápido de los que siempre le pondrán pegas al título, a la música, al encuadre o la iluminación. Antes que opinar en público sobre las convocatorias de los demás es bueno haber desplegado banners, traseras y sillas plegables en pueblos pequeños donde aprender a comer con desconocidos. No hay como haber dedicado horas a conducir por carreteras secundarias para respetar a las personas que son capaces de encontrar la motivación suficiente para hacerse presentes en cualquier situación.
Hace no tanto a la derecha española le producía la calle reflejo en la glotis. Se le atragantaba que Franco había organizado eventos en Colón. Se achicaban las almas sensibles de la derecha trifachita con las fotos de un dragón trifálico. Sufría el corazón tembloroso de la democracia liberal si había banderas con el pollo bicéfalo. Se vivía como peligro para la convivencia que hubiera demasiada España unívoca. Si los cantos o la música no eran lo suficientemente constitucionales. Como si la convocatoria de una concentración fuera un sesudo recurso de la Abogacía del Estado y no un vehículo para canalizar el descontento social. Además de representar a mayorías silenciosas, a una organización se le presume la capacidad de convocar la presencia de seres humanos en el mundo real.
No sé si empezó con la cesión a la exclusión en Universidades públicas. Con la confusión de las manis de los obispos. O con esa mitología perversa sobre las víctimas que decía que ganar a ETA era dejarse matar. Cultura política básica es que la democracia valora además del número de votos también la intensidad diaria de la convicción. La misma boomerwaffen de no izquierda, que este domingo volvía encantada de corear «Sánchez a prisión», tenía la mala costumbre de identificar la protesta social como una actividad de vagos y maleantes.
Los jóvenes, sin lugar a donde huir, fueron los primeros en amar el conflicto. Ayudada por el descaro del rival, la no izquierda ha ido resolviendo año a año sus estúpidos complejos heredados. Y hoy, gracias al sanchismo y a una nueva generación, todos esos problemas parecen definitivamente enterrados. Abandonada la supuesta virtud cívica del sobao pasiego, el cambio democrático más positivo que han visto mis ojos es la simetría alcanzada en las fuerzas de ocupación del espacio público. Nadie tendría que buscar una excusa extraordinaria para convocar en la calle una manifestación. La calle se organiza en democracia para expresar un descontento social. No hace falta que se generen expectativas de asalto al Palacio de Invierno. Ni siquiera se convoca para provocar un cambio súbito de Gobierno. Este domingo hubo calor humano, fotos y gente que acabó satisfecha. Le dejo la disputa sobre números a Toño Maestre. Que se ponga él con escuadra y cartabón a calcular cuántos calvos cúbicos caben en Plaza España. La alternativa a Sánchez es capaz de poner el cuerpo donde reside la palabra. Sea haciendo el radical en Ferraz, el modo boomer de Madrid o los revoltosos acudiendo a ayudar a las víctimas de la DANA. Este lado de la cancha ya es capaz de levantar la frente, encontrar el valor con el que proteger la celebración de un encuentro. Y de tener el cuajo de ofrecer caricias en la cara del rival que te quiera expulsar de manera injusta de la plaza. De qué creen que va si no en último término la democracia.
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